Un recuerdo vívido que Marco Adán Quezada guarda de su infancia es con su padre afuera del hoy Estadio Monumental de Beisbol, en Cuauhtémoc. El señor, pitcher curtido en la Sexta Zona del campeonato estatal, lanzaba “rolitas” con respetable velocidad al niño para que éste las atrapara sin miedo. Esto lo ha acompañado toda la vida.
No temió a la altura ni a la soledad del cerro en que subían para “agarrar” la señal de radio, a fin de escuchar los partidos de Fernando Valenzuela. Con tal remembranza expresa el privilegio de “su” generación: “Somos afortunados por nacer antes de internet y vivir después de eso. Concebimos la vida de un modo que los jóvenes hoy ni siquiera imaginan”.
Paternidad libre de pánicos
Ejemplo de lo anterior es su hijo Marco, quien a sus 16 años pertenece a la generación que concibe el celular como una necesidad y no un lujo. “No es fácil ser papá cuando la tecnología amplió la brecha generacional, pero siempre buscamos el equilibrio en ese y todos los asuntos”.
Reconoce que no hay hijo con instructivo y que lo útil en un padre no lo será para otro, comparte su vivencia personal para dicho balance: “Se habla con ellos (los hijos)”, enfatiza al destacar que debe prevalecer la comunicación directa y personal. “Si es necesario, se ponen restricciones u horarios al uso del aparato”.
Asegura que no le tiembla la mano para aplicar castigos, siempre que sean ineludibles, aunque por lo general se impone la conciliación y el compartir gustos. “Lo escucho, aprecio sus gustos, él se inclina por la música y luego le digo ‘me toca’: vemos un partido de beis o una pelea de boxeo”.
Como papá, para Marco Quezada el mejor tiempo para pasar es con su familia. Le encanta que su hijo sea abierto con sus aficiones y talentos, y considera que la enseñanza preparatoria debería abocarse no a enseñar, sino a descubrir, explotar y encauzar esos apegos que, sin duda, generarán excelentes profesionistas en la sociedad futura.
Quezada Martínez tiene otras dos hijas, quienes le han dado sendas nietas, más otra que viene en camino. Pero como abuelo –asegura— no es más benevolente que como padre. “Sigo siendo el estricto de siempre… La flexible es mi esposa (Lucía)”.
Su fiel compañera
Al hablar de su compañera de más de tres décadas, su plática se impregna de un tono especial. “Los primeros dos años de casados fueron duros con muchas privaciones. Nos casamos en octubre, aún estudiantes (de Derecho) y la renta alcanzaba nomás hasta diciembre”, rememora.
Con el tiempo, esas carencias fueron superadas con trabajo y empeño conjunto y se convirtieron en una abundancia de virtudes como matrimonio. “Nos complementamos al grado de ser más que una pareja, un equipo, una entidad que hace todo sin miedo y con cariño”.
Pero en ello reconoce mucho mérito a Lucía, presente pero discreta en la charla. “Admiro su incondicionalidad a toda prueba, su cariño permanente para estar en las buenas y malas”.
Marco es hombre de varias facetas. Una poco conocida es la de un hombre dedicado al campo. “En los últimos años cristalicé mi sueño juvenil con un ranchito donde me dedico a labores agrícolas y ganaderas”, expresa al referirse a su etapa como estudiante agropecuario en el CBTA 90 de la Puerta de la Sierra.
La infaltable política
Su incursión en política fue casual cuando salió a los 18 años de sus lugares de crianza, Cuauhtémoc y Basúchil, para venir a la capital a estudiar Derecho como uno de sus primos. Luego vinieron las planillas estudiantiles, las consejerías universitarias, su ahora esposa… El resto, como dicen, es historia hasta llegar a ser presidente municipal de la ciudad de Chihuahua y actualmente aspirar a volver a serlo.
Lo que en muchos sería mera anécdota, a Marco lo marcó (valga la redundancia. “Uno es de donde le va bien y disfruta estar ahí”, explica sobre la ciudad de Chihuahua, que ya no sabe si adoptó o lo adoptó. “Aquí encontré a mi familia, y tiene una influencia positiva en el resto del estado… Es un crisol de personas de diversos orígenes”.
Respecto a su sociedad, la describe crítica y analítica. Quiere a la ciudad y la cuida. No le agrada que algunas personas tiendan a ser clasistas y se fijen en el lugar de origen o si alguien es de buena familia, se sincera con algo padecido en carne propia y, de acuerdo con él, muchos siguen sufriendo.
“Considero que (la gente de Ciudad) Juárez es más abierta en ese sentido. ¿Quiénes somos para calificar a las familias ajenas? Creo que todos venimos de buenas familias y que cada uno forja su propia historia… evitemos juzgar en función de nuestros ancestros”.
Imposible no tocar la política, donde él piensa que sí puede haber amigos. “Nomás hay que saber distinguir entre los amigos de la persona y los del cargo que permanecen (en el mismo lugar) sin importar quién ocupe el puesto… Aquellos que son para siempre, me enorgullezco de tenerlos”, indica al lamentar no poder abrazarlos por las actuales medidas sanitarias. “Me apena, pues para mí (el abrazo) es un ‘me importas’”.
Ve con tristeza la polarización de la sociedad chihuahuense, aclarando un ejercicio de autocrítica. Para él, la percepción del pueblo y sus necesidades de seguridad, empleo y salud es la de una línea paralela con respecto a la de los políticos y su búsqueda de poder. “En medio de tanta crisis, debemos marchar (ambas líneas) en unidad”.
Finaliza con un llamado respetuoso a los capitalinos: “Ayudémonos unos a otros a salir de esta situación. Compremos al comerciante local porque en cada negocio chihuahuense están invertidos ahorros e ilusiones… Las grandes empresas pueden aguantar un poquito más”.
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