/ miércoles 1 de noviembre de 2023

Testimonio de supervivencia: El relato de un parralense tras el huracán Otis en Acapulco

Ramón Payán, trabajador minero, confiesa que este fenómeno le hizo recordar aquel aciago 2008 cuando se inundó Parral al desbordarse "El Alamillo"

Se cumplen siete días de una de las catástrofes más devastadoras de los últimos tiempos para México. Ramón Payán Quiroz es un trabajador parralense del sector minero que viajó a Acapulco, Guerrero para ser partícipe de la XXXV Convención Internacional de Minería; sin embargo, el huracán Otis de categoría 5 que azotó el lugar e interrumpió toda actividad, dejándolo incomunicado. Ahora vive para narrar su experiencia que le hizo recordar aquella inundación del 2008 en Parral.

MARTES: la calma antes de la tormenta

El martes, día de su llegada, no había indicios de la pesadilla que se avecinaba. Aterrizando en el aeropuerto internacional, Ramón y otros seis viajeros notaron un clima nublado y lluvioso, pero no había alerta de huracán.

Comentó que su hotel, el Fiesta Americana, registró un apacible día en el que los planes de negocios y conferencias parecían intactos. Empero, la pantalla en el lobby comenzó a mostrar un incremento en la fuerza del huracán, lo que comenzó a despertar la preocupación.

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La noche cayó y la lluvia y el viento aumentaron su intensidad. Las advertencias se hicieron evidentes y la tensión comenzó a apoderarse de los presentes.

A las 11 de la noche, Payán Quiroz y sus compañeros estaban en el balcón del hotel documentando la tormenta, pero cuando el huracán comenzó a golpear con mayor ferocidad, buscaron refugio en sus habitaciones.

El edificio se balanceaba violentamente y los apagones en el ascensor y el ruido aterrador del viento elevaban su ansiedad. Una nota en la habitación les proporcionó instrucciones de seguridad. Cuando la situación empeoró, tomaron la decisión de bajar en busca de orientación.

Foto: Cortesía | Ramón Payán

MIÉRCOLES: el ojo del huracán

La situación no era la mejor. La electricidad había fallado y el pánico se extendía entre los huéspedes. El personal del hotel intentaba mantener la calma y buscar soluciones, pero la tormenta no cedía. El fuerte olor a gas aumentó aún más el temor.

La decisión de bajar al sótano se tomó como una medida de seguridad del hotel. Allí, comentó que 200 personas se refugiaron compartiendo su miedo e incertidumbre.

A eso de las 2:00 de la mañana se les informó que se encontraban en el ojo del huracán, donde los vientos aullaban y el agua se filtraba en el refugio improvisado. Algunos huéspedes intentaron subir a buscar a sus familias con resultado de algunos heridos.

"En el ojo del huracán dos pisos debajo del lobby sentíamos el viento y el agua filtrarse. Era una pesadilla”.

Foto: Cortesía | Ramón Payán

Sin electricidad y con techos dañados, el personal del hotel luchaba por poner en marcha los generadores. La noche fue una pesadilla. Narró que bajo un cielo plomizo y cargado de nubes grises, el huracán Otis de Categoría 5 se cernía sobre Acapulco como una bestia enfurecida. El viento aullaba con furia despiadada, azotando las calles y edificios con violencia. La lluvia, fría e implacable, caía como una cortina de lágrimas del cielo.

A medida que el huracán avanzaba, dejaba a su paso un paisaje desolador. Los edificios, antes imponentes, se tambalearon como gigantes heridos, sus estructuras retorciéndose y cayendo en medio de un estruendo ensordecedor. Las calles, antes bulliciosas, se convirtieron en ríos de escombros y desesperación.

La ciudad, una joya turística resplandeciente, quedó sumida en una pesadilla apocalíptica. Los autos yacían abandonados en medio de las vías, las palmeras arrancadas de raíz y los cristales rotos adornaban el suelo. Era un mundo de sombras y caos, donde la naturaleza había demostrado su inquebrantable poder.

JUEVES Y VIERNES: la búsqueda

La mañana del jueves el huracán cedió y los sobrevivientes aún en estado de shock salieron. La vista que se les presentó era desgarradora: Acapulco estaba en ruinas, con vehículos abandonados en el lobby, palmeras arrancadas de raíz y escombros esparcidos por las calles.

"La ciudad era un caos, con vehículos abandonados en medio de las calles y palmeras arrancadas de raíz. Era como si la naturaleza hubiera desatado su furia sin piedad", declaró el entrevistado en exclusiva.

Aislados y sin comunicación, buscaron la ayuda de otros huéspedes en busca de un medio para abandonar la ciudad. Conmovidos por su situación, algunos locales aceptaron llevar mensajes a sus familiares para informarles que estaban a salvo.

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El viernes la situación no mostraba signos de mejora. Con el aeropuerto y las terminales de autobuses en ruinas, no había manera de salir de Acapulco. Encontraron un plan: un contacto en Chilpancingo les proporcionó taxis para llevarlos a un lugar más seguro. Pero llegar allí fue una odisea, con carreteras bloqueadas y personas saqueando tiendas.+

"En el camino a la tienda, nos encontramos con una tienda Soriana donde veíamos a gente local saqueando absolutamente todo (Refris, Camas, estufas, comida, cerveza)", contó en la narrativa que expuso.

Después de largas horas y con un poco de suerte, llegaron a Chilpancingo y encontraron refugio en un hotel. En ese momento, Ramón y sus compañeros pudieron comunicarse con sus familias para darles la noticia de que estaban a salvo.

