/ lunes 11 de noviembre de 2024

En el rancho El Búfalo, Caro Quintero construyó su imperio en Chihuahua

Cuatro décadas atrás, Caro Quintero compró 800 hectáreas y en la parte alta de la montaña enclavada en Chihuahua edificó su centro de operaciones hasta la “Operación Pacífico”

Llegar a la Colonia Búfalo no es problema, acercarse siquiera a lo que era el rancho de Rafael Caro Quintero no lo recomiendan los lugareños y sí, se comprueba que en ese punto que ya no hay carretera sino brechas, sólo se circula con “autorización” de las células delictivas en esa zona desértica del municipio de Allende, donde hoy como hace 40 años, todo el pueblo sabe que ahí están los narcotraficantes y ni voltean a verlos.

El trayecto hacia ese sitio que alguna vez fue propiedad de uno de los capos más poderosos de México no es para curiosos. La carretera se acaba antes de llegar a Colonia Búfalo y hay que continuar por brechas mal trazadas e improvisadas que se pierden entre los matorrales y el desierto.

Los pocos habitantes que residen a la redonda avisan con cautela: “Mejor no vayan más adelante”, aunque el “Narco de Narcos” no está ahí desde 1985 que lo detuvieron. El control cambió de manos y hoy en día es un corredor utilizado hacia el sur por miembros del Cártel de Sinaloa y hacia el norte, por integrantes del Cártel de Juárez, en un límite endeble para unos y otros.

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Ante las ruinas de un pasado y presente violento, en Colonia Búfalo se respira el miedo y la soledad. Cuatro décadas atrás, Caro Quintero compró 800 hectáreas y en la parte alta de la montaña edificó su centro de operaciones, un rancho que acondicionó para convertirlo en la sede fabril de exportación de marihuana a Estados Unidos.

Como se publicó en El Heraldo de Chihuahua y El Sol de Parral, el rancho recibía cargamentos de cannabis que eran traídos de estados como Oaxaca, Sinaloa, Durango, Coahuila y Chihuahua (sembrada en los municipios vecinos de Camargo y Jiménez). Allí se empaquetaban toneladas y dos camiones salían por semana para cruzar la frontera por la ruta de Ojinaga y venderlas del “otro lado”.

Fotoarte: Rodolfo Gómez García

Detrás de los cerros que se encuentran a 20 kilómetros de la ranchería más cercana, existía un secadero de marihuana que se ocultaba en un hoyo. Ahí se concentraba toda la droga y era empaquetada por al menos 2 mil personas –entre ellas 100 mujeres— que en su momento fueron arrestadas y trasladadas a la ciudad de Chihuahua, según las crónicas periodísticas de la época.

Ningún “pez gordo” fue detenido aquel 8 de noviembre de 1984 que arribaron por tierra y aire. Unos 300 elementos del Ejército Mexicano, de la entonces Procuraduría General de la República (PGR) y agentes de apoyo que decomisaron la mercancía y arrestaron a 500 campesinos, y al día siguiente otros tantos para un total de 2 mil 67 personas dedicadas a la siembra y empaquetado, a quienes enviaron a sus lugares de origen.

No obstante, las publicaciones periodísticas dieron cuenta de que miles de jornaleros fueron alertados o se escabulleron durante la llamada “Operación Pacífico”, pues se hablaba de que trabajaban unas 10 mil personas que eran explotadas laboralmente con jornadas extenuantes y en precarias condiciones.

Una semana después, el representante de la PGR, Manuel Mondragón, informaba a los medios de la época sobre la captura de nueve mandos medios, a quienes adjudicaban la siembra y comercialización de marihuana, además de la muerte de algunos campesinos “porque se portaban rebeldes o sabían demasiado”.

“Era una montaña de marihuana… Tardó días en apagarse”

Hilario Mendoza es uno de los ocho ejidatarios a quienes el gobierno federal distribuyó los terrenos expropiados a Caro Quintero equivalentes a 100 hectáreas. Los terrenos repartidos a cada uno se sumaban a los que ellos ya tenían en esa área.

Hilario recuerda que en Búfalo sólo se secaba la planta y se hacía el empaquetado para venderla a los gringos, ya que los cultivos estaban rumbo a Camargo y Jiménez, municipios colindantes con Allende.

