Según la creencia popular, un fantasma es un alma condenada a repetir una y otra vez el momento de su muerte, sin embargo, esto no es necesariamente un castigo por alguna mala acción cometida en vida, pues hay quienes afirman que en realidad se trata de un espíritu que no se ha dado cuenta de que ya no pertenece a este mundo y no debe seguir aferrado a él.
Por otro lado, hay quienes aseguran que el fantasma es solo un eco de lo que fue en vida la conciencia de algún desdichado, por lo que este seguirá apareciendo en el último lugar donde el infortunado dio su último respiro hasta que el eco se agote por sí mismo, pero si esto es así, ¿entonces qué pasa cuando estas apariciones trascienden lo meramente espiritual y llegan incluso a materializar algún objeto o pertenencia del difunto?
Esto fue precisamente lo que pasó cierta noche de verano a Javier, veterano y experimentado taxista de la capital de Chihuahua, cuando entre sus rondines, un joven en medio de la carretera a Aldama le hizo señales para que se detuviera y lo llevara a una granja en las orillas del municipio cabecera.
El conductor narra que el individuo estaba a pocos metros de la gasolinera que fue colocada junto al C4, y al abordar, serio y aparentemente desganado, le pidió que lo llevara a una granja cuyo nombre ya no recuerda, pero que cuenta se encontraba sobre la carretera a la vecina ciudad de Aldama.
Una vez acomodado en el asiento trasero, el conductor narra que notó cierta actitud sospechosa en el muchacho, pues este llevaba la cabeza agachada y el gorro de su sudadera gris no dejaba que el conductor apreciara los rasgos de su rostro.
A fin de acabar con el incómodo silencio dentro de la cabina, el chofer intentó sacar plática al joven, por lo que, imaginando que iría a alguna reunión social, preguntó si iba a una fiesta. Pero este, de manera tajante, solo contestó que lo único que quería era llegar a esa granja.
A sabiendas de los recientes ataques hacia conductores de plataformas digitales y taxistas en la ciudad, el conductor comenzó a sentir miedo, por lo que comenzó a encomendar su alma al Creador en caso de que cualquier cosa mala le sucediera, por lo que, sin poder hacer nada más al respecto, empezó a rezar mentalmente tantas oraciones como pudo recordar… Fue entonces cuando el rostro del joven por fin se descubrió y echó de entre las sombras una furiosa mirada al chofer al mismo tiempo que gruñía, más que hablar, pidiendo que dejara de rezar:
“Deja de rezar…” dijo con un tono serio y grave aquél que hasta entonces había parecido un mudo. Esto no hizo más que terminar de asustar al taxista, quien viéndose sorprendido por aquella extraordinaria demostración de “telepatía” negó que estuviera haciéndolo, ante lo que recibió a manera de regaño una nueva respuesta del misterioso joven:
“No te haré daño, pero deja de rezar”… sin embargo, de nada sirvieron las palabras que este sentenció al chofer, pues el taxista, ahora incluso estaba más asustado y, pese a negar de nuevo que estaba rezando, comenzó a rogar al cielo una vez más por que nada le pasara.
Fue entonces cuando el pasajero, ahora más molesto, maldijo al conductor y le ordenó que detuviera el vehículo, allí, en medio de la nada, sin luz o algún negocio cerca donde pudiera cualquier persona refugiarse en caso de alguna emergencia…
El taxista orilló el auto, el pasajero descendió y se acercó a la ventanilla del guiador y le entregó un billete de cincuenta pesos. Extrañado por lo que acababa de ocurrir, el conductor observó por el retrovisor como la figura de aquél muchacho se desvanecía lentamente entre las sombras, como si nunca hubiera estado allí.
Al ver la desaparición del joven, el taxista sintió que estaba a punto de perder el conocimiento, pero por temor no dejó de conducir hasta que llegó a su casa y narró lo ocurrido a su familia, quienes extrañados, le miraban incrédulos. Sin embargo, recordó que había guardado en uno de sus bolsillos aquél billete, mismo que mostró a sus familiares que, sorprendidos, comenzaron a notar un fuerte olor a humo que emanaba del papel moneda.
Un par de meses más tarde, la historia había trascendido en toda la ciudad, cuando llegó a los oídos de Andrea, quien a su vez narró la historia a una compañera de su trabajo, esta, luego de pensar unos instantes, al parecerle familiar la descripción del joven, comenzó a temblar y describió que ella y su novio solían visitar la granja de sus padres, pero un día, un par de años atrás, habían tenido un accidente a pocos metros de donde actualmente se encuentra la gasolinera; ella había logrado salir del auto, pero su novio murió calcinado.
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Con información de Adrián Berrios