Memorias de Chihuahua
Las cofradías y hermandades eran asociaciones de fieles, generalmente no ordenados en votos religiosos, difundidas a lo largo de la Nueva España que se constituían para la consecución de un fin, habitualmente de beneficios grupales entre los cofrades, por los que además de contraer ciertos derechos y privilegios otorgados por la corporación se contraían obligaciones con ella.
Éstas estuvieron presentes durante todo el periodo virreinal en las poblaciones que en la actualidad componen el estado de Chihuahua y su registro documentado más antiguo, del que se tenga noticia, se encuentra en un testamento de 1612 originario de Valle de San Bartolomé, hoy Valle de Allende.
Los fines por los que se constituían podían ser la salvación del alma, o el cuidado de los enfermos en el mantenimiento de hospitales. Se ha detectado que a lo largo de la Nueva España existieron diversos tipos de ellas que podían categorizarse. Sin embargo, en lo que respecta a la Nueva Vizcaya, unidad jurisdiccional a la que perteneció Chihuahua durante el periodo virreinal, la mayoría de las cofradías eran de carácter devocional. Es decir, eran corporaciones surgidas para el mantenimiento material del culto a una imagen sacra y el sostenimiento de las fiestas celebradas anualmente según su calendario ritual.
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A pesar de ello, se ha detectado que en tales cofradías un componente relevante era la posibilidad de un digno entierro patrocinado por alguna cofradía, la práctica de misas rezadas o cantadas para las almas de los difuntos cofrades; y, en suma, actividades que rondaban en la salvación del alma, un componente cultural importante en una sociedad no laica como lo fue la de Chihuahua virreinal.
La mayoría de las cofradías en la Nueva Vizcaya, como corporaciones independientes en cada población, estaban organizadas bajo la administración de un mayordomo a quien se elegía anualmente por los mismos cofrades o hermanos. Solo entre las más numerosas existía la figura de un rector y más de dos mayordomos, quienes se encargaban de colectar los recursos necesarios para sus actividades devocionales y de salvación del alma; en consecuencia, también se encargaban de disponer de tales recursos para la compra de materiales como podrían ser mantas de la imagen de culto, cantera para la construcción de un altar, el pago de misas, cera para velas, el pago de músicos, cuadros pintados, petardos y alimentos para las fiestas religiosas.
La figura del mayordomo en las cofradías novovizcaínas no pareció ser muy distinta a las de otras latitudes: era la de administrador. Aquel que se encarga de captar y asegurar los ingresos al mismo tiempo que contabilizaba los egresos mediante compras indispensables para la cofradía. No es de extrañar, por ello, que en el caso del Chihuahua virreinal, los mayordomos de las cofradías fuesen grandes o medianos propietarios con experiencia en el manejo de recursos, en especie o moneda. Como ejemplo representativo cabe mencionar a Pedro Domingo de Jugo, quien fue mayordomo de la Cofradía del Santísimo Sacramento en San Bartolomé; o el comerciante, minero y hacendado Diego Antonio de Landavazo. Cabe aclarar que los mayordomos no siempre fueron devotos de la imagen tutelar en alguna cofradía o miembros de la misma.
Ahora bien, las actividades de estas asociaciones, como se ha detectado en sus propios libros antiguos se sostenían a través de los recursos que obligatoriamente debían suministrar los cofrades, como parte de sus obligaciones; pero también mediante donaciones, la renta de casas pertenecientes a las cofradías, limosnas de la población en general, venta de imágenes de la devoción y sobre todo, por un dispositivo legal llamado “capellanía” en donde un cofrade fincaba una propiedad avaluada (ya fuera una hacienda, o un rancho) para suministrar de ella a la cofradía cierta cantidad de recursos que produjera anualmente, en especie o numerario.
Las cofradías y hermandades fueron un componente importante en las sociedades del Chihuahua virreinal, ya que a través de ellas se expresó la religiosidad de la población en su carácter festivo y litúrgico así como la capacidad organizativa que provenía de las propias comunidades.
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