Historia original, basada en el texto proporcionado por Adrián Berrios
El relato auténtico lo puedes encontrar en Facebook: Crónicas de Terror en Chihuahua
Rodrigo llegó aquella tarde de 1987 a la Quinta Gameros para incorporarse a sus labores como guardia de seguridad. Aunque no era la primera vez que realizaba esta labor, sí era la primera en la que estaría a cargo de resguardar un edificio histórico y de tanto peso cultural para la ciudad.
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El corpulento sujeto era un tipo y carismático que no tardó en hacer amistad con el personal que laboraba en esa enorme mansión ahora usada como museo. Víctor, su compañero del turno matutino, con quien solía conversar entre cambios de turno, en varias ocasiones le hizo saber que era normal escuchar ruidos en la mansión debido a que los materiales con los que está hecha la casa, principalmente la duela, se contraen luego de que el intenso calor también entrega el turno a las gélidas madrugadas chihuahuenses.
Durante más de medio año, Rodrigo recorrió noche tras noche cada habitación y pasillo de la hermosa mansión sin que nada particular tuviera que reportar a la mañana siguiente. Aunque estaba solo en medio de aquella penumbra y quietud, Rodrigo no se sentía así, pues había comenzado a arraigar la sensación de que los chirridos y crujidos que emitía la casa eran una especie de conversación privada que la mansión entablaba con él.
Aún siendo un sujeto alegre, aprendió a disfrutar la melancólica melodía que el viento producía cuando por las noches se colaba entre las rendijas de las ventanas y puertas del museo. A esas alturas, conocía ya cada sombra que las luces mercuriales proyectaban desde la calle hasta el interior de la casona, fue ello precisamente, lo que una noche le hizo sacudirse la comodidad con la que se había familiarizado.
Durante uno de sus recorridos nocturnos, se le figuró ver con el rabillo del ojo una extraña figura subir las escaleras que van desde la planta baja hasta el primer piso. Intrigado, y como lo dictaba el deber, corrió de inmediato hasta donde le pareció que aquella curiosa figura se dirigía, sin embargo, una vez subió la vieja escalera, nada pudo encontrar. El haz de luz de su linterna se dibujó con el polvo que levantó durante la carrera, sin embargo, más allá de las partículas que revoloteaban en el aire, nada encontró en la habitación.
A la mañana siguiente, compartió el relato con Víctor, quien solo se rio y le dijo que no volviera a beber en horas laborales, lo que hizo enfadar a Rodrigo, que a partir de entonces prefirió mejor guardar sus comentarios respecto a los siguientes sucesos que tras lo ocurrido creyó haber visto. Notó que más o menos a la misma hora, durante el segundo recorrido de la noche, era cuando le parecía ver algo que subía por las escaleras.
Aquella tarde, el museo estuvo cerrado debido a que se había ordenado el reacomodo de los instrumentos musicales y muebles que se exhibían dentro, esto había desprendido una basta cantidad de polvo que, aún a la medianoche, se revelaba flotando en todas direcciones, iluminado por el rayo de luz de su vieja linterna, antes de caer de nuevo al suelo.
Rodrigo, más curioso que valiente, se decidió precisamente esa noche a ir un paso adelante e indagar sobre el origen de aquella misteriosa forma que ocasionalmente veía subir las escaleras. Su experiencia le había enseñado que eran ciertos días y bajo circunstancias particulares, cuando podía apreciar la misteriosa sombra, así que basado en ello, la madrugada de ese mes de octubre, subió las escaleras y aguardó con cámara en mano. Sin embargo, el susto que arrancó la visión que tuvo ante sí, no le permitió sacar la evidencia que esperaba obtener, pues apenas vio aquella espectral mujer descalza y de vestido blanco subir por la escalera, corrió aterrado hacia el cobertizo para no volver a salir hasta el día siguiente, cuando su compañero, lo encontró en estado de shock apretando entre sus manos su lámpara.
Apenas pudo hacer que reaccionara, le preguntó que había pasado, exponiendo Rodrigo todo lo ocurrido sin saltar puntos ni comas.
Incrédulo, Víctor decidió dejar ir a su compañero a que descansara, no sin que antes este le informara que aquella había sido su última noche trabajando allí, pues luego de lo ocurrido, no podría volver a poner un pie en aquella mansión, “ni un pié”, repercutieron las palabras de Rodrigo en la memoria de Víctor minutos más tarde, cuando al hacer su recorrido matutino, encontró en el suelo, al final de la escalera, varias huellas de pies descalzos, que parecían desvanecerse poco a poco mientras se dirigían hacia el lugar donde halló una cámara fotográfica tirada.
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