La carne asada es parte de la identidad y la cultura en el norte de México y en Chihuahua, de manera que una actividad común que une a las familias y a los grupos de amigos es juntarse para hacer una “carnita asada”. O bien, también somos grandes consumidores de hamburguesas, una de las comidas rápidas más populares a nivel mundial. Por desgracia, cada vez hay más estudios científicos que señalan los riesgos del consumo de carne, y es hora de que nos preocupemos por volver más variado el menú.
Además, el consumo de carnes rojas ha sido una parte fundamental de la dieta humana a lo largo de la historia, y la carne ofrece nutrientes de alta calidad como proteínas y hierro, sin embargo, en los últimos años, numerosos estudios han arrojado luz sobre los posibles peligros para la salud asociados con el exceso de ingestión de este tipo de alimentos.
Uno de los principales problemas vinculados al consumo excesivo de carnes rojas es su relación con enfermedades cardiovasculares. Estas carnes, ricas en grasas saturadas y colesterol, pueden contribuir al aumento del riesgo de enfermedades del corazón.
Estudios epidemiológicos sugieren que una dieta alta en carne roja puede estar asociada con niveles elevados de colesterol LDL (el llamado "colesterol malo"), un factor de riesgo conocido para enfermedades cardíacas.
Cancerígenos grado 1 y 2A
La relación entre el consumo de carnes rojas y el cáncer también ha sido objeto de investigación. La Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC), que forma parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), clasifica la carne procesada como un carcinógeno de grado 1, lo que significa que hay evidencia suficiente para afirmar que su consumo puede aumentar el riesgo de cáncer colorrectal. Esto incluye los productos como las carnes frías y los embutidos industrializados, como la salchicha y el jamón.
Lamentablemente, otro elemento común en las carnes asadas, las bebidas alcohólicas, también se consideran cancerígeno grado 1, ya que está comprobado que causa algún tipo de cáncer.
La carne roja no procesada también se ha clasificado como "probablemente carcinógena para los seres humanos", por lo que se considera cancerígeno tipo 2A.
Otro aspecto a considerar es la relación entre el consumo de carnes rojas y enfermedades crónicas. Algunos estudios sugieren que una dieta rica en carne roja podría contribuir al desarrollo de resistencia a la insulina, un factor clave en la diabetes tipo 2.
Además de los riesgos directos para la salud, el consumo excesivo de carnes rojas también está vinculado a problemas ambientales. La producción de carne, especialmente la intensiva, contribuye significativamente a la emisión de gases de efecto invernadero, deforestación y pérdida de biodiversidad, lo que plantea preocupaciones sobre la sostenibilidad a largo plazo.
¿Qué comemos, entonces?
Las carnes rojas pueden proporcionar nutrientes esenciales, y son una parte importante de la economía y la alimentación mundial. Sin embargo, su consumo excesivo puede conllevar riesgos para la salud individual y para el medioambiente.
Por ello adoptar una dieta equilibrada que incluya una variedad de fuentes de proteínas, como pescado, legumbres y fuentes vegetales, puede ser beneficioso para la salud a largo plazo. Por ejemplo, completando nuestras tradicionales carnes asadas precisamente con verduras y legumbres asadas, como papas, calabacitas, berenjenas y hongos. Además de reduciendo el consumo de carne sustituyéndola con soya, champiñones u otros alimentos de origen vegetal.
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Además, hay alimentos que tienen antioxidantes, como las frutas y verduras frescas, el té verde, el café y muchos otros. Y su consumo regular puede ayudar a reducir el riesgo de cáncer y otras enfermedades.
Como siempre, es recomendable consultar con profesionales de la salud y nutriólogos para obtener orientación personalizada sobre las elecciones alimenticias más adecuadas.