Muchas historias se cuentan en torno al Cerro Grande, símbolo de la capital del estado, sin embargo, aquellas que más llaman la atención, son las que hablan sobre presuntos tesoros ocultos y olvidados en sus entrañas. Muchas de esas historias, involucran a personajes de la revolución, o incluso tienen sus orígenes durante ese lapso de la historia del país.
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Qué capitalino no ha escuchado mencionar que, el mismo Centauro del Norte, el General Francisco Villa, utilizaba este lugar como “caja fuerte” para ocultar sus botines de guerra, aquellos con los que solventaba su movimiento revolucionario y que, tras su muerte, habrían quedado olvidados, más bien perdidos, a la espera de que algún osado explorador encuentre algún día el lugar donde fueron sepultados dichos tesoros.
Sin embargo, la historia que hoy nos atañe, es quizás la que habría planteado la idea al revolucionario mexicano, pues data de tiempos incluso más remotos, cuando pioneros españoles arribaron al territorio y comenzaron a explotar las tierras de los nativos, así como sus recursos naturales.
Cuenta la leyenda que un grupo de colonos traicionó a sus compañeros durante los arduos trabajos de extracción de metales preciosos, huyendo con lo robado hacia la seguridad del Cerro Grande. Aunque la avaricia no necesita de ayuda para perturbar la mente del hombre o para nublar su juicio, afirmaban entonces que la culpa del crimen la habrían tenido los espíritus que resguardaban el territorio, como una especie de venganza por haber llegado a perturbar la paz de la tierra y de desplazar a sus nativos.
No fue poco el botín con que aquellos hombres pretendieron escapar luego de haber asesinado a sangre fría a sus compañeros para obtener la mayor ganancia posible, pues afirman que el monto del robo era superior a 300 kilos en oro puro, mismo que decidieron esconder bajo una enorme piedra en alguna parte media del cerro.
Pero al emprender el viaje de vuelta, los ladrones fueron sorprendidos por un grupo de colonos que, tras enterarse de la atrocidad cometida en contra de sus compatriotas, decidieron armar una comitiva para recuperar el botín y hacer pagar a los responsables por sus crímenes.
La desesperación que provocó en ellos el sentirse acorralados, obligó a los ladrones a bajar de manera apresurada por el lado más accidentado del terreno… sus cadáveres fueron encontrados más tarde, apilados uno sobre otro en medio de un charco de sangre, luego de que una roca se desprendiera y les hiciera caer en seco desde lo alto de un precipicio hasta los afilados riscos.
Sobra decir que el oro jamás fue encontrado, e incluso hay quienes afirman que ello se debe a que estas riquezas ocultas están protegidas por los espíritus de aquellos avaros delincuentes que, además, como si de santos patronos se tratase, protegen a todo ladrón que acude al Cerro Grande a resguardarse.
Cuentan que en algún lugar del Cerro Grande, existe tanto oro oculto que quien lograse encontrarlo, jamás volvería a verse en la necesidad, ni él ni sus descendientes lejanos, de trabajar para vivir.
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Con información de Adrián Berrios