Eran las tres de la mañana esa lluviosa noche de otoño cuando el operador de la central de ambulancias recibió la llamada de una mujer en evidente estado de excitación.
La interlocutora señalaba que había ocurrido un accidente en carretera y ella y su familia se encontraban malheridos. De inmediato, el operador de la central comunicó lo ocurrido a sus compañeros, quienes se dirigieron hacia la carretera Chihuahua-Ciudad Juárez.
“¡Ayúdenos, por favor!”, gritaba desesperada aquella mujer mientras el operador, sin poder hacer nada más que escuchar, trataba de calmar a la fémina que lloraba desesperadamente y clamaba por socorro.
El operador entonces preguntó el nombre a la mujer y cuántas personas iban con ella. Luego cuestionó si podía alguno de ellos ayudarle a realizar algunas maniobras de auxilio que el le indicaría, sin embargo, ella pegó un repentino alarido y le indicó al ansioso hombre que no los veía por ningún lado.
“Somos cuatro, mi esposo, yo y mis hijos, pero no puedo verlos en ninguna parte”, gritaba desesperada, “¡¿en dónde están?!”
La desesperación y angustia de aquella mujer era evidente. El llanto y los alaridos eran tan desgarradores que el operador pronto comenzó a sudar y a llorar en silencio ante la impotencia que sentía de no poder hacer algo para calmarla o darle consuelo… Era nuevo en ese puesto, por lo que no había desarrollado aún sus habilidades de operador al cien por ciento. Solo podía escuchar y aguardar a que sus compañeros arribaran al lugar.
Por fin, tras casi media hora, los paramédicos se comunicaron con el por radio e indicaron que ya estaban en el lugar indicado.
El operador apenas escuchó a su compañero, indicó a la mujer que hiciera señas al personal de la ambulancia para que pudieran verla y atender a su familia, sin embargo, de la nada, aquella llamada se interrumpió sin que hubiera antes explicación alguna.
En ese mismo momento, el conductor de la unidad de emergencias volvió a comunicarse por radio y señaló que en tramo indicado no había rastro de accidente alguno. Extrañado, el operador preguntó qué veía alrededor. La respuesta le dejó helado; el conductor indicó que lo único que veía allí era cuatro cruces de madera a un costado de la carretera con algunas flores de plástico y veladoras apagadas.
“Dos cruces son de niños, y las otras de un hombre y una mujer”.
El operador, incrédulo, trató de devolver la llamada al teléfono por el cual minutos antes habían solicitado la ayuda, sin embargo, el número estaba fuera de servicio.
Al volver a la estación, el chofer de la ambulancia informó al operador de radio sobre el nombre de la mujer que estaba escrito en una de las cruces; este era el mismo que el de la persona que se había comunicado con él para pedir auxilio.
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Con información de Adrián Berrios