¿Cuál es la razón por la que nos hemos convertido en adictos, particularmente, al teléfono celular?, ¿cuál es la fuerza que nos impulsa a estar revisando a cada minuto una pantalla obscura, cuadrada y pequeña?, ¿por qué la obsesión a cargar siempre un aparato al que justificamos como lo que nos mantiene informados a lo que pasa en el mundo?, ¿existe una dependencia psicológica a un simple artefacto que se ha convertido en un caja de Pandora, de donde salen sorpresas, desgracias, novedades, rumores y chismes?
El periodista Juan Cruz, del periódico El País, considera que es por el efecto de la ansiedad de saber o estar enterado de manera inmediata de lo que pasa en la vida personal o íntima de los demás. Es la ansiedad por “abrir” el mensajito a los pocos segundos que nos avisó con el sonido característico que llegó un mensaje.
Afirma que la gente está harta de depender del teléfono y de sus distintos juguetes ansiosos[1], a pesar de que los celulares “lo contiene todo, desde el ocio al insulto, y en medio estamos nosotros, embobados. Dentro de ese rectángulo generalmente obscuro están ahora los periódicos, con sus noticias y con sus entretenimientos, los cotilleos, con sus noticias tan entretenidas, los concursos, las llamadas y los mensajes, las fotos, los correos electrónicos, la pornografía posible, los avisos de las distintas redes sociales, el tiempo y la pérdida del tiempo, la ansiedad calmada y la ansiedad furiosa”.
Es un fenómeno que parece contradictorio: por un lado presumimos de más libertades, pero por otro lado nos atamos más a las manías y adicciones. Ahora resulta que la felicidad tan anhelada y buscada por siglos depende de los “likes” que se obtienen en Facebook.
La ansiedad es el nuevo negocio de las grandes empresas de las redes sociales. Nos han hecho sentir que en la medida en que se toma una foto, uno mismo, la sube a sus redes y recibe respuesta de los seguidores o contactos, está uno de los niveles del cielo. La ansiedad es por los halagos, comentarios o emoticones recibidos, pero también se dispara la angustia si no recibimos respuesta, o más aún, si en lugar de un like recibimos una sarta de críticas, burlas o insultos.
Anímicamente dependemos de lo que ahora nos llega por el celular. Se localizan nuevas relaciones por el aparato, se rompen parejas por ese mismo medio. Estamos felices si hubo respuesta a nuestros mensajes, hay tristeza o enojo si ni siquiera han abierto el “mensajito”.
Pareciera ser que las redes sociales son los nuevos parámetros de reconocimiento en la sociedad. Ya no se requieren acciones de ayuda o apoyo a la comunidad para ser reconocidos, ya no hace falta la capacitación y preparación para ser mejores profesionistas ni encauzar labores de filantropía. Ahora, en las redes sociales está ese “reconocimiento” social: quien más “likes” tenga, será más valioso, aunque en el fondo sea un gran reclamo desde lo más profundo de nuestra soberbia que grita y reclama: aquí estoy, aquí están mis fotos, aquí están mis ocurrencias y expresiones vulgares o de insulto, aquí está mi desahogo y mi reclamo contra todos.
La adicción a los likes
Danie Gómez[2] escribe que la adicción a los “likes” en las redes sociales se le nombra “likeaholic”, porque la pantalla de nuestros teléfonos se ha vuelto tan adictiva como los cigarros y aunque “solemos notar esta condición en otros, a veces es difícil verla en nosotros mismos”.
Y entre los síntomas para detectar si existe la adicción a los likes en las redes sociales, menciona las siguientes:
1.- Tu estado de ánimo lo define el número de “likes” que tiene tu foto o tu comentario.
2.- Para lograr una “imagen o foto perfecta”, que salga sin la pequeña arruga, la cicatriz o un gesto no deseado, eres capaz de tomar miles de fotos hasta lograr esa que deseas.
3.- Tienes una adicción a los likes, si juzgas a los otros en base al número de seguidores que tienen.
4.- Eres capaz de cambiar varias veces el post que publicaste para asegurarte que está perfecto
5.- El estar con tu celular a tu lado te hace sentirte protegido y acompañado.
6.- Las amistades alucinan salir contigo porque cada dos minutos estás revisando tu celular para ver qué te ha llegado y, en especial, le pones más atención cuando te envían mensajitos.
7.- Es común o muy seguido que te entra paranoia y quieres borrar todas tus cuentas y desaparecer de las redes para siempre.
8.- Dice Danie Gómez, que cuando tus posts no generan los suficientes likes, los eliminas de tu cuenta y por último, pasas el día analizando los sitios en los que estás en busca del lugar perfecto para tomarte una selfie. De hecho, a veces planeas tus salidas dependiendo qué tan bien se van a ver en tus redes.
¿Hay vida más allá de los likes?
Esta pregunta se la hizo Carlos Santana[3] al plantear que “las redes sociales han modificado el paradigma de las relaciones personales porque permiten acercar a quien está lejos y facilita la comunicación, pero los expertos advierten que un mal uso puede producir un efecto de aislamiento emocional, de tal manera que se está conectando con más gente, pero de una forma más artificial”.
Dice que ahora todo el mundo vuelca su vida en redes sociales, algunos salen de ellas, y aunque no hay datos específicos, no son pocos los que deciden cerrar sus aplicaciones de las mismas, aunque se cuestionan si al tomar esta determinación: ¿hay vida más allá de los likes?
Hay varios periodistas y analistas que a medida que van estudiando el impacto de las redes sociales en el ser humano, cada vez más se alarman a dónde nos pueden conducir. Sin que se interprete como una satanización de los teléfonos celulares, ni mucho menos, pero sí con mayor conciencia y responsabilidad o control y moderación en este mundo tan apresurado que apenas nos permite un respiro y la hiperconectividad nos presiona y angustia por bajar más rápido la señal, con redes sociales más veloces, con internet súper rápido, celulares más movernos o de nueva generación para incorporar mayores y novedosas aplicaciones.
Hemos arribado a una sociedad nomofóbica, que no podemos vivir sin un teléfono celular en la mano.
A pesar de que las grandes empresas que ofrecen los servicios de redes sociales, siguen haciendo uno de los negocios más grandes de la historia del mundo que es cobrarnos por comunicarnos entre nosotros a través de un dispositivo que nos venden, que nos provoca una fuerte adicción y que lo renovamos periódicamente, aún más venden la información privada que nosotros mismos poneos a su disposición de manera gratuita.
Por ejemplo, Facebook en sus términos de privacidad advierte que hay información que nunca será eliminada como el contenido del chat o los mensajes del grupo. De ahí, el dicho de “lo que subes a la red, se queda en la red”. Sea falso, verdadero, rumor, supuesto o posverdad… ahí se queda.
[1] Cruz, Juan (2015) Encerrados con el juguete de la ansiedad, 12 de noviembre de 2015, El País, España. [2] Gómez-Ortigoza, Danie (2016) #likeaholic: ¿eres adicta a los “likes” en redes sociales?, revista Glamour, 8 de enero de 2016, https://www.glamour.mx/tu-vida/articulos/likeaholic-adicta-redes-sociales-tips/4015. [3] Santana, Carlos (2015) Exiliados de las redes sociales, 12 de noviembre de 2015, El País, España.