Historia de un “exilio”
Fueron el tema de la semana. Símbolo de una administración que aún hoy despierta pasiones y críticas. En cuestión de días se convirtieron en una especie de leyenda urbana. De una manera tan misteriosa como “desaparecieron” por casi medio año, los “frisos fantasma” ayer “reaparecieron” en la Plaza de la Grandeza.
Aproximadamente a las dos de la tarde, un equipo de transportistas, montacarguistas y soldadores hicieron un trabajo que se pudo hacer desde enero y con ello se pudo ahorrar tiempo y polémica. De paso, echaron por tierra los pretextos… perdón, las versiones de que la recolocación de esas dos obras requeriría grúas costosas y una logística similar a la que se necesitaría para la construcción de un puente de la Tierra al Sol.
Quizá para que nadie cuestionara la inutilidad del hecho (puesto que la siguiente temporada navideña está cronológicamente más cerca que la que se fue), en una maniobra que se antoja más inteligente que las evasivas que pusieron los funcionarios abordados acerca del destino de esas piezas, los trabajadores las colocaron a un costado del friso “sobreviviente”… donde ya no puedan “estorbar” para las subsiguientes puestas de la pista de hielo de la temporada decembrina, razón por la cual fueron quitadas originalmente.
De esta manera, la historia de Chihuahua que la escultora Edysa Ponzanelli cuenta en cada una de sus obras (el resto se encuentra “a espaldas” del ángel de la Plaza Mayor) volvió a ser completada. Los frisos faltantes regresaron tras un secreto, misterioso exilio en alguna de las bodegas de Gobierno del Estado que duró seis meses.
Durante ese lapso, nunca llegaron a despejarse las dudas que cubrieron el pensamiento popular. ¿A dónde fueron desterradas semejantes obras de arte? ¿Por qué la tardanza en reponerlas? ¿Por qué hasta que se comenzó a investigar al respecto les entró la urgencia por el reacomodo? ¿Por qué, en su momento, nadie supo dar razón sobre el paradero de los frisos? ¿Ocultaban algo?
Lo más sencillo fue complicarlo todo
Paquidérmico. A ese ritmo se movieron algunos funcionarios de Gobierno del Estado a la hora de intentar despejar una pregunta que, en un principio, parecía simple: ¿dónde estaban los frisos faltantes de la Plaza de la Grandeza?
Al momento de iniciar la investigación, ya era casi del dominio popular que dos de las tres obras de Ponzanelli, las cuales tenían un lugar en la mencionada Plaza ubicada en la esquina de las avenidas Carranza y Juárez (una de ellas, precisamente cercana a esa esquina y la otra, “frente” a aquella, en el otro extremo de la plaza), habían sido removidas para colocar la mencionada pista de hielo, y que seguían sin ser devueltas a su posición original.
Lo que al parecer nadie supo o nadie tuvo la capacidad de contestar fue una pregunta que a lo largo de estos días se convirtió en la de los 64 millones. ¿Dónde estuvieron guardadas esas obras de arte?
Ciertamente, hay asuntos más importantes que la búsqueda de unos altorrelieves en bronce. Pero, como podrá leerse más adelante, al ciudadano común debe producirle escalofríos el saber que si no hubo quién diera una razón de esas piezas, ¿qué podrá esperarse en otros rubros, como la impartición de justicia o la cobertura de las más elementales necesidades?
Como si se tratara de, en su momento, el paradero del cadáver de la mismísima Evita Perón, el destino de los elementos escultóricos más famosos de esta semana durante estos seis meses fue tan desconocido como cualquier diputado en su distrito.
Y, curiosamente, quienes desconocieron de esa ubicación son quienes deberían de conocerla: Relaciones Públicas, Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas, Departamento de Mantenimiento de la Secretaría de Hacienda y Comunicación Social… todas dependencias de Gobierno del Estado.
Al más puro estilo del título de la película “Lo más sencillo es complicarlo todo”, muchos de los que se dicen funcionarios de esas instancias jamás supieron dar una simple razón y, a la contra, en el mejor de los casos salieron con argumentos que rayan en lo risible.
¿Relaciones públicas?
La lógica indicaría que quienes sabrían dónde estaban guardados, cuándo serían colocados y por qué hasta ese momento los famosos frisos serían los que a su tiempo anunciaron con bombo y platillo la colocación de la pista de hielo y demás infraestructura navideña en las plazas: Relaciones Públicas, o su titular, la señorita Alejandra Chavira.
Se insistió varias veces a su celular, sin resultados positivos. Cualquiera podría pensar que, en los distintos intervalos de las llamadas, sus múltiples ocupaciones de publirrelacionista le impidieron contestar. O quizá se le atravesó una emergencia.
El hecho es que, en completa incongruencia con el cargo que ostenta, jamás tuvo la atención de devolver una sola llamada. Ya ni siquiera para decir que estaba ocupada o tenía una urgencia, o para preguntar qué se necesitaba.
