El atardecer pintaba ya con tonos rojos y púrpuras el cielo de Chihuahua aquél dos de noviembre. Berenice se sentó ya exhausta entre las paredes de dos mausoleos a esperar a su abuela, quien había ido a llevar flores a su difunto esposo en el cementerio Dolores.
El viento fresco del otoño enviaba de vez en cuando algunos suspiros. Le pareció a Berenice entonces que el lugar, pese a ser un cementerio, no estaba de hecho tan mal. Miraba atenta al horizonte mientras el crepúsculo daba paso a la noche.
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“Es un bonito lugar”, dijo para si misma mientras disfrutaba la suave brisa en su rostro y cerraba los ojos. De pronto, escuchó un sonido detrás de uno de los mausoleos, pensando que se trataba de su abuela, se puso de pie y se encaminó hacia donde había escuchado aquel ruido como de ramas secas.
Su piel palideció y sintió como el cabello de su nuca se erizaba cuando al doblar a la esquina de la estructura de mármol observó aquella horrible figura extendiendo su cadavérica mano hacia ella. Una boca sin labios se abrió y emitió un sonido similar al de alguien que está siendo estrangulado mientras sentía aquella inexistente mirada que le observaba desde el vacío de un par de cuencas oscuras.
La blanca, larga y escaza cabellera del ente flotaba conforme se acercaba a Berenice, quien luego de retomar el control de su cuerpo con un grito, se echó a correr entre las tumbas con aquel ente detrás de ella.
Varios metros estuvo corriendo, dando vueltas entre mausoleos y lápidas para tratar de perder al ser que sentía pronto le alcanzaría. Estaba perdida y su desorientación le hacía ver el cementerio como un eterno laberinto.
Agotada, sus piernas se doblaron al cabo de un rato y sintió como la vista se le nublaba sin más remedio que esperar a que aquella criatura no pudiera encontrarle.
Una voz suave y muy familiar le hizo volver en sí mientras distinguía poco a poco el rostro preocupado de su abuela que aparecía entre la luz de la linterna del guardia del cementerio, que también le miraba extrañado.
Al volver por completo en sí, se vio a si misma en medio de aquellos dos mausoleos donde desde el principio se había sentado a esperar a su abuela, pero el desconcierto pronto volvió cuando ambos le indicaron que tenían ya una hora buscándole.
Jamás supo si todo fue solo una pesadilla o si realmente ocurrió, no obstante, Berenice se prometió a si misma jamás volver a pisar un cementerio, menos en Día de los Muertos.
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Con información de Adrián Berrios