Decíamos ayer (parafraseando a fray Luis de León) que todo infierno, aunque apagado, no deja de serlo, en especial cuando un incendio como el que azotó la región de Madera dejó muchas cosas que hacer. Y por eso, como con Job, tampoco se tiene mucho tiempo para lamentarse entre las cenizas y maldecir.
También hay muchas cosas qué relatar y qué destacar, las cuales normalmente se quedan en el tintero en este tipo de situaciones. La rapidez con la que se propaga un fuego va dejando de lado, muchas veces, valores como la solidaridad, la valentía, la humildad y la serenidad ante el peligro, por ejemplo.
Sin embargo, otras tantas ocasiones es menester rescatar todo ello para ir en contra de los estándares esquemas que remiten a la frialdad de los acontecimientos e imprimirle la necesaria calidez humana en momentos de extremo calor.
Por eso, con algunas áreas de El Largo Maderal aún humeantes, calientes e inmisericordes como el infierno mismo, he aquí algunas voces desde las profundidades de la tragedia que marcó más 13 mil hectáreas de terreno boscoso.
Ayuda “en caliente”
Filemón Pérez es presidente del Consejo Ejidal de Vigilancia cuya sede se encuentra en La Mesa del Huracán, vecina de El Largo y los puntos más “cercanos” al incendio. Se entrecomilla la palabra por lo complicado que es llegar al lugar de los hechos a través de brechas tan sinuosas como perdidas y escarpadas.
Pero, más que el puesto que desempeña, en situaciones como la que se presentó este mes se debe hacer de todo. En especial, todo aquello que implique facilitar la labor de las brigadas que trabajan a pocos metros de las llamas, con el pico en las manos y el Cristo en la boca, rogándole que los proteja de una ráfaga de viento traicionera que les provoque quedar entre las llamas.
Una de las tareas que le tocó a File fue la de llevar ayuda a los brigadistas. Básicamente, alimentación y material de protección y curación. “Había que hacer tres o cuatro viajes todos los días y llevar hasta 600 burritos… y no todos comen burritos”, recuerda mientras observa la devastación de un bosque que, a fuerza de recorrerlo cotidianamente, ha aprendido a amar.
De por sí el recorrido entre las brechas es ya difícil en condiciones normales. Una muestra de ello es que, incluso conduciendo un “mueble” cuatro por cuatro, hay subidas tan “empinadas” que la máquina amenaza con calentarse.
Pero ningún calor como el que tuvo que enfrentar “un día de tantos”, durante el incendio cuando la única parte sin encender era la brecha por donde debía conducir para llegar hasta unos brigadistas. Seguramente, alguna chispa había “brincado” el camino y fue a caer en el otro extremo, pletórico de material combustible.
Mas nada de lo que se ve en las películas de acción. Pérez recomienda la prudencia en este tipo de situaciones, completa su relato diciendo que se tuvo que esperar varias horas hasta que se consumió el rededor por el cual debía pasar para cumplir con su misión. La estrategia, a fin de cuentas, fue la correcta, dado que él mismo la relata con sus propias palabras.
Incendio verdaderamente voraz
“De allá para acá, la lumbre sólo tardó 40 minutos”, señala el guía Manuel Valencia, un punto casi en el horizonte, y luego el lugar adonde llegó el incendio y literalmente devoró un campamento de brigadistas.
La distancia que indica el experimentado hombre son aproximadamente 10 kilómetros de cumbres repletas de encino y pino, este último de “rápido avance”, dado su follaje. Él habla con conocimiento de causa y sabe que habla de un fuego tan voraz como veloz.
Afortunadamente, las llamas sólo acabaron con el campamento y no con los brigadistas, a quienes el equipo de exploración que conformaba Manuel en aquel momento, pudo avisarles a tiempo de abandonar el lugar.
Por lo dicho por Valencia Moreno y, más que nada, por lo que se puede apreciar en el lugar de los hechos, diez mil metros en dos tercios de hora no dejan margen más que para correr y ponerse a buen resguardo de un incendio forestal.
