/ domingo 5 de febrero de 2023

Myriam Moscona indaga en León de Lidia los senderos de la memoria

En León de Lidia, Myriam Moscona escribe sobre la condición humana desde los mecanismos de la memoria 

Los senderos de la memoria son un impredecible juego de serpientes y escaleras, al mismo tiempo que un esotérico sistema de símbolos difícil de interpretar. En su nueva novela León de Lidia (Tusquest 2022), la escritora y poeta Myriam Moscona, se lanza, con una narrativa fragmentaria, a intentar comprender su laberíntico mecanismo de acción, así como el contradictorio ser de la condición humana, desde ese universo mexicano, judío y búlgaro que la constituye.

“La memoria es algo que me interesa per sé, de una forma genérica, me interesa como fenómeno, cómo funciona y cómo recuperamos un momento que había permanecido en sombras y muchas veces un suceso de la vida presente golpea en quién sabe qué compuerta y brota un torrente de cosas buenas y malas.

“La memoria es importante para la comunidad judía a la que pertenezco, para las familias migrantes, para la historia de los exilios, pero, en general, seas o no migrante o exiliado, la memoria nos conforma. Por ejemplo, ¿qué es la mexicanidad? Es un acto de memoria también. Hay memoria histórica y también una atemporal. Yo pienso que esta novela, aunque está inscrita en un tiempo, también pertenece a uno que no existe, un tiempo abolido, porque es un tiempo interno, el de la rememoración”, explica Moscona en entrevista con El Sol de México.

Sin ser una autobiografía, los fragmentos que componen el crisol de esta novela ―que bien recuerdan los intentos de escriturar el flujo de conciencia, como los hechos por William Faulkner o James Joyce; y la recuperación de la memoria de Marcel Proust― están compuestos, sin clímax ni desenlace, en parte, por las memorias de la misma Myriam Moscona y sucesos completamente imaginativos, “oníricos”, que la conducen a cuestionar elementos de la condición humana: la religión y el libre albedrio, la construcción de identidad, el orden de la moral, la infidelidad, el suicido, en fin… la terrible existencia, que, sin embargo, nunca está exenta de belleza.

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Sobre los momentos oníricos que plantean en la novela un estado entre la vigilia y el sueño, entre la vida y la muerte y que llevan al lector a transportarse, desde la narración de la primera persona, Miryam Moscona comenta: “El sueño es maravilloso, el sueño físico. Todas las aventuras que vives al estar dormido y a veces olvidamos, pero que despiertan las emociones, tienen un voltaje alto, tan alto como el de la vida. Las fronteras entre la vigilia y el sueño existen de muchas formas, cuántas veces estamos internamente conversando con alguien que ya no existe. Tiene un gran impacto, tanto que siempre ha estado en los estudios del alma humana. Es un acto muy misterioso.

“Ese es también un tema de la vida que me interesa. Pero creo que la novela transcurre, no sólo en la exploración del espíritu individual, sino en de una colectividad, de una comunidad, de un país. El espacio terrenal, es el mismo que el de mi novela Tela de Sevoya, pero también los tiempos convulsos que cruzó el siglo XX, desde las aportaciones del pensamiento como las de Carl G. Jung o las de Freud o grandes obras como La montaña mágica, de Thomas Mann hasta la guerra y la injusticia”, finaliza la autora.

Los senderos de la memoria son un impredecible juego de serpientes y escaleras, al mismo tiempo que un esotérico sistema de símbolos difícil de interpretar. En su nueva novela León de Lidia (Tusquest 2022), la escritora y poeta Myriam Moscona, se lanza, con una narrativa fragmentaria, a intentar comprender su laberíntico mecanismo de acción, así como el contradictorio ser de la condición humana, desde ese universo mexicano, judío y búlgaro que la constituye.

“La memoria es algo que me interesa per sé, de una forma genérica, me interesa como fenómeno, cómo funciona y cómo recuperamos un momento que había permanecido en sombras y muchas veces un suceso de la vida presente golpea en quién sabe qué compuerta y brota un torrente de cosas buenas y malas.

“La memoria es importante para la comunidad judía a la que pertenezco, para las familias migrantes, para la historia de los exilios, pero, en general, seas o no migrante o exiliado, la memoria nos conforma. Por ejemplo, ¿qué es la mexicanidad? Es un acto de memoria también. Hay memoria histórica y también una atemporal. Yo pienso que esta novela, aunque está inscrita en un tiempo, también pertenece a uno que no existe, un tiempo abolido, porque es un tiempo interno, el de la rememoración”, explica Moscona en entrevista con El Sol de México.

Sin ser una autobiografía, los fragmentos que componen el crisol de esta novela ―que bien recuerdan los intentos de escriturar el flujo de conciencia, como los hechos por William Faulkner o James Joyce; y la recuperación de la memoria de Marcel Proust― están compuestos, sin clímax ni desenlace, en parte, por las memorias de la misma Myriam Moscona y sucesos completamente imaginativos, “oníricos”, que la conducen a cuestionar elementos de la condición humana: la religión y el libre albedrio, la construcción de identidad, el orden de la moral, la infidelidad, el suicido, en fin… la terrible existencia, que, sin embargo, nunca está exenta de belleza.

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Sobre los momentos oníricos que plantean en la novela un estado entre la vigilia y el sueño, entre la vida y la muerte y que llevan al lector a transportarse, desde la narración de la primera persona, Miryam Moscona comenta: “El sueño es maravilloso, el sueño físico. Todas las aventuras que vives al estar dormido y a veces olvidamos, pero que despiertan las emociones, tienen un voltaje alto, tan alto como el de la vida. Las fronteras entre la vigilia y el sueño existen de muchas formas, cuántas veces estamos internamente conversando con alguien que ya no existe. Tiene un gran impacto, tanto que siempre ha estado en los estudios del alma humana. Es un acto muy misterioso.

“Ese es también un tema de la vida que me interesa. Pero creo que la novela transcurre, no sólo en la exploración del espíritu individual, sino en de una colectividad, de una comunidad, de un país. El espacio terrenal, es el mismo que el de mi novela Tela de Sevoya, pero también los tiempos convulsos que cruzó el siglo XX, desde las aportaciones del pensamiento como las de Carl G. Jung o las de Freud o grandes obras como La montaña mágica, de Thomas Mann hasta la guerra y la injusticia”, finaliza la autora.

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