Antecedentes
A fines del siglo XX, el Palacio Federal que había mandado construir Porfirio Díaz, en 1910, para conmemorar el centenario de la independencia y que había albergado distintas oficinas federales, sufría de deterioros, tanto en sus actividades como en su mantenimiento. La idea inicial de renovarlo y devolverle su esplendor fue del entonces gobernador del Estado, Patricio Martínez García. Al ser un edificio federal, se planteaba la pregunta de cómo podría el Estado de Chihuahua encargarse de él. Era el sexenio de 1998-2004.
El edificio adolecía de buenos servicios y mantenimiento adecuado, ya fueran ausencias como de aire acondicionado, ya fuesen desperfectos como de la calefacción; o también la necesidad de reposición de mosaicos y pisos, hechos éstos a base de vidrio ahumado. Faltaban también cristales de la imponente bóveda superior, amén del resane y pintura de columnas y muros. Se imponía la rehabilitación del edificio representativo de la Federación en Chihuahua, alegoría de los tiempos políticos de esa época.
El Fideicomiso público y la Promotora cultural privada
En el año 2000, asumió la titularidad del Ejecutivo federal, otro ex dirigente de la Iniciativa Privada, Vicente Fox Quesada. Además, se hallaban dos chihuahuenses en la Secretaría de la Contraloría y Desarrollo Administrativo, Francisco Javier Barrio Terrazas y Eduardo Romero Ramos, secretario y subsecretario, respectivamente. Los dos con carreras en el sector privado, coincidían ahora en el sector público. El segundo de ellos asumió la promoción del proyecto enfocado a hacer de Chihuahua ese importante Palacio Federal, casi centenario.
Algunos empresarios, como Guillermo Luján Peña y Eugenio Baeza Montes, exploraron ideas y sugirieron la creación de un Fideicomiso que permitiese al poder federal, entregar al poder estatal el inmueble, mediante la figura de comodato. En el diseño, se especificaron cláusulas importantes. Entre otras condiciones, se debía incluir a empresarios en la conformación del Fideicomiso y, el antiguo Palacio, se entregaría a la función de Museo de Patrimonio Cultural, un concepto de la antropología que el gobierno pretendía extender a todo el país.
Salvador Miranda, Norma Almeida y Jaime Creel, encabezados por Federico Terrazas, entre otros, conformaron una Promotora Cultural privada, que interactuaba con los tres órdenes de gobierno, todos dentro del Fideicomiso encargado de rehabilitar y mantener el inmueble y dedicarlo a promover la herencia cultural de los chihuahuenses, un legado ya fuera histórico, territorial, ecológico, social, lingüístico, étnico y artístico. Cultural, en su sentido más amplio.
2006, arranque y continuidad de actividades
Tanto el gobierno federal como el estatal aportaron importantes cantidades de recursos. El Ayuntamiento y la Iniciativa Privada completaron un presupuesto abultado que rondó los 200 millones de pesos, inicialmente. La inauguración del Museo Casa Chihuahua, le tocó a otros representantes populares, distintos a los que participaron en su planeación y final concreción. El gobernador José Reyes Baeza Terrazas encabezó la reapertura del palacio, llamado a cuidar el patrimonio visible e intangible de los chihuahuenses.
En más de una ocasión, se ha considerado que la inversión, el mantenimiento y el objeto del antiguo Palacio Federal habrían de dedicarse de manera permanente a otras tareas. Como si el Patrimonio Cultural no fuese una riqueza por sí misma y como si no se pudiese incrementar su rentabilidad cuando se cuida y promueve. En cuando bajamos el valor del patrimonio cultural, en esa proporción nos devaluamos como pueblo ante la globalidad. Así pues, los consejeros del Museo, han invertido aún más, cuando ha sido necesario rescatar el equilibrio del proyecto.
Algunas muestras recordadas
Con motivo del aniversario número 300 de la fundación de la ciudad y dentro de los festejos organizados por la Comisión encabezada por Matías Mesta Soulé, la Casa Chihuahua abrió sus espacios a la exposición Formas Turgentes con obras de David Alfaro Siqueiros. En ese mismo año, pudimos contemplar ejemplares de la cerámica de Casas Grandes, actualmente celebrada en todas partes del mundo. Acompañó a ambas exhibiciones, la dedicada a Paquimé y los colores de la tierra. Sin proponernos realizar una crítica de arte, podemos decir que tanto el pasado étnico y geotérmico del paisaje, se asimiló en los grabados de Alfaro Siqueiros.
Para el año 2010, no obstante las recordaciones a personajes revolucionarios como Abraham González, se impuso la fina imagen que dejaron los jesuitas, misioneros de las barrancas y quizás únicos verdaderos interlocutores de los pueblos originarios de Chihuahua. Su expulsión física de estos territorios en el último cuarto del lejano siglo XVIII, no hizo sino transparentar aún más su huella espiritual sobre la corteza de esta tierra y nos permite todavía pensar en una cordial coexistencia entre los viejos y los nuevos habitantes de esta provincia. La Madre Teresa de Calcuta, con su testimonio “amar hasta que duela”, completó este profundo soplo del alma.
Otras temporadas posteriores, celebraron escenas de la vida menonita en su 90 aniversario en el occidente del Estado, preludio del año próximo en que cumplirán 100. De ese modo, vimos ejemplos de la cultura vaquera, famosa forma de vivir del llano, otrora dominado por apaches, quienes han legado usos y costumbres al vaquero chihuahuense. Conjuntamente, apreciamos rasgos de los añejos hábitos mineros en la sierra Tarahumara, en los principales asentamientos que emergieron hacia el oeste y sur de la entidad. Con ello, recordamos de dónde venimos y porqué somos de un cierto carácter paradójico: hospitalario y seco, levantisco y tranquilo.
La mejora de nuestra propia Casa
Bajo la presidencia de Velia Rojas de Márquez, Casa Chihuahua invita hoy a que reconocer y revaluar otras herencias. Por ejemplo: la gran industria porfiriana que nos hizo famosos en el orbe, la memoria de tres bancos chihuahuenses de circuitos nacionales. Tal vez aún nos falte aquilatar más el valor de los recursos naturales, energías renovables y climas de excepción. Incluso, el hecho de ser una provincia en que varias religiones han coexistido y en donde distintos pueblos inmigrantes han sabido trabajar juntos y hacer suya esta tierra.