“Hasta que la muerte nos separe” es la promesa que se hacen los contrayentes ante el altar, poniendo a Dios por testigo de un amor que durará toda la vida. Pero el de Petrita y Carlos fue más allá, y después de más de 50 años de matrimonio, ni la muerte fue capaz de separarlos.
Carlos Sánchez Ramírez y Petrita Valverde Altamirano se conocieron a principios de los años 50 y desde que él la vio supo que era para él y que ya no la dejaría ir.
Su amor se puso a prueba cuando Carlos se fue a estudiar refrigeración a la Ciudad de México y venció la distancia escribiendo cartas llenas de poesía y romance dirigidas a su “chorreada”.
Y es que Carlos admiraba a Pedro Infante y no perdía la ocasión de demostrarlo entonando a todo pulmón las inolvidables canciones del Ídolo de Guamúchil como “Amorcito corazón”, dondequiera que estuviera; también le gustaba el baile y era alegre y cariñoso, le gustaba apapachar.
“Mi papá desde un principio se enamoró por completo, yo pienso que desde que vio a mi mamá la sintió de él y nunca más la volvió a soltar”, afirma su hija Gloria Sánchez Valverde.
Su carácter contrastaba con el de Petrita, menos expresiva, más seria y reservada, quien mostraba su amor de otras formas, como la especial atención con que cuidaba a su esposo.
Carlos y Petrita se casaron el 25 de abril de 1953 y procrearon siete hijos, Carlos, Jorge, Gloria, Irma, Carmen, Lucy y Norma.
Para Carlos, antes que cualquier otra cosa estaba Petrita, así lo dicen las cartas y los poemas que frecuentemente le escribía.
“Tú llegaste a mí esposa mía/cual bella flor que entre otras yo cortara/por ser la que mi corazón me indicaría/que en el jardín de Dios yo te encontrara”, dice uno de los poemas que sus hijos conservan.
Por su parte, Petrita fue el motor de su vida, “no era que hablara mucho, pero ella fue la que toda su vida estuvo conduciendo a mi papá, todo lo que él logró fue por mi mamá”, asegura Gloria.
Carlos y Petrita fueron una pareja como cualquier otra, con sus altas y sus bajas, pero como pocas, se hablaron de usted hasta el final de sus días.
En junio de 2005, Carlos enfermó de Parkinson y para que Petrita no dejara sus ejercicios en Pensiones que tanto bien le hacían, sus hijos se turnaron para cuidar de él, aunque ella se resistía a dejarlo.
Pero en ese tiempo sus hijos empezaron a notar que su salud decaía también y lo que más le afectaba era saber que ya no podía cuidar a su marido como antes, el dolor y la tristeza se notaban en sus ojos.
El 31 de julio de 2006, Carlos se puso muy mal y cuando el médico llegó y revisó a ambos dictaminó que los dos debían ser hospitalizados.
“El amor que mis papás se tuvieron no fue nada más para ellos, lo irradiaban y lo repartieron”, asevera Gloria, quien cuenta que esa noche lluviosa una fila de vecinos con paraguas les acompañó hasta la ambulancia para que no se mojaran.
Permanecieron varias semanas en el Hospital Central hasta que Petrita tuvo que ser trasladada a la Clínica del Centro para recibir cuidados intensivos.
El primero de noviembre Carlos se agravó y falleció a las siete de la tarde. Cuando su hija se enteró le dijo a su madre que se fuera tranquila, que su esposo ya la esperaba.
“Entréguese al Señor, vaya con Él, no tenga miedo, con el amor que nos dieron y todo lo que nos enseñaron, nosotros vamos a estar bien”. Y tres horas después Petrita siguió a su esposo a la eternidad.
Carlos Sánchez Ramírez fue despedido con honores militares ya que durante 33 años perteneció al Pentathlón Deportivo Militarizado. Uniformados cadetes cargaron su ataúd hasta su última morada, mientras que los nietos llevaban el de Petrita Valverde Altamirano y ambos recibieron el último adiós de parte de sus familiares y amigos.
“Ellos permanecieron siempre juntos, y permanecen, para gloria de Dios y muestra de que el amor rompe barreras, siempre y cuando sea amor real”, concluye su hija Gloria.