Difícil sería pensar que no devuelve las llamadas por falta de saldo, dado que debe ganar lo suficiente como para cuando menos, un plan de prepago sin límites de 100 pesos cada 21 días (si es que ella tiene que pagar por su teléfono, por el famoso plan de austeridad).
Fuentes que han batallado con la funcionaria… perdón, allegadas a la funcionaria, sostienen que son costumbres en ella no contestar su aparato telefónico, no devolver las llamadas y hasta dejar en visto los “whats”.
Total que el primer intento por despejar lo que se creía una duda, un mero trámite de rutina, quedó en eso por falta, paradójicamente, de relaciones públicas.
Pasando la bolita
Otra de las instituciones involucradas en los movimientos de las Plazas Mayor y de la Grandeza en diciembre pasado fue la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas del Estado, lo cual es entendible dada la maquinaria pesada que se requiere para poner la infraestructura (el árbol, por ejemplo) o quitar la misma (los frisos, por ejemplo).
En esta ocasión, sí hubo éxito al contactar con la titular de la dependencia, Norma Ramírez Baca. Pero como dictan las reglas no escritas de las relaciones públicas (y quizá dando sin querer una cachetada con guante blanco a la señorita Chavira), al momento en que se le solicitó ella adujo estar ocupada y quedó de reportarse más tarde.
De hecho, lo hizo antes del tiempo prometido… pero a través de un portavoz, quien, cual Teseo en un laberinto burocrático, sirvió como guía dentro del mismo en la búsqueda de ese Santo Grial en el que, a esas alturas de la investigación ya se había convertido el par de frisos.
Por él se supo que, quien sabía del paradero de esas obras se encontraba en la ¡Secretaría de Hacienda! Y aunque a final de cuentas puede decirse que replicó lo que hizo su jefa al pasar la bolita a otra instancia, dio una pista sólida.
Barajas… muy despacio
El asunto de cómo los frisos fueron a parar a una secretaría que, se pensaría, no tenía vela en el entierro se aclaró un poco con el nombre y cargo del “servidor público” involucrado: Hugo Barajas, del Departamento de Mantenimiento de Hacienda.
Como suele pasar en algunos funcionarios (de cualquier nivel, para que no haya agraviados ni creídos), la actitud proactiva de este encargado estuvo lejos de funcionar. Apenas se enteró que se le buscaba para que diera razón de los frisos, desapareció más misteriosamente que el cuerpo de Jimmy Hoffa.
Vía su eficiente y amable secretaria (eso sí), Barajas comenzó a hacerlo despacio: dando evasivas, argumentando salidas de su oficina y reuniones de trabajo, al parecer más complejas que la ubicación de las (ahora sí) tan llevadas y traídas obras de arte.
Quedó de devolver la llamada, aunque como la famosa negra del son, nunca dijo cuándo, corroborando el previo entrecomillado de su cargo, porque ni servidor… ni público, pues jamás fue para dar la cara o al menos decir: “nada sé sobre el particular”.
Al final, la secretaria acató la instrucción de avisar de que “cualquier entrevista se debe tramitar en el departamento de Comunicación Social con…” y dio el nombre de una funcionaria que ¡lleva meses que no trabaja ahí!
A ver…
Lo que bien pudo haber dicho Hugo Barajas para deslindarse del asunto terminó diciéndolo nada menos que el mismo titular de Comunicación Social de Gobierno del Estado: Antonio Pinedo, quien literalmente, nada sabía sobre el particular.
En su momento mostró asombro de que se hayan quitado los frisos, y sobre todo, que aún no volvieran a su lugar. “Soy de la otra parte de ese mundo que desconocía el asunto”, confesó cuando se le dijo que medio mundo ya conocía de la ausencia de las piezas.
A él también se le hizo la pregunta de los 64 millones y, con las mejores intenciones, aceptó su desconocimiento del caso, pero se ofreció a investigar el paradero de los frisos a la brevedad. Y lo hizo… en parte.
Señaló que la reubicación de los frisos faltantes comenzaría el jueves por la tarde (le falló por aproximadamente 24 horas), aunque no lo harían en su posición original, sino a un costado del que “sobrevivió”, es decir de la escena de la muerte de Pancho Villa.
Empero, al preguntársele acerca de la ubicación de los frisos en ese momento, dijo desconocerla, argumentando que eran muchas las bodegas que Gobierno del Estado tiene diseminadas por el territorio de la capital.
Lógicamente surgieron las preguntas en el sentido de que, si él ya sabía cuándo comenzarían los trabajos de reubicación, cómo era posible que no se supiera de qué bodega saldrían los objetos en cuestión.