Muchas de los utensilios de los brigadistas quedaron reducidos a nada. Picos y palas quedaron inservibles, así como los calentones. Las tiendas se evaporaron e incluso un tambo que contenía agua para consumo quedó grotescamente retorcido y empequeñecido. Lo poco que se salvó de su estructura de plástico fue protegido por el vital líquido.
Para don Manuel es ventaja conocer el terreno, y él tiene toda su vida (más de 70 años en ello). Ahí donde Teseo perdería, él sabe más que el temible Minotauro en cuanto al terreno y su conocimiento le permite anticipar los movimientos del enemigo en llama, logrando en ocasiones salvar vidas con sus avisos.
“Es importante conocer donde uno vive para cuidarlo”, afirma, mientras continúa viendo a lo lejos. Por instantes, sus ojos parecen salirse de las órbitas cuando detecta, en otro cerro distante, una importante columna de humo.
Pero luego se calma cuando corrobora que esa nube en vertical se levanta en medio de un terreno ya quemado. “No habrá problema ahí”, transmite su serenidad con una sentencia, “esa lumbre ya no tiene para dónde hacerse”.
Leña del árbol caído
Los leves crepitares de la última madera que se está confundiendo, se confunden en el bosque semidestruido con los mecánicos sonidos de las motosierras. Filemón informa que apenas este jueves se autorizó a los trabajadores de la madera a volver a sus labores en las zonas totalmente controladas.
Porque, hay que decirlo, algunas áreas no fueron completamente devastadas por las llamas. Sea por milagro o por caprichos mismos del fuego y el viento, existen varios lugares y de enorme extensión donde el negro del tizne contrasta con el verde de los árboles.
En incluso zonas donde parece que nada se puede rescatar se encuentran trabajadores empeñados en salvar la madera que se pueda, siguiendo el mismo método de empleado luego de talar: amarrando el tronco a un animal de tiro para colocarlo al borde de la brecha, donde un camión trocero lo recogerá para llevarlo al aserradero.
Literalmente, haciendo leña del árbol caído, en este caso, uno que la lumbre no pudo o no quiso convertir en carbón. Siendo el caso, no hay tiempo que perder, ni siquiera para declaraciones o posar para la cámara. “Que nos tomen trabajando”, es la actitud.
Don Manuel explica el motivo de la prisa: “hay que aprovechar cada minuto, porque de lo contrario, se corre el riesgo de que el tronco se termine de deshidratar y ya no se puede aprovechar”.
Mas en esta ocasión, los hechos dicen más que mil palabras. ¿Qué mejor testimonio de la imperiosa necesidad de regresar a trabajar luego de días de vacaciones forzadas por el calor que alguien laborando a sabiendas de que respirar hollín es altamente dañino para las vías respiratorias? “Ni modo, a darle”, ha de ser su decir.
Todo es de corazón
En la estación de Radio Madera se encuentra un centro de acopio destinado para los brigadistas. Agua y alimentos no perecederos eran los artículos que dominaban la escena, aunque no se descartaban picos, palas, rastrillos, prendas de vestir de gamuza y medicamentos.
Saúl Rodríguez fue uno de los últimos donantes de esta campaña que hizo florecer la solidaridad chihuahuense. Muy temprano se presentó en las oficinas de la estación radiofónica con tres paquetes de agua embotellada.
Sin perder la sonrisa, preguntó dónde podía ponerlas y, en la misma disposición, las colocó con cuidado. Eso sí, jamás hizo caravana con sombrero ajeno, y reconoció que el vital líquido no fue mérito suyo.
“Las envía una señora de La Junta”, menciona con una modestia que casi es típica de la región serrana. “Yo nada más le hice el favor de traerlas, pero en realidad, a mí no me correspondió hacer nada”.
Saúl ignora que es un importante eslabón en la cadena de ayuda que se tendió en su favor y que termina con cada uno de los brigadistas, la infantería contra fuego, y que ese “nada” que él dice aportar, significa mucho a la hora de las cuentas finales.
El sólo hecho de apoyar en el envío de la donación a alguien que no puede ir a colocarla hasta el centro de acopio, habla mucho del desprendimiento de él, y también típico de la gente de la región, como otra persona lo corroborará más adelante.
