Viven 15 menores con mamás presas

De las 400 mujeres reclusas en los dos penales femeninos, el 80% son madres

Samara Martínez y Adriana Saucedo

  · lunes 19 de agosto de 2019

Alberto Hierro

Una canción en inglés ameniza la habitación. La dulce y tierna voz de Melissa, una pequeña de casi cuatro años de edad, tranquiliza a Bárbara L., quien temerosa, comparte su historia de vida al ser juzgada por un delito que, según explica, ella jamás cometió.

Las paredes blancas forman una especie de barrera entre las celdas y el cuarto, pues en ellas se retratan, de manera casi palpable, los vivos recuerdos de aquel día cuando su vida dio un giro de 180 grados, arrebatándole uno de sus más preciados tesoros: la libertad.

Con la voz entrecortada, Bárbara L. explica que para ella estar en el Cereso representa una injusticia, pues al estar juzgada por secuestro agraviado, con una sentencia de 10 años, lo único que sus ojos logran reflejar es una mezcla de sentimientos que, difícilmente, pueden ser plasmados con palabras.

Melissa, su hija, yace en las piernas de su madre sin conocer que existe otra forma de vida, su casa es ahí; el observar a su mamá con uniforme gris se ha vuelto cotidiano para ella, sin embargo, los colores sobre la mesa podrían pintar una sonrisa en el rostro de Bárbara L., pues el saber que dentro de algunos meses tendrá que decir adiós a la pequeña, hace que su semblante combine con los fúnebres tonos de su vestimenta.

Gracias al reglamento del reclusorio

Las reglas del Cereso únicamente permiten a menores de cuatro años vivir en las instalaciones, ésas que son adornadas con peluches y juguetes coloridos cuando alguna reclusa tiene a sus hijos cerca. En las celdas de algunas madres se pueden observar corrales para bebés y objetos infantiles, mismos que brindan fuerza y empuje a quienes día a día luchan por sobrellevar 24 horas más.

“Mi vida aquí adentro con mi niña es menos pesada”, dice con dulzura al observar detenidamente a la pequeña, que preocupada por la libreta de dibujos en frente de ella, exige el color café sin pena alguna.

Originalmente, Bárbara L. fue internada en Ciudad Juárez, pero después de cinco años de condena la trasladaron hacia la capital del estado con su pequeña, quien en aquel entonces tenía tan solo un año de edad.

Dentro del reclusorio existe un programa de guarderías para los infantes que habitan dentro de él, donde, según explica Bárbara, el apoyo es vital, pues además de cuidar a los niños ahí les enseñan a pintar, bailar, cantar y a convivir con otros pequeños que se encuentran en la misma situación.

La pequeña de tres años no es la única en la vida de Bárbara L., afuera se encuentran otros tres, dos niñas y un varón. “Mis hijas están creciendo y no estoy ahí para ellas, me estoy perdiendo su vida”, dice la madre con lágrimas en los ojos que expresan impotencia, tristeza y enojo… en cuanto al pequeño, éste no tiene conocimiento de ella, pues la gente que lo cuida se refiere a Bárbara como una amiga.

“No mi amor… yo estoy aquí por un error, por confiar en la persona equivocada, pero yo siempre estaré contigo”, le explica la madre a la pequeña que, desorientada por la situación, interrumpe la conversación para asegurarse que su “mami” siempre estará con ella.

El comienzo del martirio

Ocho años han pasado ya desde que los ministeriales irrumpieron en su casa y el recordarlo inunda su rostro con imágenes que preferiría no almacenarlas en su mente. Asegura que su vida afuera era pesada, enamorarse del hombre equivocado fue un error que le ha salido caro, pues el levantarse todos los días, a pesar de querer estar acostada, se debe a su hija ya que sin ella no podría seguir de pie.

“Conocí a la persona que me atrapó…”, así comienza su camino hacia el penal, pues su esposo era secuestrador y Bárbara L. pagó la condena de sus acciones después de haberle brindado una segunda oportunidad a su pareja tras creer en su inocencia, pese a que la autoridad ya tenía carpetas de investigación en su contra.

Tras un viaje a Torreón, Bárbara L. llegó a casa y observó comportamientos raros por parte de su esposo, al mirar por una pequeña ventana en la lavandería notó que había una persona encerrada con la cabeza vendada por lo que cuestionó a su pareja y le advirtió que la historia no se repetiría, pues previamente habían pasado por una situación similar, por lo que ella supo de inmediato que éste se encontraba, de nuevo, en malos pasos.