“El decomiso de tanta droga (oficialmente 5 mil toneladas de marihuana) hizo famoso al rancho, los militares juntaron las plantas y se formó como otra montaña de pura marihuana, como unos 5 metros de altura, a la que luego le prendieron fuego… Tardó días en apagarse”.

Entonces se calculó que 5 mil millones de dólares en droga fueron destruidos como un logro de la Operación Pacífico y un golpe al denominado Cártel de Guadalajara.

A sus 76 años, el ejidatario rememora que en cuanto se fueron policías y soldados, en el lugar “sólo quedaron tiradas las cobijas de quienes trabajaban ahí y un montón de semillas esparcidas que se les olvidaron o se esparcieron con la destrucción pero cada vez que llovía, germinaban y entonces volvían los militares para remover los remanentes. Así estuvieron varios años”.

Quema de cinco mil toneladas de marihuana en el Rancho El Búfalo. Foto: Hemeroteca de El Heraldo de Chihuahua

Don Hilario narra que en la primera mitad de la década de 1980 contrataron a muchos jornaleros.

“Podrían ser los 10 mil que el gobierno dijo, lo que sí es que durante tres años trajeron gente de otros estados, de aquí no contrataban y los veíamos cuando bajaban de la montaña para surtirse de víveres en la tienda. Ellos decían que trabajaban en la pizca de la manzana, así le empezamos a decir los demás para referirnos a lo que hacían en el rancho aunque todos sabíamos que aquí no se da esa fruta… Era mejor no saber”.

Tras la detención de Rafael Caro Quintero, los jornaleros de la zona migraron a Estados Unidos, solo unos cuantos se quedaron en las tierras desérticas a cuidar ganado. Foto: Isaac Molina / El Sol de Parral

Los periódicos de la Organización Editorial Mexicana en Chihuahua documentaron en esa época que 10 mil o no, eran miles de jornaleros que vivían en condiciones de aislamiento absoluto como en campos de concentración, lejos de áreas urbanizadas y los capataces vigilaban con quién hablaban.

Cuando a Don Hilario se le pregunta si recuerda el nombre de algún trabajador que pasaba por el rancho, su respuesta es un susurro, casi como si hablara consigo mismo: “Eran tantos, venían y se iban… Eran como sombras”.

Así era la zona de dormitorios para los jornaleros… vivían hacinados. Foto: Hemeroteca de El Heraldo de Chihuahua


Buscadores de tesoros iban por armas y dólares

“Unos días después de que Caro Quintero salió de la cárcel en 2013, llegaron unos hombres que en tono amenazador me dijeron que el señor iba a venir a reclamar su tierra”, dice don Hilario, quien ha vivido cerca de Búfalo toda su vida.

“Les respondí: que venga, ¿yo qué? Sí me dieron más hectáreas que están igual de secas que entonces y es escaso el acceso al agua, ni que me hubiera hecho millonario… Pero nunca se aprontó por aquí, igual que cuando éramos vecinos en aquellos años y no lo veíamos, sólo el paso de las camionetas y la gente hacia el cerro”.

Cuatro décadas atrás, Caro Quintero compró 800 hectáreas y en la parte alta de la montaña edificó su centro de operaciones. Foto: Hemeroteca de El Heraldo de Chihuahua

La fama histórica del Rancho de Muriel, como se le conocía previamente al sitio que el narcotraficante adquirió para trabajar la droga, hizo que lo renombraran como el rancho de Búfalo y después de la noticia del aseguramiento, muchos de los pobladores de esa colonia ejidal –alrededor de 800 personas— buscaron en cada rincón de tierra removida algún “entierro” de armas o dólares.

“A los días de que se fueron los primeros soldados tomé mi caballo y me puse a levantar las rocas para ver si la suerte me sonreía, pero no, aún recorro estos pastizales con la esperanza de encontrar algo”.

Nada se encontró, hasta donde se sabe, pero la leyenda persiste y todavía en la actualidad Hilario Mendoza y su esposa señalan que de vez en cuando vienen buscadores de tesoros quienes exploran en los alrededores, porque ese rancho como tal, ya tiene dueño y se dedica a la ganadería.

Fotoarte: Rodolfo Gómez García


Han pasado 40 años desde aquel día en que el cielo de Búfalo y sus alrededores se llenó de humo y los caminos se inundaron de militares.

