Gabriela Aguirre, de 27 años desafía las leyes de equilibrio y de gravedad, montada en su monociclo, haciendo gala de sus destrezas como artista urbana, a cambio de una retribución económica en el semáforo de la calle María Luisa y Teófilo Borunda.
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Busca el sustento diario para su hijo de cuatro años, que es cuidado por su papá mientras María Luisa trabaja en los cruceros.
“Primero salí a viajar por otros lados del país y fui aprendiendo poco a poco esto de los malabares, con amigos que también lo hacen. Conforme a la práctica fui aprendiendo un poco más. Primero fue con las clavas, y luego fue con el monociclo, pero todo con empeño se puede lograr”, dijo la entusiasta acróbata.
El malabar la gente lo ve como una manera que no es trabajo, pero ella lo ve como un hobby y también como compartir de ella misma con su efímero público en lo que cambia de rojo a verde.
“Muchas veces andan pensando en los problemas, en el dinero, u otras cosas, y viéndonos a nosotros, ya les cambia un poco la actitud y se van con una sonrisa a sus hogares, a sus trabajos, a donde quiera que vayan”.
Sobre la situación de ser una mujer que sale a buscar el sustento, enfrentándose al tráfico, a las inclemencias del tiempo, y estar expuesta en la vía pública mientras su esposo cuida a su hijo, aplicó los principios de equidad de género, y se mostró gustosa de contribuir con la economía familiar.
“El hombre y la mujer, ambos trabajando y todos tenemos las mismas capacidades, y no tenemos ningún límite, el único límite es el cielo”, terminó.
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