Esa misma noche Bárbara L. planeaba escapar con sus hijas, sin embargo, el esposo las encerró en un cuarto para que éstas no dijeran nada. “Ya no estés fregando, sólo espero el dinero, ya pedimos el rescate y en cuanto me lo den te largas de aquí”, se escuchó a lo largo y ancho de la habitación.

Unas horas después llegaron los ministeriales y tras una revisión encontraron a las víctimas ocultas en la lavandería. Al observar que las cosas de Bárbara estaban en toda la casa, los agentes decidieron llevarla detenida como presunta secuestradora.

Después del suceso, sus hijas le fueron arrebatadas, el miedo nubló su pensamiento y explica que el abogado se aprovechó de ello, pues exhortó a Bárbara a aceptar el abreviado, ya que supuestamente le darían 7 años, pero, en un principio terminaron siendo 18 años, para sentenciarla, finalmente, con 10… por un delito que ella no cometió.

A un año, 11 meses de terminar su condena Bárbara L. sueña con recuperar a sus hijos y al salir es lo primero que hará.

Su historia, según explica, quiere que sea leía para que la gente se toque el corazón y observe cómo una mala decisión de pareja puede afectar el resto de la vida, a tal grado, de perder la libertad y pasar una decena encerrada detrás de las rejas.

INQUILINO ARRASTRÓ A MATRIMONIO A LA SOMBRA

Un tatuaje puede ser algo que simbolice un pacto de vida, pero para Ara C., la tinta marcó el encierro de su libertad, y no por el dibujo plasmado en su delgado cuerpo, sino por la conexión que fácilmente fluctuó entre ella y su tatuador, sin pensar que éste, meses más tarde, se convertiría en más que eso, pues sería la persona que marcaría su condena.

Hace años que Ara C. no es libre… nueve años han pasado ya desde que se despidió de su vida tranquila, como ella la define, que le dijo adiós a su negocio y a sus 5 hijos pequeños, todo esto como resultado de confiar en la persona equivocada y por las fallas que tuvo su juicio, pero la lucha en contra del sistema aún no termina.

El delito: secuestro agraviado; el error: rentar su casa a su tatuador. “Sabía que él andaba en malos pasos… pero yo pensé que en drogas o algo así”, expresa con asombro al recordar aquel día cuando se enteró que su casa estaba siendo utilizada como resguardo para gente secuestrada.

Una de las incógnitas, que hasta la fecha sigue rondando en la mente de Ara C. es que su tatuador no tenía llaves de la casa, pues asegura que apenas le haría en forma la entrega de la vivienda y no sabe cómo entró o cómo la utilizaba para realizar los delitos.

“¡Cómo no va a saber si esta es su casa!”, le gritó la autoridad al enterarse de que ella era la dueña de la vivienda, por lo que fue condenada como autora intelectual de los secuestros, mientras que el tatuador murió en un motín sin cumplir su sentencia.

El esposo de Ara C. también se encuentra dentro del reclusorio por el mismo delito que ella, pues como pareja se enfrentaron a un juicio por un delito, que según explican, jamás cometieron. Además de que el desempeño de su abogado dejó mucho que desear. “Para que nos condenaran tuvieron que pasar 3 años y medio, y el abogado me dijo que nos podían dar hasta 60 años así que preferí agarrar la sentencia, pero con el tiempo me di cuenta que lo que me había dicho no era cierto”, asegura con coraje en la mirada al recordar la presión que su abogado ejercía para convencerla de presentarse como culpable, sin creer en su supuesta inocencia.

El rompimiento de lazos familiares

Para Ara C. eso no es lo más triste… el despertar todos los días y no tener a sus hijos cerca es lo que realmente le parte el corazón, pues cuando recién ingresó su suegra se hacía cargo de los niños, sin embargo, al fallecer hace algunos años, sus dos hijas menores fueron retenidas por el DIF sin que hasta el momento tenga noticias de ellas, desde entonces su camino dentro del penal ha sido más difícil.

La figura de su Padre Dios siempre está presente y con la mirada en alto asegura que, con ganas y positividad ante la vida, a pesar de que las cosas no sean justas, siempre se saldrá adelante, aun y cuando tenga que luchar en contra de su propio papá...

