A grandes males, grandes remedios.
En este extremoso desierto siempre ha llovido, aunque a veces en forma de tromba y de un solo golpe, como si no pudiera llover pausado y en calma. Normalmente han surgido soluciones para paliar los negativos efectos de las tormentas, merced a la solidaridad de gobierno y empresarios. Lo que no había sido posible, hasta hace poco, era que emergiera una fundación que procurara el bien común en el largo plazo y desde una perspectiva integral.
Un antecedente lejano.
Los mecanismos de solidaridad tienen un interesante antecedente en la Junta Central de Caridad en Chihuahua para Arbitrar Recursos en Favor de los Inundados de León y Silao, decretada por el gobernador Lauro Carrillo en 1888. Alejandro Creel la refiere en sus Apuntes para una biografía de Enrique Creel. Para lograr su objetivo la Junta se abocó a realizar diversas actividades que apelaban a la solidaridad y a la fiesta de los chihuahuenses: comidas, corridas de toros, bailes, comedias y jamaicas (o kermeses) mediante las que reunió poco más de 10 mil pesos –de aquéllos- para tales efectos.
En la Junta Central de Caridad, Enrique Creel, fungió en la práctica como secretario y tesorero, según se colige del documento citado, y los vocales fueron otros empresarios y funcionarios destacados en aquel tiempo: Tomás Macmanus, Antonio Asúnsolo, Ulises Bezaury, Pedro Prieto, Juan Terrazas, Tranquilino Navarro y Pablo Ochoa (el poeta romántico). José de la Luz Corral, sacerdote católico, la presidió; y el militar Julio Cervantes fue su vicepresidente. De modo que empresarios, Iglesia y Ejército conformaron una Junta para ayudar al Bajío.
Inundaciones en Parral y Chihuahua.
En Parral, los desastres pluviales, igual que en Chihuahua capital, se suceden cada determinado tiempo. El Sol de Parral, alude a testimonios de 1836 y recoge los de 1944 y de 2008. El Heraldo de Chihuahua registra desgracias humanas a principios de los años 30, en 1954 y, por supuesto, en 1990, fecha de aquella tromba terrible que, paradójicamente, sacó a flote al samaritano que los chihuahuenses llevaban dentro.
Carlos Montemayor relata que, en el estío de 1944, Parral se convirtió en un inmenso lago y que las lápidas fueron reventadas dejando restos mortales a la intemperie, navegando en el agua. Las pérdidas humanas y materiales eran escandalosas. Mil viviendas se vinieron abajo, 3 mil 500 personas perdieron un techo para guarecerse, más de treinta vecinos pasaron a mejor vida y el famoso “Cuadrado”, dejó su último aliento tratando de mantener al prójimo a salvo. Para 2008, de nuevo los cadáveres nadaron sobre la embravecida corriente.
Inundación de 1954
En 1954, Chihuahua resintió dos golpes consecutivos al bolsillo popular. Primero, el Gobierno de Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958) decretó una devaluación del peso frente al dólar (de 4.5 pesos x 1 dólar pasó la paridad a 12.5 x 1) que dejó mermas en los presupuestos. Adicionalmente, los chihuahuenses sufrieron el advenimiento de una tromba violenta que dejó a muchos vecinos literalmente en la calle.
Aclaramos que el Río Chuvíscar no estaba canalizado entonces. También hace falta explicar que otros arroyos alimentadores, como La Canoa (cuyo trayecto recorre el actual boulevard Díaz Ordaz, canalizado por el empresario ferretero y alcalde Ramón Reyes entre 1968 y 1971) y La Manteca (encausado en 1933 por Rodrigo Quevedo y que descendía por detrás del parque de la Regla y surcaba calles de las colonias Centro y Obrera), desbordaron sus cauces y voltearon al revés la ciudad.
En las trombas, los aleatorios afluentes del Chuvíscar, igualmente buscaban su espacio para ir a dar al río. Sus crecientes levantaban casas de adobe, huertas periféricas y arrastraban despojos por las viejas calles del centro de la ciudad que tenían (y tienen algunas todavía) un trazo irregular por razones defensivas, que datan de los tiempos en que los apaches invadían la ciudad y era necesario complicarles su paso por las calles. Con el tiempo, y el crecimiento de la mancha urbana, otros arroyos han presentado el mismo problema.
Los Comités de damnificados.
Afortunadamente, en Chihuahua, de nuevo las organizaciones empresariales se unieron en 1954 para paliar las angustias de los desfavorecidos. El embotellador Carlos Aún, fue nombrado tesorero del Comité de Damnificados de Chihuahua y los diarios publicaron con todo detalle las razones sociales y/o los nombres propios de los distintos donadores; incluso se anotaron las cantidades erogadas para sumar el total.
Idénticas comisiones solidarias del sector privado se establecieron ante desastres naturales que ocurrieron, lo mismo en Villa Ahumada que en regiones de Coahuila, Tamaulipas o el Bajío. Los diarios convocaban y daban a conocer los términos y los montos aportados por los líderes empresariales. A través de las Cámaras de Industria y Comercio, los dirigentes verificaban el ingreso y la dispersión de los recursos.
La tromba de 1990.
En septiembre de 1990, un despiadado ciclón azotó a Chihuahua, como sabemos. Arrastró héroes e inocentes en su tempestuosa corriente. Solo que esta vez el desastre dejó una honda reflexión y permitió que un árbol ciudadano brotara. Nos externa Samuel Kalisch que los promotores de la FECHAC, no tenían en mente los modelos de anteriores obras benéficas como el ICHES o la AMAS, mucho menos las Juntas de Asistencia Privada. A diferencia de otras instituciones, la FECHAC no importó su modelo de Estados Unidos, ni adaptó alguna idea de otros estados del país.
Quizás por esa razón, el diseño de la FECHAC fue más allá que las respuestas históricas que tenemos registro. Tal vez la escasez de agua y la crudeza del clima hayan ayudado a diseñar mejor la respuesta a los desastres de la naturaleza. El liderazgo de tres empresarios (dos de ellos autoridades públicas) también fue muy importante. Pero la clave fue el auto impuesto que le da suficiencia a la FECHAC y que llama la atención de propios y extraños por su largueza. Pero de ese y otros tópicos, hablaremos en subsiguientes entregas.