Nota publicada originalmente en El Sol de Parral

Se cumplen siete días de una de las catástrofes más devastadoras de los últimos tiempos para México. Ramón Payán Quiroz es un trabajador parralense del sector minero que viajó a Acapulco, Guerrero para ser partícipe de la XXXV Convención Internacional de Minería; sin embargo, el huracán Otis de categoría 5 que azotó el lugar e interrumpió toda actividad, dejándolo incomunicado. Ahora vive para narrar su experiencia que le hizo recordar aquella inundación del 2008 en Parral.

MARTES: la calma antes de la tormenta

El martes, día de su llegada, no había indicios de la pesadilla que se avecinaba. Aterrizando en el aeropuerto internacional, Ramón y otros seis viajeros notaron un clima nublado y lluvioso, pero no había alerta de huracán.

Comentó que su hotel, el Fiesta Americana, registró un apacible día en el que los planes de negocios y conferencias parecían intactos. Empero, la pantalla en el lobby comenzó a mostrar un incremento en la fuerza del huracán, lo que comenzó a despertar la preocupación.

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La noche cayó y la lluvia y el viento aumentaron su intensidad. Las advertencias se hicieron evidentes y la tensión comenzó a apoderarse de los presentes.

A las 11 de la noche, Payán Quiroz y sus compañeros estaban en el balcón del hotel documentando la tormenta, pero cuando el huracán comenzó a golpear con mayor ferocidad, buscaron refugio en sus habitaciones.

El edificio se balanceaba violentamente y los apagones en el ascensor y el ruido aterrador del viento elevaban su ansiedad. Una nota en la habitación les proporcionó instrucciones de seguridad. Cuando la situación empeoró, tomaron la decisión de bajar en busca de orientación.

Foto: Cortesía | Ramón Payán

MIÉRCOLES: el ojo del huracán

La situación no era la mejor. La electricidad había fallado y el pánico se extendía entre los huéspedes. El personal del hotel intentaba mantener la calma y buscar soluciones, pero la tormenta no cedía. El fuerte olor a gas aumentó aún más el temor.

La decisión de bajar al sótano se tomó como una medida de seguridad del hotel. Allí, comentó que 200 personas se refugiaron compartiendo su miedo e incertidumbre.

A eso de las 2:00 de la mañana se les informó que se encontraban en el ojo del huracán, donde los vientos aullaban y el agua se filtraba en el refugio improvisado. Algunos huéspedes intentaron subir a buscar a sus familias con resultado de algunos heridos.

"En el ojo del huracán dos pisos debajo del lobby sentíamos el viento y el agua filtrarse. Era una pesadilla”.

Foto: Cortesía | Ramón Payán

Sin electricidad y con techos dañados, el personal del hotel luchaba por poner en marcha los generadores. La noche fue una pesadilla. Narró que bajo un cielo plomizo y cargado de nubes grises, el huracán Otis de Categoría 5 se cernía sobre Acapulco como una bestia enfurecida. El viento aullaba con furia despiadada, azotando las calles y edificios con violencia. La lluvia, fría e implacable, caía como una cortina de lágrimas del cielo.

A medida que el huracán avanzaba, dejaba a su paso un paisaje desolador. Los edificios, antes imponentes, se tambalearon como gigantes heridos, sus estructuras retorciéndose y cayendo en medio de un estruendo ensordecedor. Las calles, antes bulliciosas, se convirtieron en ríos de escombros y desesperación.

La ciudad, una joya turística resplandeciente, quedó sumida en una pesadilla apocalíptica. Los autos yacían abandonados en medio de las vías, las palmeras arrancadas de raíz y los cristales rotos adornaban el suelo. Era un mundo de sombras y caos, donde la naturaleza había demostrado su inquebrantable poder.

JUEVES Y VIERNES: la búsqueda

La mañana del jueves el huracán cedió y los sobrevivientes aún en estado de shock salieron. La vista que se les presentó era desgarradora: Acapulco estaba en ruinas, con vehículos abandonados en el lobby, palmeras arrancadas de raíz y escombros esparcidos por las calles.

"La ciudad era un caos, con vehículos abandonados en medio de las calles y palmeras arrancadas de raíz. Era como si la naturaleza hubiera desatado su furia sin piedad", declaró el entrevistado en exclusiva.

Aislados y sin comunicación, buscaron la ayuda de otros huéspedes en busca de un medio para abandonar la ciudad. Conmovidos por su situación, algunos locales aceptaron llevar mensajes a sus familiares para informarles que estaban a salvo.

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El viernes la situación no mostraba signos de mejora. Con el aeropuerto y las terminales de autobuses en ruinas, no había manera de salir de Acapulco. Encontraron un plan: un contacto en Chilpancingo les proporcionó taxis para llevarlos a un lugar más seguro. Pero llegar allí fue una odisea, con carreteras bloqueadas y personas saqueando tiendas.+

"En el camino a la tienda, nos encontramos con una tienda Soriana donde veíamos a gente local saqueando absolutamente todo (Refris, Camas, estufas, comida, cerveza)", contó en la narrativa que expuso.

Después de largas horas y con un poco de suerte, llegaron a Chilpancingo y encontraron refugio en un hotel. En ese momento, Ramón y sus compañeros pudieron comunicarse con sus familias para darles la noticia de que estaban a salvo.

Nota publicada originalmente en El Sol de Parral

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