En el marco por el Día Internacional del Recuerdo de la Trata de Esclavos y de su Abolición a celebrarse hoy, durante una campaña punitiva en 1652, 180 tobosos fueron tomados como esclavos y vendidos en los centros mineros de la Nueva Vizcaya, la mayoría de los cautivos entre hombres, mujeres y niños, eran traídos a la plaza pública de Parral y subastados al mejor postor, un hombre de 20 a 40 años de edad era evaluado de 300 a 400 pesos, los niños criados localmente alcanzaban de 100 a 150 pesos dependiendo de la edad. Apaches tomados como esclavos en Nuevo México, eran enviados a Parral para ser vendidos para las labores domésticas.
Desde la fundación de Parral en 1631 habitaban esclavos africanos los cuales eran traídos para trabajar en las minas recién descubiertas, en los primeros cincuenta años de la ciudad se reporta un promedio anual de 18 compraventas de esclavos, y en 1657 se reporta que la mitad de esclavos era de origen africano.
Al no contar con suficientes sirvientes para explotar las minas, los conquistadores se dedicaron a cazar indios para reducirlos a la esclavitud. Esta actividad estuvo al origen de repetidas rebeliones que abortaron todas porque los indios mermados por las epidemias no lograron defenderse.
El tráfico de esclavos era un comercio muy lucrativo que sostuvo la economía de la provincia de Santa Bárbara durante más de medio siglo y que resurgió después cada vez que estallaba una guerra contra los indios, únicamente los españoles más ricos compraban esclavos traídos de África, en donde los negros solían ser mejores trabajadores que los indios cautivos que escapaban con más facilidad pero eran caros; sin embargo, los hubo también en Santa Bárbara.
La reducción a la esclavitud de los indios fue permitida en toda América en las primeras décadas del siglo XVI, hasta las Leyes Nuevas de 1542, cuando el rey de alarmo del dramático descenso de la población nativa.
Hasta entonces se había utilizado ese tipo de mano de obra de manera masiva en los placeres de oro y para construir los imponentes edificios, tanto civiles como religiosos, de la primera época de la colonización.
Sin embargo, la esclavitud no fue abolida en todos los casis ni en todas las gobernaciones del imperio español en el Nuevo Mundo. Hubo excepciones a la regla.
En la gobernación de la Nueva Vizcaya, a la que pertenecía Santa Bárbara, se siguió persiguiendo a los indios para reducirlos a la esclavitud. La práctica real o supuesta de la antropofagia era una razón jurídicamente válida para conducir una guerra “a sangre y fuego” en la que la toma de esclavos pasaba a ser legal.
En 1578, el visitador de los franciscanos se sorprendió al constatar que en el valle de San Bartolomé se localizaba un activo mercado de esclavos, dado que la esclavitud estaba entonces prohibida en la gobernación de la Nueva España desde hacía 36 años, los cautivos se habían vuelto una mercancía muy apreciada.
Los comerciantes de la Nueva España llegaban a la provincia de Santa Bárbara para adquirirlos. Cuando no los vendían a particulares para el servicio doméstico, los ofrecían a los dueños de obrajes o fábricas de telas de algodón y lana, estas fábricas eran establecimientos de tipo carceral, donde los trabajadores estaban encerrados de día y noche, en un ambiente muy poco salubre porque el aire estaba contaminado por muchas partículas que se desprendían de la materia prima.
Cuando los indios escapaban de las haciendas con tal de volver a sus pueblos, las autoridades españoles podían organizar una expedición punitiva para reducirlos a la esclavitud porque se consideraban entonces como rebeldes.
En esas salvajes entradas militares contra pueblos pacíficos se solía matar a los varones mayores de 14 a 16 años, y a los demás se hacían esclavos; los niños eran depositados en casas de personas pudientes para que los criaran como “huérfanos”.
Se dice que la reducción a la esclavitud había dado origen a la rebelión de 1648, al final de la cual se subastaron 400 tarahumaras en el real de San José del Parral en 1652, de la misma manera, los indios del Nuevo México eran blanco de esas expediciones infames y fue así que llegaron apaches desde mediados del siglo XVII a la provincia de Santa Bárbara.
A los esclavos indios tomados en “guerra justa” por haberse sublevado se les erraba como al ganado, con una “G” de guerra.
El término “esclavo” o “esclavitud”, si bien figura en muchas fuentes, no era el usual en los documentos legales donde se hablaba únicamente de “condenación al servicio personal”. De hecho, existe una diferencia entre la esclavitud de los indios y la esclavitud de los negros.
Los indios reducidos al cautiverio podían ser también vendidos y separados de sus padres, pero la ley española no les condenaba a la esclavitud de por vida, sino por un plazo determinado de años. Los indios tampoco transmitían su condición de esclavos a sus hijos como los cautivos africanos.
Para condenar a un indio a trabajar en el mortero por 20 años en una hacienda de minas significaba que estaba destinado a morir allí; la esperanza de vida de esos cautivos no era tan alta, el polvo o los vapores mortales del mercurio hacían que fallecieran mucho antes.
Ante el derrumbe demográfico de los indios se trató de importar cantidades importantes de esclavos negros para sustituirlos. Los cristianos creían que los negros eran una raza condenada por Dios a la esclavitud.
Se conoce el origen de los negros esclavos que llegaron a Parral en el siglo XVII y muy probablemente también a Santa Bárbara, que participó del mismo auge minero, la mitad de los esclavos provenía principalmente de Mozambique, Angola, y Congo, pero la otra mitad había nacido en la Nueva España, de padres esclavos.
En la provincia de Santa Bárbara, los españoles más ricos tenían una mayor cantidad de esclavos, era parte de su tren de vida. Valerio Cortés del Rey, quien fue dueño de la hacienda de Santiago y de las minas del Cabrestante en Santa Bárbara, poseía 117 esclavos negros y mulatos.
Como objetos de valor, los propietarios los cuidaban mucho, no los ponían a trabajar en las minas sino que laboraban de cocheros o de domésticos y los vestían con ropa de lujo, pero también los había que formaban parte de las dotes de las casaderas, las dueñas los ponía a trabajar y su salario equivalía a una renta para ella.
Los esclavos negros y mulatos eran herrados generalmente en la frente y cuando cambiaban de dueño se les ponía la marca del nuevo propietario, de modo que algunos tenían la cara y el cuerpo llenos de cicatrices.
Enfermedades y accidentes eran frecuentes en las minas, los trabajadores eran aplastados por desprendimientos de los techos de los socavones, y la usual jornada de doce horas (de sol a sol) en las minas, llevaba a la fatiga a la disminución de la resistencia al contagio. Los mineros contraían enfermedades de la garganta incluido el envenenamiento por monóxido de carbono, por respirar aire nocivo y humos de velas y fogatas.