El Día de Muertos es una de las tradiciones más emblemáticas de México, una festividad que cada año reúne a familias, comunidades y personas alrededor del mundo para recordar a sus seres queridos que ya no están físicamente presentes. Aunque esta celebración es ampliamente reconocida por sus coloridas ofrendas, calaveras de azúcar, papel picado y flores de cempasúchil, pocos conocen en profundidad el origen de esta tradición que ha evolucionado a lo largo de siglos, fusionando creencias prehispánicas y elementos cristianos.
Raíces prehispánicas y la conquista
Antes de la llegada de los españoles, diversas culturas indígenas de Mesoamérica, como los mexicas, los mayas y los purépechas, ya tenían rituales dedicados a la muerte. Estos pueblos veían la muerte no como un final, sino como una transición hacia otra forma de existencia. Para ellos, honrar a los muertos era un deber sagrado, y las ceremonias en su honor se llevaban a cabo en diversas épocas del año, dependiendo de la región y la cultura. Estas tradiciones incluían la creación de altares y la ofrenda de alimentos y objetos valiosos para ayudar a los difuntos en su viaje al más allá.
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Con la conquista española en el siglo XVI, las costumbres religiosas europeas, como el Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos, se impusieron en las colonias americanas. Sin embargo, en lugar de eliminar por completo las creencias indígenas, lo que ocurrió fue una fusión de ambas tradiciones. La celebración indígena de la muerte fue incorporada al calendario cristiano, coincidiendo con las festividades del 1 y 2 de noviembre. Esta mezcla de creencias dio origen al Día de Muertos tal como lo conocemos hoy.
El viaje al Mictlán
En las culturas prehispánicas de Mesoamérica, la muerte era vista como una etapa de transición hacia otra vida, no como un final definitivo. Los mexicas, en particular, creían que al morir, el alma de una persona emprendía un largo y complicado viaje hacia el Mictlán, el inframundo gobernado por Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl. Este viaje no era sencillo; el alma debía pasar por diversos desafíos y obstáculos antes de poder alcanzar su destino final.
El trayecto al Mictlán duraba aproximadamente cuatro años y estaba lleno de pruebas. Los difuntos debían cruzar ríos, montañas y enfrentar vientos cortantes, además de superar encuentros con criaturas mitológicas. Para ayudarlos en su travesía, las familias de los fallecidos realizaban ofrendas y rituales funerarios, colocando objetos valiosos, como joyas, y alimentos para que los acompañaran y les dieran fuerza en su camino.
Uno de los primeros obstáculos era atravesar el río Apanohuacalhuia, el cual debía cruzarse con la ayuda de un perro xoloitzcuintle. Estos perros eran considerados guías espirituales y, en muchos casos, eran sacrificados y enterrados junto al difunto para ayudarle en su travesía. Tras superar múltiples retos, finalmente el alma llegaba ante Mictlantecuhtli, donde, después de entregar sus ofrendas y superar las pruebas, encontraba descanso eterno.
Esta creencia en el viaje al Mictlán reflejaba la importancia de la muerte en la vida cotidiana de las culturas prehispánicas. Lejos de ser temida, la muerte era vista como una transición natural que requería preparación y acompañamiento espiritual, creencias que hoy en día forman parte de la esencia del Día de Muertos en México.
Los elementos de la celebración
Uno de los aspectos más distintivos del Día de Muertos es el altar u ofrenda, donde se colocan diversos elementos simbólicos. Las velas representan la luz que guía a los espíritus, el agua es para saciar su sed después del largo viaje, y la comida favorita de los difuntos se ofrece como muestra de cariño. Las calaveras de azúcar, que pueden parecer un símbolo macabro para algunos, son una representación juguetona de la muerte, vista con humor y aceptación por los mexicanos. Además, las flores de cempasúchil, con su color vibrante y aroma intenso, se cree que guían a los espíritus hacia sus altares.
El papel de las comunidades indígenas
A pesar de que la festividad se ha expandido y adaptado a lo largo de los años, muchas comunidades indígenas en México han mantenido vivas sus formas tradicionales de celebrar a los muertos. En lugares como Oaxaca, Michoacán y el Estado de México, se realizan rituales ancestrales que incluyen danzas, música y ceremonias que mantienen un fuerte vínculo con las raíces prehispánicas. Estas comunidades consideran el Día de Muertos no solo como un día de fiesta, sino como un momento sagrado para conectar con sus ancestros.
En la cosmovisión indígena, la vida y la muerte son dos aspectos inseparables de un ciclo natural. La muerte no es temida ni evitada, sino que se acepta como una etapa más del camino. Este enfoque contrasta con la visión occidental, que a menudo asocia la muerte con el luto y la tristeza. En México, el Día de Muertos es una oportunidad para celebrar la vida de quienes han partido, recordarlos con alegría y mantener su memoria viva.
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Patrimonio de la Humanidad, ¿cómo se celebra hoy en día?
En 2008, la Unesco declaró al Día de Muertos como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, reconociendo la importancia de esta festividad como parte de la identidad mexicana. Este reconocimiento ha ayudado a preservar y promover la tradición a nivel global, destacando su valor cultural y su capacidad para unir a las personas en torno a una creencia compartida.
En la actualidad, el Día de Muertos ha trascendido las fronteras de México y es celebrado en varios países. En grandes ciudades mexicanas, como Ciudad de México, se organizan desfiles, exposiciones y concursos de altares, mientras que en regiones rurales la festividad conserva un carácter más íntimo y familiar. Las películas, series y canciones también han ayudado a popularizar esta tradición a nivel internacional, con obras como Coco de Disney Pixar, que presentó el Día de Muertos a una audiencia global o El Libro de La Vida.
La importancia de recordar
El Día de Muertos nos invita a reflexionar sobre la importancia de recordar a nuestros difuntos y honrar su legado. A través de los altares, las ofrendas y los recuerdos, los muertos regresan simbólicamente al mundo de los vivos, al menos por una noche, para ser parte de nuestras vidas nuevamente. Esta tradición nos enseña que, aunque físicamente no estén presentes, los seres queridos nunca desaparecen del todo.
El Día de Muertos es mucho más que una fiesta tradicional. Es un recordatorio de que la muerte es parte de la vida y que nuestros antepasados, a través de sus historias, siguen siendo parte de quienes somos. Cada año, millones de personas se reúnen para celebrar a sus muertos, preservando una de las tradiciones más profundas y significativas de México, una tradición que, sin duda, seguirá viva por muchas generaciones más.
Publicada originalmente en El Sol de Parral