Al trascender a nivel internacional el asesinato de dos sacerdotes jesuitas en la comunidad de Cerocahui, municipio de Urique, hecho que se le adjudica a un presunto líder criminal apodado “El Chueco”, la atención del mundo se ha enfocado en las actividades que ejercen los jesuitas en la sierra de Chihuahua, esto al dar un realce importante tras ser testigos e incluso víctimas de la impunidad que prevalece desde hace años en la mayoría de los municipios serranos.
Desde su llegada a la sierra chihuahuense a principios del año 1600, esto luego de que la Compañía de Jesús fuera expulsada por el Reino Español, los jesuitas se enfocaron en cumplir la misión de apoyo espiritual y búsqueda de la justicia para los pueblos originales, lo que ha dejado a lo largo de la historia un legado de sufrimiento por acciones que rayan en lo inhumano.
Tras retirarse de la sierra tarahumara en el año 1676 por la expulsión del Reino Español, los jesuitas regresaron al estado el 12 de octubre del año 1900, fecha desde la cual han acompañado a las comunidades indígenas en su lucha por la equidad y respeto a los derechos humanos, actos de los que han atestiguado elevados niveles de discriminación.
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En el siglo XXI, existen acontecimientos trascedentes en los que se involucra a sacerdotes jesuitas con eventos de lucha social, tal es el caso del conocido sacerdote, Javier Ávila Aguirre, conocido como padre “Pato”, personaje muy involucrado en la búsqueda del respeto a los derechos humanos y acompañamiento de los pueblos originarios que claman justicia por diversos atropellos por parte tanto de las autoridades como de la delincuencia organizada, que desde hace años representa un flagelo para las comunidades indígenas.
A pesar de los riesgos que implica el denunciar abusos e impunidad de delincuentes que hacen de las suyas sin que ninguna autoridad intervenga, el padre “Pato” no cesa en su afán de velar por los más desprotegidos, aunque reconoce que, pese a los esfuerzos, las condiciones de inseguridad en la sierra son cada vez más graves, a grado tal de que poblados se han quedado sin habitantes obligados por los desplazamientos forzados.
Desde principios del presente siglo, el “Pato” Ávila ha participado en diversos movimientos encaminados en hacer ver la impunidad que existe en la sierra, entre los cuales se recuerda el constante reclamo por justicia para las víctimas de la masacre de 12 hombres y un bebé el 16 de agosto del 2008, acontecimiento que dejó marcado al “Pueblo Mágico” de Creel, en el municipio de Bocoyna.
Además, de manera permanente ha pugnado por la equidad entre los indígenas, aunque en las frecuentes protestas se ha opuesto al asistencialismo del gobierno, quien recurre a estas prácticas como una bandera política, sin dar mayor oportunidad de crecimiento a las familias serranas.
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Javier Ávila, al igual que los recién acaecidos sacerdotes, Javier Campos y Joaquín Moras, son reconocidos y queridos por los habitantes de los pueblos originales, ya que además de evangelización, son empáticos con las carencias e injusticias que sufren las etnias, que los lleva a la lucha social con el único interés de cumplir con su misión de apoyar al desprotegido, aunque ello origine que sean testigos de la injusticia e impunidad que existe en la sierra tarahumara.
Desde hace algunos años, el padre “Pato” cuenta con una clínica en el seccional de Creel, en donde diariamente una cantidad importante de personas de distantes comunidades reciben la atención a problemas de salud, además de mantener el funcionamiento de la oficina de derechos humanos, para lo cual, mantiene el manifiesto de permanecer en la sierra de Chihuahua a pesar de las condiciones negativas que existen.