La adicción digital será una de las grandes crisis de salud mental de nuestro tiempoSAM ALTMAN
The New York recientemente publicó un artículo de Kevin Roose[1] en el que confiesa que es un adicto al teléfono celular y que tuvo que recurrir a una guía de treinta días para eliminar las malas costumbres relacionadas con el celular.
Su caso es muy similar a la de millones de personas, que se sienten atrapadas en una actividad compulsiva de estar mirando o revisando cada minuto al celular. Y no se habla propiamente de adolescentes o jóvenes, sino personas adultas, que han adquirido una nueva adicción, que sin darse cuenta desde qué momento están atrapadas en esa tiranía digital.
Kevin relata: “He sido un usuario intensivo y feliz de los teléfonos celulares durante toda mi vida adulta. No obstante, en 2018 crucé la línea invisible hacia el territorio problemático”. Algo así como el paso de un bebedor social a un alcohólico compulsivo, que pasan de un estado aparentemente bajo control a un estado de descontrol a través de una frontera casi imperceptible.
“Mis síntomas -continúa Kevin-, eran los típicos: me volví incapaz de leer libros, ver películas completas o tener conversaciones ininterrumpidas. Las redes sociales me enojaban y me ponían ansioso, pero incluso los espacios digitales que alguna vez me parecieron relajantes (los mensajes de texto en grupo, los podcasts, los videos de YouTube) no me estaban ayudando. Intenté varios trucos para frenar mi uso, como borrar Twitter cada fin de semana, activar la escala de grises en mi pantalla e instalar bloqueadores de aplicaciones. Pero siempre recaía”.
¿Por qué se ha desarrollado de manera vertiginosa y alarmante la adicción digital?, ¿en qué momento dejamos de ser personas que teníamos control sobre nuestros actos y ahora, parecemos unos zombies con la permanente mirada fija sobre unos pequeños aparatos que caben en nuestra mano?, ¿qué poder misterioso nos somete a tener la atención puesta en pantallas como si estuviéramos bajo el influjo de un hechizo?
Tal vez pudieran existir varias respuestas desde diferentes disciplinas, pero hay algunas razones que nos ayudan a entender la adicción de nuestro siglo que de manera obsesiva y compulsiva ha atrapado nuestra mente, voluntad y cuerpo.
Las pantallas son atractivas por su colorido y movimiento que atrapa la atención. La pantalla ha suplido al texto. La palabra escrita ha sido sustituida por la imagen. Para ver la imagen no se requiere del uso de la razón ni decodificar signos o textos. La imagen en la pantalla se ve, así a secas.
En la pantalla buscamos el escape que nos suavice las preocupaciones o las angustias. La pantalla entretiene visualmente. La pantalla es sensorial y nos puede adormecer o mitigar el dolor, pero no desparecer porque sólo es una evasión de la realidad.
En una sociedad deprimida, el aburrimiento es una de las características y las pantallas prometen distraer la mente o buscar salidas en falso, como el mundo virtual.
Por lo general, las herramientas digitales están diseñadas para el entretener el cerebro e imaginar mundos alternos, situaciones virtuales o hasta “crear” seres irreales. Esas experiencias de crear, de producir o recrear mundos diferentes, han desarrollado una adicción por diseñar.
Pero también, como toda adicción, arroja a la soledad, a encerrarse en uno mismo y consumir cada día más el producto adictivo. La adicción engancha el cerebro y condiciona el cuerpo.
La adicción a los celulares ha creado rutinas nuevas, que hace pocos años no teníamos los seres humanos.
¿Cuándo se había dado el caso de que mantuviéramos encendidas las 24 horas del día un artefacto no indispensable?, ¿o que durmiéramos con un receptor electrónico bajo la almohada?, ¿que cada dos minutos, de manera compulsiva, estuviéramos revisando el teléfono para ver qué mensaje nos llegó?, ¿en alguna época de la historia, hubo un aparato que siempre cargáramos en nuestro bolsillo, o más aún, que no lo soltáramos de nuestras manos?
Del ayuno a la abstinencia
Si existe una adicción, y hay la voluntad de superarla, la abstinencia es una de las recetas elementales. Si los límites del consumo han rebasado lo que podría ser un término medio o moderado, lo que sigue es el ayuno total.
Por ejemplo entre las soluciones que encontró Kevin a su adicción al celular, fue el ayuno del teléfono e incorporar a su vida una actividad que le permitiera mantener las manos, el cuerpo y la mente ocupados.
Una de esas actividades para reemplazar su uso desmedido del celular fue la alfarería, por ser un sustituto perfecto para los celulares: es un desafío manual porque exige el uso de las manos, concentración mental y varias horas de estar atentos a un objetivo diferente a estar esperando o haciendo llamadas o enviando mensajes por teléfono.
Aprendió también que con la práctica de la alfarería se ensucian las manos con el barro, y eso representa un distractor que inhibe juguetear con celulares o dispositivos electrónicos.
Aceptar la adicción digital no implica el querer vivir aislado o como un ermitaño, volteando la cara al mundo.
El reto es poder sobrevivir y vivir bien, sin que las adicciones interfieran en nuestras vidas. No porque existan alcohólicos o drogadictos, la sociedad ha eliminado el alcohol o las drogas. Seguirán existiendo y el problema será sólo para las personas que han perdido el control sobre su con sumo.
En el caso de la tecnología digital, el problema será para las personas que no han podido controlar el uso y consumo de estas herramientas. El problema está en que una adicción es una enfermedad mental que altera al que la padece y afecta a los que lo rodean.
El reto de la humanidad a lo largo de la historia ha sido crear herramientas que le sirvan, y no servir a las herramientas.
La capacidad mental del humano ha sido el toque mágico para buscar la felicidad y el bienestar: evitemos que la adicción digital se convierta en la principal amenaza a la salud mental.
[1] Roose, Kevin, Cómo superé mi adicción al celular, 4 de marzo de 2019, The New York Times.