“Lo que quedaba de esa hierbita se lo llevó el Ejército, aquí ya no queda nada… El silencio es lo único que nos acompaña”, recalca don Hilario. “Lo que sí es que entonces como ahora se ven pasar camionetas que cortan el polvo de la terracería, apremia algo en el pecho si habrá un enfrentamiento porque la inseguridad por acá, no da tregua”.

El Búfalo se quedó con solo 200 habitantes que sobreviven cuidando ganado, entre el miedo de la inseguridad del estado. Foto: Isaac Molina / El Sol de Parral

De epicentro a corredor de cárteles

En la década de 1980, Colonia Búfalo llegó a tener casi 800 pobladores y hoy por hoy apenas supera los 200 habitantes.

A 30 minutos de la cabecera municipal de Allende queda un expendio de bebidas alcohólicas, una tienda de abarrotes, dos escuelas, un pequeño centro de salud y decenas de viviendas, algunas de las cuales parecieran estar vacías.

Jornaleros durante la Operación del Pacífico. Foto: Hemeroteca de El Heraldo de Chihuahua

En sus parajes, la rutina transcurre bajo el mismo sol abrasador que conocieron los jornaleros de hace cuatro décadas. A partir de la Operación Pacífico, muchos migraron a Estados Unidos y los que quedan como Hilario Mendoza y su esposa cuidan unos cuantos animales y otros se dedican al nogal.

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Cerca de esta región ejidal, está la carretera Jiménez-Parral y de ahí hacia Guachochi y Guadalupe y Calvo, el ancla del Triángulo Dorado en la Sierra Tarahumara; otra salida carretera interconecta con la Comarca Lagunera y hacia el norte, rumbo a Camargo los caminos llevan a Coyame, Ojinaga y Guadalupe Distrito Bravos, lo que sigue ya es Juárez.

Para los lugareños, la única diferencia entre la era de Caro Quintero y la de los cárteles que hoy se disputan el territorio estatal es el fuego cruzado derivado de constantes enfrentamientos desde Ojinaga hasta Jiménez y Parral, ante lo cual se resguardan en sus viviendas y prefieren no mirar, no escuchar, no decir…

Con colaboración de Isaac Molina | Luis Prieto / El Sol de Parral

Nota: El Sol de Parral

Llegar a la Colonia Búfalo no es problema, acercarse siquiera a lo que era el rancho de Rafael Caro Quintero no lo recomiendan los lugareños y sí, se comprueba que en ese punto que ya no hay carretera sino brechas, sólo se circula con “autorización” de las células delictivas en esa zona desértica del municipio de Allende, donde hoy como hace 40 años, todo el pueblo sabe que ahí están los narcotraficantes y ni voltean a verlos.

El trayecto hacia ese sitio que alguna vez fue propiedad de uno de los capos más poderosos de México no es para curiosos. La carretera se acaba antes de llegar a Colonia Búfalo y hay que continuar por brechas mal trazadas e improvisadas que se pierden entre los matorrales y el desierto.

Los pocos habitantes que residen a la redonda avisan con cautela: “Mejor no vayan más adelante”, aunque el “Narco de Narcos” no está ahí desde 1985 que lo detuvieron. El control cambió de manos y hoy en día es un corredor utilizado hacia el sur por miembros del Cártel de Sinaloa y hacia el norte, por integrantes del Cártel de Juárez, en un límite endeble para unos y otros.

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Ante las ruinas de un pasado y presente violento, en Colonia Búfalo se respira el miedo y la soledad. Cuatro décadas atrás, Caro Quintero compró 800 hectáreas y en la parte alta de la montaña edificó su centro de operaciones, un rancho que acondicionó para convertirlo en la sede fabril de exportación de marihuana a Estados Unidos.

Como se publicó en El Heraldo de Chihuahua y El Sol de Parral, el rancho recibía cargamentos de cannabis que eran traídos de estados como Oaxaca, Sinaloa, Durango, Coahuila y Chihuahua (sembrada en los municipios vecinos de Camargo y Jiménez). Allí se empaquetaban toneladas y dos camiones salían por semana para cruzar la frontera por la ruta de Ojinaga y venderlas del “otro lado”.

