Marcela Lebrija, una mujer de 38 años y madre de cinco hijos, a lo largo de 15 años se ha dedicado a laborar en el Basurero Municipal con el fin de sacar adelante a su familia; ni el aire, el sol, la lluvia y los diversos olores la detienen, sobrevive con solo mil pesos a la semana si bien le va, pero con alegría acude a realizar su trabajo cotidiano.
En pleno siglo XXI las oportunidades laborales para que las mujeres puedan desarrollarse aún son precarias y difíciles de enfrentar.
A lo largo de los siglos, la mujer ha tenido que alzar la voz para ser escuchada, para salir del cajón donde estaba encerrada y ser tomada en cuenta en los diferentes espacios de la sociedad, en donde ha permanecido excluida, una lucha que ha tomado años, le ha permitido desarrollarse y ocupar puestos en el sector educativo, político, económico, social y de salud.
Sin embargo, es conocido que del otro lado del espejo se encuentra una realidad distinta y muchas veces poco reconocida, en ese lado están las mujeres que por la desigualdad social y económica laboran donde sea, y de lo que sea, soportando las condiciones hostiles que se presentan en la cotidianeidad.
En el Basurero Municipal laboran un total de 16 mujeres, separando los residuos que los ciudadanos no realizaron al tirar sus desechos.
Marcela Lebrija Rubí vive en la comunidad de San Andrés, tiene 38 años de edad y es madre de cinco hijos; 15 años de su vida se ha dedicado a laborar en el Basurero Municipal, “Porque no hay de otra”, “No alcanza con un solo salario del padre de familia”, y la intención es brindarle mejores oportunidades a sus hijos para “Que no vivan lo que yo he vivido”.
Marcela se levanta a las 5:00 de la mañana para hacer tortillas y darles el desayuno a sus cinco hijos y a su esposo, posteriormente se prepara para salir antes de la 7:00 de la mañana de su hogar para dirigirse a su lugar de trabajo y conseguir el sustento diario.
Con su falda y filipina teñidas por la suciedad, unas botas negras que son testigos de cada una de las pisadas que da en un mundo de desechos, suciedad y olores fétidos que hacen de su labor una acción titánica.
Estos 15 años le han bastado para acostumbrarse a cada una de las cosas que ve y respira, que toca y siente pero que ve como una oportunidad de ser tomada en cuenta y salir adelante, sus hijos son su motor en las situaciones difíciles, al recordar su condición y su precariedad no hace más que sonreír y continuar con su labor diaria, que sin duda alguna, beneficia a los habitantes de la sociedad.
En una “Semana de suerte” logra percibir sólo mil 300 pesos, todo depende de las condiciones climatológicas, pues cuando hay ráfagas de viento, este le arrebata con una fuerza atroz lo que recolectó y hay que volver a empezar con la actividad, pero a ella; ni el sol, ni el agua, ni la lluvia ni el aire la detienen, su fuerza emerge al doble, pues no se puede dar el lujo de faltar, ya que esto implica dejar un día sin alimento a sus cinco hijos aún pequeños.
A las 5:00 de la tarde que sale del trabajo, se dirige a su casa, en cuanto llega lava su ropa bañada en polvo, y restos de lo que apartó, para posteriormente bañarse y que esto le dé un nuevo respiro para comenzar.
Hasta el momento en el desempeño de su labor nunca ha contraído alguna enfermedad que le impida asistir como habitualmente lo hace, solo una tos común la ha apartado por unos instantes de su trabajo; sin embargo, sabe que no puede faltar porque esto representa alimentar a una persona menos.
“Estoy acostumbrada a los olores y a lo que veo”, caminar sobre las montañas de basura y abrirse paso entre los desechos le borró cualquier sensación de náusea, la cual es inevitable para quienes se acercan o comienzan en dicha labor.
Abrir bolsas, escarbar, desechar “Lo que no sirve” y apropiarse de lo que se puede comer, vender o utilizar, a donde quiera que camina lleva su bolsa en donde deposita lo que va separando.
A veces llega ropa en buen estado, objetos para la casa, utensilios para la cocina, los cuales son depositados en otra bolsa personal, para no regresar a casa con las manos vacías.
Aún el terreno laboral y la desigualdad social imperan, Marcela Luján es testigo de una lucha que aún dista mucho de la victoria, el ser parte de quienes ya poseen un lugar en donde su trabajo es remunerado y estable es un sueño que aún no se cumple.