Recientemente ocurrió lo que se temía, un fuerte sismo en el centro del país en el fatal 19 de septiembre. ¿Cómo es posible que ocurra esto? Exactamente en la misma fecha y casi a la misma hora. ¿Se debe esto a nuestras vibras, nuestra energía?, ¿nuestro miedo o predisposición atrajo al sismo?
Ante un evento tan impactante y significativo como un terremoto, todas las emociones se disparan, nos cuesta creer que algo capaz de cambiar tantas vidas en cuestión de segundos ocurra por casualidad. Así que naturalmente tendemos a buscar patrones que puedan ayudarnos a entender lo que ocurrió.
Así, que tras el sismo del pasado 19 de septiembre surgieron muchas reacciones que trataban de explicar lo que a simple vista parece “demasiada casualidad”.
Esto inspiró a mucha gente a especular sobre el tema. Y tal es el caso del actor de Televisa, José Ron, quien tuiteó sobre el tema: “Yo no sé ustedes, pero para mí no deberían hacer simulacros, atraen la energía! Somos energía! El estar pensando y haciendo simulacros se jala esa energía!”. A este dicho de inmediato se sumaron reacciones a favor y reacciones opuestas.
Se trataría de una opinión sin importancia, de no ser porque es compartida parcial o totalmente por muchos creyentes de las llamadas “energías” o “vibras”. Pero, ¿es esto posible? ¿la energía de los cuerpos, las emociones o las mentes humanas es capaz de influir en el medio ambiente como para causar un sismo?
¿Somos energía?
Según explica Arnaldo González Arias, del departamento de Física Aplicada, de la Universidad de La Habana, es fácil y relativamente acertado afirmar que “somos energía”, en tanto que las células humanas se dedican a absorber, acumular y liberar energía. En ese proceso hay formas conocidas de energía: Estas son la energía cinética, la potencial y la química, tipos de energías presentes en el ser humano que suelen desprenderse en forma de calor y de trabajo.
Es decir, el ser humano como todo ser vivo, intercambia energía constantemente con el medio ambiente, y todos los procesos de nuestro organismo, desde la digestión hasta la sinapsis (la comunicación entre las neuronas) son procesos de intercambio de energía.
Todas esas formas de energía que el cuerpo humano absorbe (por ejemplo, a través del calor del sol y los alimentos), son perfectamente medibles, ya sea en forma de temperatura, o las calorías que tiene la comida. Y es que la energía, por definición tiene un efecto en su interacción con la materia y los otros sistemas de energía con los que interactúa. Y estos efectos son observables por el simple hecho de que se trata de cambios.
En pocas palabras, la energía produce cambios cuando entra en contacto con cualquier elemento. Y estos cambios se pueden observar de manera directa o indirecta. Por ejemplo, la energía del sol tiene el efecto de que las plantas florecen y crecen.
Otras formas de energía invisibles, como el potencial gravitatorio se pueden observar por sus efectos, por ejemplo, el cambio de las mareas debido a la gravedad de la luna, o la aceleración de los objetos al caer atraídos por la gravedad de nuestro planeta.
También el campo magnético de la tierra es observable a simple vista cuando interactúa con las partículas liberadas por el sol y produce las luces que llamamos Aurora Boreal o Aurora Austral.
La energía se conoce por su magnitud, es decir por su efecto medible en su interacción, ya sea con materia o con otro sistema de energía.
¿Entonces, provocamos o no los terremotos?
Si, como dice José Ron, por pensar y hacer simulacros, pudiéramos atraer o provocar un fenómeno natural tan grande, esa interacción entre sistemas de energía (el de la mente humana) y el del movimiento de la tierra, sería fácilmente registrable y observable, podríamos medir su magnitud. Y no es el caso, nunca se ha encontrado nada que apunte a la existencia de ese fenómeno.
Aunque podríamos decir de una manera un poco poética que “somos energía”, definitivamente no existe una relación de causa y efecto que vaya de nuestros pensamientos a los fenómenos naturales. El sistema de energía de nuestras mentes, no interactúa con la energía potencial acumulada en las placas tectónicas que ocasionan los sismos.
Al contrario, los fenómenos naturales impactan en nuestra psique, llenándonos de emociones y dudas que nos obligan a buscar explicaciones y patrones en lo ocurrido.
Y, aunque nos parezca atractiva la idea de que podemos controlar la naturaleza con nuestras palabras, nuestros rituales o nuestro pensamiento, tenemos que reconocer nuestra humilde condición de seres humanos ante las inmensas fuerzas de la naturaleza. Por más extraño que nos parezca que un sismo se desarrolle en la misma fecha, definitivamente no lo causó la energía de nuestras mentes.