Fotoarte: Rodolfo Gómez García

Detrás de los cerros que se encuentran a 20 kilómetros de la ranchería más cercana, existía un secadero de marihuana que se ocultaba en un hoyo. Ahí se concentraba toda la droga y era empaquetada por al menos 2 mil personas –entre ellas 100 mujeres— que en su momento fueron arrestadas y trasladadas a la ciudad de Chihuahua, según las crónicas periodísticas de la época.

Ningún “pez gordo” fue detenido aquel 8 de noviembre de 1984 que arribaron por tierra y aire. Unos 300 elementos del Ejército Mexicano, de la entonces Procuraduría General de la República (PGR) y agentes de apoyo que decomisaron la mercancía y arrestaron a 500 campesinos, y al día siguiente otros tantos para un total de 2 mil 67 personas dedicadas a la siembra y empaquetado, a quienes enviaron a sus lugares de origen.

No obstante, las publicaciones periodísticas dieron cuenta de que miles de jornaleros fueron alertados o se escabulleron durante la llamada “Operación Pacífico”, pues se hablaba de que trabajaban unas 10 mil personas que eran explotadas laboralmente con jornadas extenuantes y en precarias condiciones.

Una semana después, el representante de la PGR, Manuel Mondragón, informaba a los medios de la época sobre la captura de nueve mandos medios, a quienes adjudicaban la siembra y comercialización de marihuana, además de la muerte de algunos campesinos “porque se portaban rebeldes o sabían demasiado”.

“Era una montaña de marihuana… Tardó días en apagarse”

Hilario Mendoza es uno de los ocho ejidatarios a quienes el gobierno federal distribuyó los terrenos expropiados a Caro Quintero equivalentes a 100 hectáreas. Los terrenos repartidos a cada uno se sumaban a los que ellos ya tenían en esa área.

Hilario recuerda que en Búfalo sólo se secaba la planta y se hacía el empaquetado para venderla a los gringos, ya que los cultivos estaban rumbo a Camargo y Jiménez, municipios colindantes con Allende.

“El decomiso de tanta droga (oficialmente 5 mil toneladas de marihuana) hizo famoso al rancho, los militares juntaron las plantas y se formó como otra montaña de pura marihuana, como unos 5 metros de altura, a la que luego le prendieron fuego… Tardó días en apagarse”.

Entonces se calculó que 5 mil millones de dólares en droga fueron destruidos como un logro de la Operación Pacífico y un golpe al denominado Cártel de Guadalajara.

A sus 76 años, el ejidatario rememora que en cuanto se fueron policías y soldados, en el lugar “sólo quedaron tiradas las cobijas de quienes trabajaban ahí y un montón de semillas esparcidas que se les olvidaron o se esparcieron con la destrucción pero cada vez que llovía, germinaban y entonces volvían los militares para remover los remanentes. Así estuvieron varios años”.

Quema de cinco mil toneladas de marihuana en el Rancho El Búfalo. Foto: Hemeroteca de El Heraldo de Chihuahua

Don Hilario narra que en la primera mitad de la década de 1980 contrataron a muchos jornaleros.

“Podrían ser los 10 mil que el gobierno dijo, lo que sí es que durante tres años trajeron gente de otros estados, de aquí no contrataban y los veíamos cuando bajaban de la montaña para surtirse de víveres en la tienda. Ellos decían que trabajaban en la pizca de la manzana, así le empezamos a decir los demás para referirnos a lo que hacían en el rancho aunque todos sabíamos que aquí no se da esa fruta… Era mejor no saber”.

Tras la detención de Rafael Caro Quintero, los jornaleros de la zona migraron a Estados Unidos, solo unos cuantos se quedaron en las tierras desérticas a cuidar ganado. Foto: Isaac Molina / El Sol de Parral

Los periódicos de la Organización Editorial Mexicana en Chihuahua documentaron en esa época que 10 mil o no, eran miles de jornaleros que vivían en condiciones de aislamiento absoluto como en campos de concentración, lejos de áreas urbanizadas y los capataces vigilaban con quién hablaban.

Cuando a Don Hilario se le pregunta si recuerda el nombre de algún trabajador que pasaba por el rancho, su respuesta es un susurro, casi como si hablara consigo mismo: “Eran tantos, venían y se iban… Eran como sombras”.

