Pasaba ya la medianoche y esa era la primera vez de Alfredo a solas como guardia de seguridad del edificio legislativo en la ciudad de Chihuahua. Había estado antes en ese lugar, pues le interesaba la política, por lo que casualmente habría entrado a escuchar alguna sesión, estar allí para él no era algo nuevo, pero ver aquel edificio completamente vacío, era intrigante.
Tomó su lugar junto a la recepción y, viéndose ocioso, comenzó a leer la bitácora de los turnos anteriores. En ella no encontró algo que pudiera parecerle de mucho interés, solo que había una anotación destacada con un asterisco, donde se indicaba que una empleada del lugar se quedaría hasta tarde ese día para terminar de ajustar alguna iniciativa que sería presentada a la mañana siguiente.
Verificó el número del piso en el que se encontraría y permaneció de nuevo ocioso por unos minutos hasta que el teléfono comenzó a timbrar. La llamada provenía del piso ocho. Alfredo descolgó la bocina y escuchó la voz de una mujer que le pedía de favor que subiera porque acababa de ver a una persona desconocida en el lugar.
De inmediato, el joven guardia de seguridad subió al ascensor y se apresuró a llegar al lugar donde se le había indicado. A su llegada lo esperaba una mujer frente a la puerta del elevador, quien haciéndole una seña para que no hiciera ruido, le contó en voz baja que regresaba a la oficina cuando vio como una mujer de traje sastre ingresaba a ella.
En efecto, al final del pasillo, una tenue luz se colaba por la apertura de lo que era la puerta de la oficina de la asesora de la Unidad Técnica de Asuntos Legislativos. El joven pidió a la mujer que aguardara junto al ascensor y no se moviera del lugar, pues iría a investigar lo que estaba ocurriendo.
El velador se aproximó lentamente hasta la puerta entreabierta y tocó levemente esperando que alguien respondiera; así fue, desde el interior la voz de una joven dejó escucharse pidiendo al guardia que pasara, cuestionando si todo estaba en orden.
Alfredo entonces entró, como lo pidió aquella fémina, y al ingresar, sin mucha sorpresa, encontró a la asesora sentada en su escritorio mirándole extrañada por su inusual visita a esas horas de la noche. Entonces el guardia explicó lo que había ocurrido a la mujer, quien al terminar de escuchar el relato, se puso pálida y comenzó temblar mientras juntaba todas sus cosas para pedir al guardia que la acompañara a la salida.
El guardia aceptó, pero al llegar de nuevo ambos al ascensor, donde había dejado a la otra mujer, descubrió que no había nadie. En ese instante, comenzaron a sudar frío mientras sus rostros perdían el color. Bajaron juntos por el ascensor sin hacer ni un solo comentario sobre lo ocurrido…
Cuentan que es común, entre los pisos seis y ocho del Congreso del Estado, ver a una mujer deambulando. En ocasiones el ascensor desciende de alguno de estos niveles, pero al llegar a la planta baja, sus puertas se abren sin que dentro haya una sola persona. Guardias del edificio señalan que ya se ha vuelto “normal” recibir en caseta llamadas de esos pisos cuando el inmueble se encuentra completamente solo, pero ya nadie contesta.
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Con información de Adrián Berrios