A dos años del martirio de los sacerdotes jesuitas Javier y Joaquín, la comunidad de Cerocahui se reunió para recordar su legado. “Él los escogió para ser sus consagrados, sus misioneros, para ser instrumentos de su gracia, de su amor y misericordia, con ello han conquistado la vida , el pensamiento y el corazón de muchos”.
La parroquia de San Francisco Javier en Cerocahui fue la sede donde los Jesuitas de México conmemoraron el segundo aniversario luctuoso de los padres Joaquín César Mora Salazar S.J. y Javier Campos Morales S.J., cuyas vidas fueron cegadas por José Noriel Portillo Gil, alias “El Chueco”. Junto con ellos, murieron los laicos Pedro Palma y Paul Bellereza.
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Previo a la celebración eucarística se realizó una velación. Luego iniciaron con un ritual tradicional indígena con incienso, al ritmo de guitarras y violines danzaron pascol, y pidieron la fortaleza para llegar al reino de Dios, por la paz y por las miles de víctimas de la violencia.
En la misa presidida por los obispos de la Diócesis de Tarahumara y de Cuauhtémoc-Madera y concelebrada por varios sacerdotes, se elevó una plegaria para buscar ardientemente la gloria de Dios, “Concédenos a ejemplo suyo y de todos los mártires, servirte y glorificarte cumpliendo las obligaciones diarias con fidelidad y alegría”.
En la homilía se resaltó que Javier y Joaquín siguen viviendo entre las montañas y la comunidad, porque al morirse, la región y la gente se quedó impregnada de sus buenas acciones, por sus experiencias y su caminar diario.
Recordaron como Javier era un apasionado de las comunidades eclesiales de base, deseaba que cada día fueran más fortalecidas, porque era un convencido de que era una forma de hacer iglesia, vivir la fe, justicia y caridad.
De Joaquín mencionaron que como sacerdote tenía momentos de entrega, confianza y alegría, al servir a la comunidad en pequeños detalles de la vida diaria, como ir a visitar a sus casas, convivir, bromear con quienes servía, hablaba o les hacía favor.
“Nadie tiene tanto amor por sus amigos, más que el que da la vida por ellos”, mencionó monseñor Juan Manuel González Sandoval, obispo de la Diócesis de la Tarahumara, quien además, agradeció a Dios por la vida tan fructífera de los sacerdotes jesuitas.
“Hoy estamos conmovidos y nuestro corazón indignado porque no podemos tolerar la muerte, la sangre de ellos está clamando justicia”, enfatizó monseñor Jesús Omar Alemán Chávez, obispo de la Diócesis de Cuauhtémoc -Madera, quien dijo que el acto de indignación se transforma en esperanza y en trabajo por la reconstrucción del tejido social.
“Pedimos con toda fuerza que el Señor nos rescate de tanta maldad, injusticia y mentira, como familia, persona y comunidad, que sigamos los valores de Dios”.
A la vez, exhortó a la feligresía reunida a dar testimonio de vida, a empezar desde la casa a quitar el orgullo y soberbia, que aprendan a amar y a perdonar.