“Lo que pasa es que la gente encargada (de las bodegas) ya salió”, esgrimió. (Y si ya no había “gente encargada”, ¿cómo se pretendía ir por los frisos y reinstalarlos la tarde del mismo jueves?).
Se le pidió al comunicador social la ubicación de la bodega para ir a tomar evidencia fotográfica, pero al no poder dar razón, propuso la solución más práctica. “Saquen la nota así con (el material) lo que tienen”.
Hoy podrá decir que tenía toda la razón, que, como él anunció, los frisos fueron devueltos. Y sin embargo, queda una pregunta en el aire. ¿Por qué en su momento no supo dar razón de su ubicación?
Más preguntas
Cualquiera de los involucrados en este enredo burocrático ya puede decir con toda seguridad que, durante su “exilio”, los frisos siempre estuvieron a buen resguardo, pero hasta antes de ayer el hecho de no contestar ni devolver llamadas (se intentó con Chavira aún este viernes, y nada), el pasarse la bolita entre funcionarios y salir con evasivas carentes de argumentos genera una serie de preguntas suspicaces.
¿Dónde estuvieron realmente los frisos en todo este tiempo? ¿Se encontrarían en una bodega similar a la que el realizador cinematográfico Ismael Rodríguez imaginó para tener arrumbado el cráneo de Pancho Villa? ¿O en un almacén similar al que Spielberg concibió para guardar el Arca de la Alianza?
Si es que estaban guardados, ¿en qué condiciones se mantenían?, ¿sufrieron algún daño a la hora de quitarlos en diciembre o intentar ponerlos en enero y durante todo el tiempo que “nadie supo” se dio margen a su reparación?
¿Estarían adornando acaso la casa de algún funcionario, como ya ocurrió alguna vez con la cabeza del águila que se encuentra a espaldas de Casa Chihuahua? ¿Algunos de los involucrados en el asunto se hicieron locos para ver dónde estaban, “rescatarlos” y reubicarlos?
¿Qué podrán esperar otros ciudadanos con problemáticas más importantes ante una serie de servidores públicos similar a los que jamás pudieron dar razón acerca de los frisos? ¿Se conocerá algún día la aventura que vivieron en estos seis meses, o entrarán al catálogo de misterios sin resolver, al lado de los casos ya descritos (Perón, Hoffa y Villa), el monstruo del lago Ness, Jack el Destripador o Amelia Earhart?
Si alguien conoce algunas respuestas, o al menos la tocante a dónde estaban esos frisos y por qué nadie se atrevió a decir algo al respecto, por favor, hágase cargo.
Opina la autora de la obra
La escultora Edysa Ponzanelli, autora de los frisos, se dijo sorprendida sobre el destino de parte de su obra. Aunque nadie le notificó que los faltantes serían removidos, ella se dio cuenta en una reciente visita que realizó a esta capital.
“Verdaderamente me sorprendió (ver los espacios correspondientes vacíos)”, relata la primera impresión, lamentando la situación no porque se trate de un trabajo suyo, sino de una expresión artística que podría ser de alguien más.
“No me lo tomo a título personal, pero creo que es un trabajo que se hizo en su totalidad para hablar de la grandeza del pueblo de Chihuahua, su historia desde sus orígenes… nos recuerda de qué estamos hechos”, menciona.
Ponzanelli añade, en este sentido, que sería importante que la obra permanezca como fue originalmente pensada, por cuestiones de función didáctica. “Ayudaría mucho, sobre todo a los niños, a entender un poco acerca de ese origen”, reitera.
Para la artista, hay un mensaje muy claro en la cuestión cronológica de su obra, a la que compara si fuera un libro que, no obstante la carencia de palabra escrita, habla a través de imágenes como la llegada de Benito Juárez a esta capital, o la época prehispánica en que los rarámuris dominaban lo que hoy es el territorio estatal.
Siguiendo con la comparación, Edysa establece que, con los frisos faltantes, ocurrió lo mismo que si a ese libro le arrancaran dos de sus páginas, pues llegó a perderse el hilo de la historia, la secuencia lógica.
Ella recuerda perfectamente las piezas faltantes, señalando que su favorita es la que conjunta las tribus rarámuri y paquimeña por toda la historia que encierra, y el proceso que tuvo que pasar para realizarla, pues lo ahí plasmado no son meras ocurrencias, como menciona, sino algo que fue consensuado con historiadores autoridades en el tema.
“Fue un trabajo muy bien logrado”, califica, y retoma: “quedará para la gente la mejor opinión, y también la defensa de su patrimonio, porque, reitero, no es algo mío (la serie de esculturas), sino que ya es algo que pertenece al pueblo chihuahuense.
“La gente misma va haciendo suyas estas obras”, continúa. “Son las personas las que le dan identidad y, por tanto, las más indicadas para exigir a las autoridades su cuidado”, finaliza, repitiendo que ese cuidado debe ser extensivo a cualquier obra artística pública.