/ domingo 23 de enero de 2022

La trágica muerte del pequeño Jaime y su regreso de la tumba

A veces nuestros seres queridos se quedan para siempre con nosotros, aún después de la muerte...

“Anoche vi a mi hermanito en el cuarto; no dijo nada, solo se reía. ¿No que estaba muerto?”, dijo el pequeño a su madre que sentía como la sangre se le iba del cuerpo mientras escuchaba y repetía en su mente aquellas palabras “¿No que estaba muerto?”

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Fue a principios de agosto, una mañana nublada pero calurosa cuando los cuatro niños salieron a jugar al patio de la casa mientras eran vigilados por su abuela. Las risas y el ruido de sus pies sobre la tierra hacían que se sintiera cómoda al no tener que distraer su mirada de sus afanes cotidianos, pues a esas alturas, con solo oírlos sabía lo que estaban haciendo y dónde estaban.

Estaban de vacaciones, por lo que los pequeños aprovechaban para jugar a las canicas, al futbol o a cualquier cosa que se les ocurriera sin límite de tiempo. Todos los vecinitos de Lázaro Cárdenas se reunían desde temprano y no paraban hasta ya muy entrada la noche.

Así fue como los hermanitos recibieron la visita de sus amigos, quienes les invitaron a jugar no muy lejos de la casa de la abuela. A pocos metros de donde los niños habían sido encargados por sus padres, había un campo al que los chicos gustaban de ir para jugar a la pelota.

Poco duró el silencio antes de que la abuela se percatara de que los niños habían dejado el patio, pues el sonido de sus pisadas dejó de escucharse y fue esto lo que alertó a la mujer mayor. De inmediato, temiendo que hubieran ido hacia la carretera, salió de la casa dejando de lado lo que estaba haciendo para intentar dar con ellos.

Corrió algunos metros sospechando a dónde habrían podido ir, y se dirigió hasta aquel lote baldío donde pudo encontrar a tres de ellos. Sin embargo, Jaime, el menor, de solo cuatro años de edad, no aparecía por ningún lado.

La desesperación invadió a la mujer que empezó a gritar el nombre del pequeño. “¡Jaime!”, revotaba el eco a la distancia, mientras el viento sacudía el pastizal seco como intentando despertarle de su letargo para que se uniera a la búsqueda del niño.

Pronto los hermanitos y los vecinos comenzaron también a dar de gritos para encontrar a Jaime, y fue uno de los amiguitos quien finalmente vociferó el nombre de la abuela apuntando con su dedo hacia la carretera…

Allá, a la distancia, todos miraron como Jaimito corría detrás de una mariposa blanca sin percatarse que acababa de pisar el caliente asfalto. Un camión de carga se dirigía a gran velocidad hacia el pequeño; aún si el conductor le hubiera visto a tiempo, no habría podido hacer nada para detener el pesado vehículo que pasó por encima de Jaimito dejándole sin vida en el acto.

Ante la mirada de los chicos y la abuela, Jaime murió sin darse cuenta siquiera que lo estaban buscando.

La tragedia lastimó no solo a la familia del pequeño, sino a todo el pueblo, que no tardó en hacer correr rumores sobre la presencia del niño:

“Lo vi”, dijo Martín a su compadre solo un mes después de la tragedia, “cuando iba al trabajo, poco antes de que saliera el sol, miré a Jaimito corriendo en la plaza, iba riendo detrás de un gato”.

“Estaba yo en el mostrador de la tienda cuando de pronto vi a Jaimito correr delante del negocio”, dijo Elías a su esposa, “salí para confirmar que era él, pero cuando abrí la puerta ya no estaba…”

Los avistamientos no pararon y de hecho cada vez se volvían más comunes. Fue así cuando aquella tarde, durante el crepúsculo, Ester abrió la puerta de su casa luego de que escuchara la voz de Jaime hablándole desde fuera.

Era él, no había duda de ello, con su cabello alborotado, su sonrisa fina y su mirada traviesa; “¿doña Ester, me regala un pan?” Ella no tuvo miedo, más bien sintió pena por él, así que sin preguntar nada, se dirigió hacia la cocina y le entregó lo que pedía… Jaime corrió feliz en dirección a la carretera, donde luego de cruzar el camino, se desvaneció a la entrada de la casa de la abuela.

“Anoche vi a mi hermanito en el cuarto; no dijo nada, solo se reía. ¿No que estaba muerto?”, dijo Pedro, el hermano mayor, a su madre.

