Dicen que leer a Amélie Nothomb es como encontrarte con una amiga a la que hace años no ves y ponerse al día con ella, y la verdad es que todos quisiéramos tener a la autora de amiga y que entre tazas de café o copas de vino nos relatara sus disparatadas historias.
Sin embargo, el punto de razón estriba en que sus historias son narradas como anécdotas vividas o escuchadas de una manera sencilla y francamente minimalista, sin perderse en descripciones eternas.
En esta ocasión y como tercer libro de la autora elijo “Metafísica de los tubos”, donde nos cuenta los primeros tres años de un ser obsesionado con el agua, que disconforme con su entorno, adopta la inerte forma de un tubo como condición existencial.
Y lo maravilloso del relato es el estilo cruel, realista y plagado de humor negro con el que rememora a través de una narración que combina filosofía y fontanería, episodios de su infancia japonesa, transcurrida en Osaka.
El plus de “Metafísica de los tubos” es el hecho de su protagonista es un bebé superdotado que opta por vegetar, que se autoproclama dios y que se niega a manifestar sus emociones hasta que descubre el sentido de la vida en una barrita de chocolate y la muerte en un estanque habitado por repugnantes carpas, lo que termina por ser un acto coherente con la obra de la autora en donde los universos literarios en el que la obsesión por venerar el paraíso de la infancia es un tema recurrente.
Lo cierto es que sin llegar a ser fan de la autora, disfruto bastante de sus letras, que además de tener las narraciones precisas, son breves, por lo que el lector no tiene manera de caer en el tedio.
Así que querido lector esta semana lo invito a considerar a Amélie Nothomb para sus tardes de café y en especial desentrañar las metáforas disparatadas contenidas en una “Metafísica de los tubos”.
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