Retomando el tema de los personajes típicos, actitudes como las de Saúl se equiparan a las de la viuda que da de limosna al templo las únicas dos monedas de que dispone para su manutención: algunos dan algo, pero la mayoría entrega todo.
Héroes y anónimos
Llamémosle autoridades forestales, puesto que ellos prefirieron permanecer en el anonimato luego de destacar las virtudes humanas que les tocó ver durante la comisión que tuvieron en la evaluación del siniestro.
A ellos les correspondió ser testigos de primera mano del control total del incendio y de su casi liquidación, pero también pudieron dar testimonio del arrojo y la decisión con la que se llevó a cabo el combate.
“Fue satisfactorio ver cómo unas brigadas eran relevadas por otras, a fin de no concederle cuartel al desastre, pero no todas las virtudes las concentraron los brigadistas. Con todo, la tragedia tuvo muchos lados humanos”, mencionaron.
Así, detrás de cada burrito, desmenuzaron que estuvo involucrada no sólo la persona que los llevó hasta el lugar de los hechos, sino quien los llevó al centro de acopio, la señora que los hizo y hasta quien puso las tortillas de harina y elaboró el humilde huevo con salchicha con el que fueron envueltas… y claro, no sólo se habla de un burrito.
“Es una muestra de gente que no sabe rajarse ni aun en las situaciones más extremas, que se sabe dar la mano por más difíciles que estén las cosas, porque se saben parte de una comunidad que sabe unirse ante las adversidades”, señalan.
Por estos motivos, es seguro que el control y liquidación del incendio se debió en su totalidad a los brigadistas, pero el sostenimiento de cada uno de ellos se debió a decenas de héroes anónimos que demostraron tener más calidez que el infierno que se desató en los bosques de Madera.
Vuelta de hoja
David Martínez Meneses, coordinador de brigada de la Unidad de Manejo Forestal (Umafor) de El Largo Maderal, sabe que han sido días de ardua batalla y que, a pesar de que esta se encuentra prácticamente ganada, no es momento todavía de echar campanas al vuelo.
Sus años de experiencia en los incendios de los bosques le hacen estar en un estado de permanente vigilia. Sabe, por ejemplo, que una chispita que haya quedado puede volver a comenzar otra tragedia similar.
Como sabe también, que aunque en estos días se ha pronosticado lluvia, la verdadera temporada “de descanso” es hasta junio, y que por muy probables que las precipitaciones sean, siempre queda también la posibilidad de viento que se lleve el agua a otra parte.
Asimismo, recuerda que se debe tener la suficiente paciencia para esperar unos días y entonces declarar, totalmente, el siniestro extinguido. Y entonces, habrá que dar vuelta de hoja… de árbol, literal.
“Una de las buenas noticias en esto es que no se debe hablar de destrucción total. Es un error pensar eso”, afirma. “En todas las hectáreas que fueron afectadas, hay que hacer estudios correspondientes y ver cuánta vegetación se salvó, cuánta requiere trasplante y cuánta tiene con la siguiente temporada de lluvias”, informa.
Claro, el término de destrucción social es insoslayable. En ese caso, no queda de otra más que limpiar las áreas correspondientes y comenzar la respectiva reforestación, pero nada de lamentaciones ni maldiciones. Ni tiempo hay de ello.
Esperanza en el infierno
Aunque aún hay mucha historia por contar respecto al incendio que azotó Madera, lo peor de la misma ya pasó, si bien hay secuelas y cicatrices que dan constancia de lo ocurrido. Una de ellas, en medio de lo que debió ser algo parecido al fuego eterno.
Entre el terreno quemado, hay un tronco que sobresale del resto por estar con una parte hecha carbón y la otra todavía con el verdor propio del bosque, metáfora perfecta de la situación por la que pasa la gente de la región de Madera.
Porque a simple vista parece golpeada por el siniestro, pero también de la cara, una muy buena que se matiza con el color verde de la esperanza de levantarse luego de este humano sinsabor y seguir la vida con una sonrisa al resto del mundo.