Así era la zona de dormitorios para los jornaleros… vivían hacinados. Foto: Hemeroteca de El Heraldo de Chihuahua


Buscadores de tesoros iban por armas y dólares

“Unos días después de que Caro Quintero salió de la cárcel en 2013, llegaron unos hombres que en tono amenazador me dijeron que el señor iba a venir a reclamar su tierra”, dice don Hilario, quien ha vivido cerca de Búfalo toda su vida.

“Les respondí: que venga, ¿yo qué? Sí me dieron más hectáreas que están igual de secas que entonces y es escaso el acceso al agua, ni que me hubiera hecho millonario… Pero nunca se aprontó por aquí, igual que cuando éramos vecinos en aquellos años y no lo veíamos, sólo el paso de las camionetas y la gente hacia el cerro”.

Cuatro décadas atrás, Caro Quintero compró 800 hectáreas y en la parte alta de la montaña edificó su centro de operaciones. Foto: Hemeroteca de El Heraldo de Chihuahua

La fama histórica del Rancho de Muriel, como se le conocía previamente al sitio que el narcotraficante adquirió para trabajar la droga, hizo que lo renombraran como el rancho de Búfalo y después de la noticia del aseguramiento, muchos de los pobladores de esa colonia ejidal –alrededor de 800 personas— buscaron en cada rincón de tierra removida algún “entierro” de armas o dólares.

“A los días de que se fueron los primeros soldados tomé mi caballo y me puse a levantar las rocas para ver si la suerte me sonreía, pero no, aún recorro estos pastizales con la esperanza de encontrar algo”.

Nada se encontró, hasta donde se sabe, pero la leyenda persiste y todavía en la actualidad Hilario Mendoza y su esposa señalan que de vez en cuando vienen buscadores de tesoros quienes exploran en los alrededores, porque ese rancho como tal, ya tiene dueño y se dedica a la ganadería.

Fotoarte: Rodolfo Gómez García


Han pasado 40 años desde aquel día en que el cielo de Búfalo y sus alrededores se llenó de humo y los caminos se inundaron de militares.

“Lo que quedaba de esa hierbita se lo llevó el Ejército, aquí ya no queda nada… El silencio es lo único que nos acompaña”, recalca don Hilario. “Lo que sí es que entonces como ahora se ven pasar camionetas que cortan el polvo de la terracería, apremia algo en el pecho si habrá un enfrentamiento porque la inseguridad por acá, no da tregua”.

El Búfalo se quedó con solo 200 habitantes que sobreviven cuidando ganado, entre el miedo de la inseguridad del estado. Foto: Isaac Molina / El Sol de Parral

De epicentro a corredor de cárteles

En la década de 1980, Colonia Búfalo llegó a tener casi 800 pobladores y hoy por hoy apenas supera los 200 habitantes.

A 30 minutos de la cabecera municipal de Allende queda un expendio de bebidas alcohólicas, una tienda de abarrotes, dos escuelas, un pequeño centro de salud y decenas de viviendas, algunas de las cuales parecieran estar vacías.

Jornaleros durante la Operación del Pacífico. Foto: Hemeroteca de El Heraldo de Chihuahua

En sus parajes, la rutina transcurre bajo el mismo sol abrasador que conocieron los jornaleros de hace cuatro décadas. A partir de la Operación Pacífico, muchos migraron a Estados Unidos y los que quedan como Hilario Mendoza y su esposa cuidan unos cuantos animales y otros se dedican al nogal.

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Cerca de esta región ejidal, está la carretera Jiménez-Parral y de ahí hacia Guachochi y Guadalupe y Calvo, el ancla del Triángulo Dorado en la Sierra Tarahumara; otra salida carretera interconecta con la Comarca Lagunera y hacia el norte, rumbo a Camargo los caminos llevan a Coyame, Ojinaga y Guadalupe Distrito Bravos, lo que sigue ya es Juárez.

Para los lugareños, la única diferencia entre la era de Caro Quintero y la de los cárteles que hoy se disputan el territorio estatal es el fuego cruzado derivado de constantes enfrentamientos desde Ojinaga hasta Jiménez y Parral, ante lo cual se resguardan en sus viviendas y prefieren no mirar, no escuchar, no decir…

Con colaboración de Isaac Molina | Luis Prieto / El Sol de Parral

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