En la lenta agonía del “ecocidio” que padece el Vado de Meoqui, el problema va más allá de la reciente celebración del Grito de Independencia y la construcción de un teatro al aire libre. Han sido años de costumbres nada amigables con la naturaleza por parte de los mismos habitantes de la zona.
Manuel Bujanda y Fidel González, del Colectivo Aves, hablan al respecto con la autoridad moral que han conseguido luego de hacer del mencionado humedal uno de sus sitios favoritos y casi sagrados en la observación y captura (por medio de la cámara fotográfica, se aclara) de emplumados de diversas especies.
“Hasta doscientas cinco especies hemos llegado a contar”, anuncia Fidel al respecto. “Un número considerable si se toma en cuenta lo relativamente pequeño del lugar”, añade, diciendo que el más reciente conteo se realizó en enero de este año.
Las aves vienen a colación en el tema porque, de acuerdo con González, son uno de los primeros indicadores de la salud en cualquier ecosistema. “La pirotecnia y el ruido de la música (en la pasada ceremonia) les hicieron mucho daño, sin duda”.
Sin caer en las exageraciones, el experto habla de la muerte de un número considerable de ejemplares en esa velada, debido a que muchos de ellos sólo están acostumbrados al vuelo diurno. El sobresalto que les causaron los juegos pirotécnicos los habría hecho despertarse y salir volando, estrellándose unos contra otros.
Manuel Bujanda va más allá del pasado 15 de septiembre. “Hay muchas prácticas que, desde antes que el área fuera conocida como Ramsar (humedal protegido), son costumbres que no son mal vistas por los pobladores de la región, pero que le hacen mucho daño al área”, sentencia.
Entre ellas, la descarga de aguas grises en el caudal del río San Pedro (que merma la población de peces, principal alimento de la gran mayoría de las especies que tienen al vado como parada en su viaje migratorio hacia el sur), la extracción del vital líquido para huertas nogaleras, así como la depredación de los bancos de arena por parte de los materialistas.
“Eso sin contar que, regularmente el espacio es usado como una cantina al aire libre”, añade González, “así como para la organización de carreras de camionetas 4x4, que pasan encima de cualquier cosa, incluyendo nidos que son destruidos”.
Fidel aclara que como colectivo no están en contra de ninguna de esas prácticas, que de hecho califica como necesarias. “Pero este lugar en específico (el humedal), o se usa para eso, o como sitio protegido, respetando la normatividad”, menciona. “No se puede usar para las dos cosas al mismo tiempo”.
En ese sentido, propone que se busque de manera conjunta entre sociedad y Gobierno, un espacio más ad hoc para las actividades de índole social, dándole así un adecuado respiro a un área que paulatinamente se está asfixiando por contaminación que no debería padecer.
Bujanda propone ir más allá, planteando pláticas de concientización entre los involucrados, aunque calcula que por los muchos años que llevan las anteriores tradiciones (muchas, más antiguas que el humedal protegido desde 2012), mucha gente tomará las medidas con descontento.
“Debemos hablar principalmente con los niños. Tomarlos literalmente de la mano y llevarlos al lugar para que admiren y atesoren la riqueza que aún tienen y deben conservar para futuras generaciones”, adiciona Manuel.
En el caso de los adultos, su veredicto es más contundente. “Primero, las autoridades se deben poner los pantaloncitos y aplicar las sanciones que procedan respecto a la contaminación del lugar. Pero también la gente debe saber hasta qué punto desconoce (de esa riqueza) y hasta qué punto le vale (la misma)”.
Para los elementos del Colectivo Aves, no todo ha sido a causa de las autoridades, aunque sí reconocen su responsabilidad, por ejemplo en asuntos como lo del pasado sábado, la construcción del Teatro al Aire Libre y la falta de castigo para quienes ven el río como un contenedor de basura o un sitio de sobrexplotación de recursos naturales.
“El Municipio incluso nos ha apoyado con los conteos, una muestra de que no desconoce del todo la importancia del asunto”, reconocen ambos expertos, “pero también hay otras instancias que deberían hacer su trabajo”.
Entre ellas, la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) y la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), principalmente ésta, ya que es el órgano punitivo o dicho de forma coloquial, la policía de la naturaleza.
Un ejemplo de lo que se podría hacer en la zona es la condición reversible de Teatro al Aire Libre, hecho por la mano del hombre en un sitio que, al momento de su hechura, ya no estaba permitida. “La Profepa le puede decir a los constructores que den marcha atrás con ese proyecto”, mencionan.
Sin embargo, consideran que lo más importante es concientizar a la gente a que ya no contamine ni haga sus eventos sociales en áreas protegidas. “Hacerles ver lo que hay y de lo que se pueden perder”, resume Bujanda.
De acuerdo con las observaciones registradas por el Colectivo Aves (“pajarear” es la palabra que se designa para describir la observación y fotografía de ejemplares), en el Vado aún hay que ver, y mucho.
Especialmente en esta época del año, que es de migración para muchas aves, como los pelícanos (las primeras atracciones turísticas del vado, debido a su tamaño más fácil para cualquier observador), grullas, patos, gansos… y la lista crece y se hace más sofisticada.
Pero no hay que caer en exceso de confianza e insisten en concientizar a la gente y separar las actividades. “Dejaría más derrama económica y beneficios un escenario adecuado para el turismo ecológico”, dice Fidel, fundamentando lo anterior con el argumento de que, cada vez que van a “pajarear” a la zona, la comida previa es obligada en alguno de sus restaurantes.
Manuel, por su parte, ve el futuro iluminado con un relámpago de esperanza. “A raíz de lo que pasó en el Grito, he visto en Facebook mensajes de indignación de muchos meoquenses por el daño ecológico que se provocó. Esa es buena señal”, finaliza.