Facebook: Crónicas de Terror en Chihuahua

Con información de Adrián Berrios

“Anoche vi a mi hermanito en el cuarto; no dijo nada, solo se reía. ¿No que estaba muerto?”, dijo el pequeño a su madre que sentía como la sangre se le iba del cuerpo mientras escuchaba y repetía en su mente aquellas palabras “¿No que estaba muerto?”

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Fue a principios de agosto, una mañana nublada pero calurosa cuando los cuatro niños salieron a jugar al patio de la casa mientras eran vigilados por su abuela. Las risas y el ruido de sus pies sobre la tierra hacían que se sintiera cómoda al no tener que distraer su mirada de sus afanes cotidianos, pues a esas alturas, con solo oírlos sabía lo que estaban haciendo y dónde estaban.

Estaban de vacaciones, por lo que los pequeños aprovechaban para jugar a las canicas, al futbol o a cualquier cosa que se les ocurriera sin límite de tiempo. Todos los vecinitos de Lázaro Cárdenas se reunían desde temprano y no paraban hasta ya muy entrada la noche.

Así fue como los hermanitos recibieron la visita de sus amigos, quienes les invitaron a jugar no muy lejos de la casa de la abuela. A pocos metros de donde los niños habían sido encargados por sus padres, había un campo al que los chicos gustaban de ir para jugar a la pelota.

Poco duró el silencio antes de que la abuela se percatara de que los niños habían dejado el patio, pues el sonido de sus pisadas dejó de escucharse y fue esto lo que alertó a la mujer mayor. De inmediato, temiendo que hubieran ido hacia la carretera, salió de la casa dejando de lado lo que estaba haciendo para intentar dar con ellos.

Corrió algunos metros sospechando a dónde habrían podido ir, y se dirigió hasta aquel lote baldío donde pudo encontrar a tres de ellos. Sin embargo, Jaime, el menor, de solo cuatro años de edad, no aparecía por ningún lado.

La desesperación invadió a la mujer que empezó a gritar el nombre del pequeño. “¡Jaime!”, revotaba el eco a la distancia, mientras el viento sacudía el pastizal seco como intentando despertarle de su letargo para que se uniera a la búsqueda del niño.

Pronto los hermanitos y los vecinos comenzaron también a dar de gritos para encontrar a Jaime, y fue uno de los amiguitos quien finalmente vociferó el nombre de la abuela apuntando con su dedo hacia la carretera…

Allá, a la distancia, todos miraron como Jaimito corría detrás de una mariposa blanca sin percatarse que acababa de pisar el caliente asfalto. Un camión de carga se dirigía a gran velocidad hacia el pequeño; aún si el conductor le hubiera visto a tiempo, no habría podido hacer nada para detener el pesado vehículo que pasó por encima de Jaimito dejándole sin vida en el acto.

Ante la mirada de los chicos y la abuela, Jaime murió sin darse cuenta siquiera que lo estaban buscando.

La tragedia lastimó no solo a la familia del pequeño, sino a todo el pueblo, que no tardó en hacer correr rumores sobre la presencia del niño:

“Lo vi”, dijo Martín a su compadre solo un mes después de la tragedia, “cuando iba al trabajo, poco antes de que saliera el sol, miré a Jaimito corriendo en la plaza, iba riendo detrás de un gato”.

“Estaba yo en el mostrador de la tienda cuando de pronto vi a Jaimito correr delante del negocio”, dijo Elías a su esposa, “salí para confirmar que era él, pero cuando abrí la puerta ya no estaba…”

Los avistamientos no pararon y de hecho cada vez se volvían más comunes. Fue así cuando aquella tarde, durante el crepúsculo, Ester abrió la puerta de su casa luego de que escuchara la voz de Jaime hablándole desde fuera.

Era él, no había duda de ello, con su cabello alborotado, su sonrisa fina y su mirada traviesa; “¿doña Ester, me regala un pan?” Ella no tuvo miedo, más bien sintió pena por él, así que sin preguntar nada, se dirigió hacia la cocina y le entregó lo que pedía… Jaime corrió feliz en dirección a la carretera, donde luego de cruzar el camino, se desvaneció a la entrada de la casa de la abuela.

“Anoche vi a mi hermanito en el cuarto; no dijo nada, solo se reía. ¿No que estaba muerto?”, dijo Pedro, el hermano mayor, a su madre.

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Con información de Adrián Berrios

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