Caballero de fina estampa, siempre bien ataviado, con un aspecto pulcro e impecable, labioso, simpático como solo él. No había un solo cabello en su cabeza que se desacomodase o un solo punto de polvo sobre sus finos zapatos de charol. Así describen a Jesús Carlomagno Villerías, cuyo nombre real jamás se supo, el presunto asesino serial que habitaba en una vieja casona de la Ocampo y Primero de Mayo, frente al parque Lerdo, en la capital del estado de Chihuahua.
Muchas cosas se dijeron, y a la fecha se dicen, sobre este misterioso catrín, cuya reputación, pese a su íntegro aspecto, era la de un asesino serial cuando menos, pues incluso se llegó a correr el rumor de que se trataba de un auténtico vampiro.
Fueron al menos catorce muchachas a quienes se les vio por última vez cuando subían al lujoso Cadillac negro que aquél infame personaje conducía siempre durante la noche. Su empleada doméstica le decía Don Jesús, pero en las calles del Centro histórico y sus alrededores era mejor conocido como el Catrín.
Los rumores sobre su supuesto vampirismo nacían del hecho de que el sujeto se ausentaba por completo durante el día y merodeaba las cercanías del parque a partir del crepúsculo, cuando vivaces y hermosas jovencitas, salían de las albercas de la YMCA. Afirman que, en su vehículo, en la guantera, llevaba siempre una botella de jerez que ofrecía a sus infortunadas conquistas, un sorbo de aquel vino generoso y el olvido era lo próximo para ellas.
Frecuentaba además los cafés de la zona, en búsqueda de sangre joven para conquistar y satisfacer sus bajos instintos. Cuentan que solo una mujer, de las muchas que pretendió el vampiro, logró salvarse de su seducción; la joven era hermosa y de familia pudiente, pero al parecer la figura de este personaje le causaba una extraña sensación de incomodidad, motivo por el cual los aparentes “poderes” de atracción del sujeto parecieron no dar resultado.
Afirman que su madre encaró al individuo una de las tantas veces que el asechador pasó frente a la casa de la joven. No hizo falta mucho para que este desistiera, pues la mujer amenazó al misterioso acosador con “echarle” a la policía si volvía a verle merodeando la casa. Si había algo que no quería este personaje, era llamar la atención de los agentes del orden, sin embargo, cuando la bella jovencita salía de su casa, este aprovechaba para abordarla e intentar conquistarla con su elocuente charla. Nada dio resultado.
Aseguran que, a ella, al igual que a las presuntas víctimas, le prometió volverla una celebridad, llevarla hasta las pantallas de cine y convertir su vida en un sueño.
Años más tarde ya con una familia y una vida hecha, aquella quien fuera la obsesión del sujeto, recuerda el indescriptible temor y desasosiego que le ocasionaba la presencia del individuo, recordando que el vampírico catrín “aparecía y desaparecía” como si de un espectro se tratase… “un vampiro quizás, con poderes sobrenaturales”, susurraría una ya mayor mujer.
Los rumores sobre su relación con las desapariciones de jovencitas fueron tantas que no tardaron en hacer eco. Detectives, investigadores privados y agentes policíacos comenzaron a indagar sobre su persona, sus hábitos y su peculiar modo de vida, pero como suele pasar, jamás pudieron demostrar siquiera una sola prueba en su contra.
Un día, sin más, el Catrín desapareció de las calles de Chihuahua. Aquella que fuera su casa en la Ocampo, ahora muestra una fachada en color naranja, y cuentan que, por las noches, de esa vieja construcción, emanan ruidos de cadenas, murmullos y lamentos de ultratumba.
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Con información de Adrián Berrios