Cuenta la leyenda rarámuri que, en el principio de los tiempos, el sol y la luna eran dos niños vestidos con pencas de maguey que vivían en el bosque en una casa hecha de ramas y arbustos, sin luz y compañía. Con todo y que habitaban en armonía con la naturaleza, rodeados de árboles, agua limpia y la pureza del aire, aquellos pequeños vieron cómo se hacían largos los días en soledad, por lo que decidieron crear a los tarahumaras para no estar solos.
Así fue como Onorúame, dios del Sol, tomó varias mazorcas, y con sus manos habilidosas las desgranó sobre la tierra, con esos granos de maíz formó una figura de hombre pero este no se movía, entonces, le sopló tres veces para darle vida desde su propio aliento; luego, creó a la mujer y sabiendo que necesitaba fuerza para parir a sus hijos, dio cuatro soplos. Así nació la raza del maíz.
Pero antes de que llegaran al mundo los rarámuris, Onorúame creó a los Ganoko, que eran gigantes que habitaban en lo profundo de la Sierra Tarahumara. Dicen que los más grandes, eran tan altos como una montaña y podían arrancar árboles y cambiar el curso de los ríos a voluntad usando sus colosales cuerpos.
Y entonces, así los rarámuris convivieron en el mundo con los Ganoko.
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