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Ese primero de agosto de 1939 era un día de júbilo para los veinticinco niños y adolescentes de la Asociación Cristiana de Jóvenes; desde temprana hora, salieron de la “Güay” con rumbo al parque nacional Cumbres de Majalca, donde por ocho días, acamparían bajo el cuidado de su profesor, Francisco Balderrama. Sin embargo, la tragedia borró las risas, los chistes y los cánticos alegres esa mañana, cuando un accidente carretero, a la altura de la “Curva del Muerto”, arrebató la vida de siete de los campistas.
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Los cuerpos de los niños quedaron esparcidos a varios metros de distancia del punto de colisión, luego de que un camión de volteo que se quedó sin frenos impactara de lleno contra la camioneta de redilas que transportaba a los pequeños.
Conductores que pasaban por el lugar, no podían creer el aberrante escenario ante ellos: las pertenencias de los niños regadas en todas direcciones, los cuerpos inertes de los pequeños y la sangre tiñendo el camino, todo un grotesco como trágico espectáculo.
Cuentan que la tragedia enlutó a la ciudad; el día de su funeral, toda la capital del estado grande guardó silencio y se vistió de luto para rendir tributo a los fallecidos. Alberto Contreras Rubalcaba, último de los sobrevivientes con vida, recuerda cómo el cortejo fúnebre para despedir a los niños, fue kilométrico.
Alberto rememora el día como si fuera un hecho reciente, y describe como aquellos que partían de las instalaciones de la “Güay”, donde se realizaron los servicios funerarios, al volver del cementerio “La Colina”, aún podían ver saliendo vehículos con rumbo al panteón.
En el lugar de los hechos, se levantó un monumento, que fue colocado años más tarde en la curva, donde los desconsolados padres inmortalizaron los rostros y nombres de sus hijos para que futuras generaciones, pudieran recordarles; Venancio Gabriel Gardea, Armando Gutiérrez Balderrama, Jorge Giácoman, Luis Díaz García, Teodoro Faulkner, Alberto Méndez Peña y Horacio Brondo Valdez.
A la fecha, el lugar sigue ocasionando escalofríos a los viajeros y, de él, se desprenden incontables historias de espectros, fantasmas, apariciones y demás eventos extraordinarios, no obstante, y lamentablemente, esta es una de esas crónicas de la ciudad que por sí misma es ya terrorífica.
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Con información de Adrián Berrios