Hace algunos años, estando en el penal, Ara C. salió embarazada y comenzó a criar a su pequeña hija dentro del reclusorio, por lo que su deseo de despertar y salir adelante se arraigó aún más en su mente. Sin embargo, el abuelo de la niña argumentó que él podría darle una vida con mayores comodidades, llevándosela con la promesa de reunirla con su madre una vez al mes, algo que nunca cumplió, pues desde marzo dejó de comunicarse, cambió su domicilio y presentó una demanda por la patria potestad.

“Me la quitó porque dice que aquí adentro no es lugar para ella, pero no es cierto, aquí está la guardería, hay manera de sacarla adelante”, explica de manera desesperada, deseando que su padre la escuche.

Ara C. explica que dentro del penal existen diversas actividades y apoyos para las madres tales como la guardería y un taller de costura que ella misma dirige, siendo este su trabajo y su burbuja de escape, pues ahí, entre las propias reclusas, hacen su ambiente de trabajo arrojando carcajadas y pasos de baile cuando el tiempo lo amerita.

Las noches son largas, el penal silencioso y la mente ruidosa, pues el saber que se ha perdido la vida de sus hijos, sus logros, tristezas y alegrías, causa pesadez y dolor en su corazón, pero aún así tiene esperanza de que todo saldrá bien.

“Sólo quiero que mi papá me escuche y que me regrese a mi niña, me duele mucho su actitud. Que no sea cruel… si lo llega a leer o a ver, espero que me la dé, es lo único que le pido”, dice con un nudo en la garganta, la voz entrecortada y las lágrimas al borde de las mejillas, pues explica que el tener a los niños dentro del penal hace la vida un poco más amena, menos pesada y les recuerda, aunque sea un poco, lo mucho que vale la pena vivir.

DE LAS 400 MUJERES RECLUSAS EN EL ESTADO, 320 SON MADRES DE FAMILIA

Al interior de los Centros de Reinserción Social Femenil de Chihuahua funciona un programa integral de atención a niñas y niños que se encuentran en compañía de sus madres, desarrollado por la Fiscalía Especializada en Ejecución de Penas y Medidas Judiciales.

Gracias a este programa, un total de 15 niños y niñas viven su infancia detrás de las rejas del Cereso de Aquiles Serdán y de Ciudad Juárez, pues al ser hijos de mujeres reclusas se les permite pasar sus primeros tres años de vida en compañía de sus madres.

De las 400 mujeres reclusas en los dos penales femeninos, el 80% son madres de familia. Esta situación no es exclusiva del estado, de hecho, de la población femenina en todo el país un total de 11 mil 835 eran madres en el 2016, de las cuales, el 37% vivían con sus hijos dentro de los distintos penales.

La Ley Nacional de Ejecución Penal establece que si una mujer se convierte en madre mientras está en situación de internamiento tiene el derecho de conservar la guardia y custodia de su hija o hijo durante tres años, a fin de que el infante cuente con las debidas atenciones.

Los dos centros penitenciarios de Chihuahua, uno en Aquiles Serdán y otro en Ciudad Juárez, cuentan con estancias habilitadas para las niñas y niños, donde un grupo de especialistas llevan a cabo una serie de actividades que tienen como objetivo el propiciar un sano desarrollo.

En ellas se otorga alimentación adecuada, cuidado de la salud y desarrollo físico y mental con espacios para terapias de estimulación temprana y otras para involucramiento de las madres con sus hijas e hijos; las actividades son efectuadas por personal de los centros, así como prestadores de servicio social de la Universidad Autónoma de Chihuahua y la Dirección General de Desarrollo Social de Ciudad Juárez.

El Censo Nacional de Gobierno, Seguridad Pública y Sistema Penitenciario Estatales (Cngspspe) documentó que en 2016 existían 542 infantes viviendo con sus madres reclusas en prisiones estatales. De los cuales, el 41%, tenían menos de un año y 51% eran de género masculino.

De acuerdo con el artículo 36, fracción II, de la LNEP, los Centros de Reinserción deben de contar con espacios donde los menores puedan realizar actividades lúdicas y recreativas. Sin embargo, únicamente el 11% de los establecimientos penitenciarios que albergan mujeres cumplen con este requerimiento. Es decir sólo 19 de los 174 establecimientos penitenciarios estatales femeniles y mixtos reportaron tener guarderías, según el informe “Estadísticas sobre el Sistema Penitenciario Estatal en México”.

En dicho documento difundido por el Inegi en el 2017, se indica que un total de 13 mil 448 mujeres se encuentran en prisión, lo que representa aproximadamente el 5% de la población interna total. Cifra que representa un incremento de la población femenina en un 56% durante los últimos cinco años.

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