Inició un 10 de Mayo distinto, y fueron muchos los que fallaron a una cita que hasta hace poco se pensó infalible. Fueron incontables las flores que por ahora no adornaron las mesas de tantos hogares, así como las pérdidas de los sitios de regalos y detalles. Y si se habla de mermas, hasta los fabricantes de aspirinas las registraron… no olvidar que muchas homenajeadas echan un par de ellas en el jarrón para “que dure” el bouquet.
Continuó la fecha y el Centro Histórico se quedó con las ganas de poblarse de agasajadas e hijos que ven en aquélla un lapso insuficiente para “quedar a mano” con ese ser que debería festejarse siempre. En los restaurantes, candados y sillas volteadas; la ola de consumo y alboroto por los regalos (desde el vestido hasta la deleznable licuadora), quedó para otra oportunidad.
Ir al panteón fue otra costumbre que no pudo ser por la ya conocida regulación sanitaria. Como se había anunciado entre semana, los distintos camposantos abrieron solamente para servicios de sepultura, así que las únicas flores que pudieron apreciarse formaron coronas y otros arreglos fúnebres.
Dejaron también de sonar los acordes de “Amor eterno”, o “Te vas, ángel mío”, así como los bolsillos de esos músicos que caminan entre tumbas para amenizar el recuerdo de quien se fue y llevar a la vez el sustento al hogar.
Aquel tiempo de flores, comidas, regalos de todo tipo para celebrar la que quizá es la fiesta más importante del año para la familia mexicana, quedó como detenido… y con la incertidumbre de reponerse más delante en muchos casos, aunque no se sepa aún qué “tan más delante”, y menos, si después de “esto” podrá haber abrazos y apapachos que hasta hace poco eran normales.
Después de todo, no es tan descabellado pensar que el futuro cambiará, y quizá para el próximo 10 de Mayo, cantaletas como “laven sus dientes”, “a la cama temprano”, “allá te lo haiga (sic) si repruebas” cambien a “primera y última vez que te digo: sal con cubrebocas” o “¿qué te hago si encuentro la botella de gel?”.
En ese caso, tal vez las preocupaciones sobre las palabrotas cambien a un pequeño acceso de tos, y las desveladas sean porque no nada más llegue la hija salva de la fiesta, sino también sana. Quizá el miedo no sea que la niña se vaya de campamento y regrese con novio, sino acompañada de algo más indeseable en estos momentos.
Sea cuál sea ese futuro, el de ayer quedará registrado como uno de los más tristes Día de la Madre hablando en general de los lectores, pues desde luego hubo madres que lo pasaron ayer con un hijo desaparecido, cuya tristeza no puede dejarse de soslayo, como doña Chayito, que en solitario conmemoró la fecha en “la cruz de clavos” de la Plaza Hidalgo.
Mamás separadas de la abuela y sus hijas por cuestiones de salud (padeciendo la angustia de la cuarentena, y por partida doble al ser un puente entre generaciones), que con toda seguridad se emocionaron al ver a sus seres queridos “de lejecitos” u oírlos por teléfono.
Asimismo, aquéllas que lo pasaron en la cama de un hospital, ya sea convaleciendo o dando la lucha a “ése” y otros padecimientos, pero sin el consuelo de la llamada telefónica de felicitación y la incertidumbre de una pronta alta para regresar a casa.
Mucho más triste lo pasaron, quizás, aquéllos que ya no tienen la dicha de tener a la autora de sus días con ellos, y que ahora sólo la lloraron a través de la “sana distancia”. Ésos que de mala manera aprendieron que el peor defecto de cualquier madre es morirse antes de que pueda retribuírseles una mínima parte de su amor.
Así culminó un 10 de Mayo sin muchas festejadas como se debiera. Con la sensación, en infinidad de casos, que la fecha “pasó de largo” y el sinsabor de que algo le faltó, amén de las sonrisas o las lágrimas de nostalgia y felicidad combinadas.
Seguramente, el tiempo hará lo que mejor sabe: correr y curar, y el próximo año será otro Día… de la Madre. Como solía serlo, o superior.