“Esperaba un libro más ligero, pequeño y sencillo, y acabaron por entregarme uno de más de 300 páginas, eso sí, muy adornado con fotos e ilustraciones”, comienza el maestro chihuahuense Luis Y. Aragón a hablar sobre su libro de corte autobiográfico que presentará este próximo lunes 10 de junio a las 18:00 horas en la Quinta Gameros, evento al que invita al público en general.
Era casi de esperarse que la obra que se titula “Pinté fragmentos de ayeres y de sueños”, que contará con los comentarios de Víctor Quintana y Ramón Gerónimo Olvera, rebasará sus expectativas, pues en esas páginas se condensan 95 años de vivencias tanto personales como profesionales de quien es quizá uno de los últimos artistas completos que ha dado el Chihuahua contemporáneo.
Apelando a su memoria, el pintor, escultor, ahora escritor y por siempre poeta transporta al lector a un interesante viaje cronológico, primero hacia el pasado del autor, cuando confiesa su adicción al arte adquirida desde su infancia, en parte por los libros de arte sacro que su abuela Raquel y en buena medida por la influencia de pintores renacentistas como Piero De la Francesca, fray Filipo Lipi y los grabados de Durero y Doré.
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Conforme avanza la lectora, se van revelando en el libro detalles poco conocidos de la vida de don Luis, como su intención inicial, declarada en las postrimerías de su infancia , de ser escritor, gracias, concede a los textos del narrador alemán Karl May, “que aunque ciego en un momento de su vida me hizo ver un sinfín de aventuras en el desierto árabe o viajar al Valle de la Muerte”, recuerda,
Es de señalar que más tarde, en su juventud, visitó ese último lugar que le hace honor al nombre debido al extremo calor que hace en la zona y donde, revela, de hecho, estuvo a punto de perecer. “Como sea, abandoné ese sitio muy decepcionado al no encontrar los malhechores que Karl aseguraba se refugiaban allí. Sólo hallé trabajadores mexicanos tendiendo las vías del ferrocarril”, dice.
Así, con su estilo único para redactar, con esa poesía que los críticos de arte y comentaristas detectaron en la obra pictórica de su primera exposición en el entonces Distrito Federal, y que le apadrinaron León Felipe Camino y Manuel Rodríguez Lozano, los capítulos se van sucediendo en una serie de aventuras verídicas que, sin perder un ápice de esa condición, son aderezadas por el infaltable onirismo que Aragón le imprime a cada una de sus obras.
De esta manera, el lector poco a poco se convierte en cómplice de don Luis, averiguando cómo en algún momento de su vida tuvo trato con los nazis alemanes, su estancia en el Palacio Negro de Lecumberri o la insólita entrevista que tuvo en Playa de la Gomera con unos antiguos habitantes de la legendaria Atlántida.
Entre “anécdotas de seres, ángeles, de perros naturales y sobrenaturales, de yoes físicos y metafísicos”, como él mismo lo describe, el libro llega, luego de 49 capítulos, a un final normal “en que me encuentro con el viejo de mi espejo”, dice el maestro, dejando en quien lo lea la sensación de algo inacabado en el sentido de que mientras tenga trabajo artístico por hacer, seguramente habrá cosas por contar y poesía por compartir.