/ sábado 30 de marzo de 2019

Vivían en pocilgas alumnos en Israel

Ocupaban habitaciones insalubres justo frente al hotel donde realizarían sus “prácticas profesionales” que rayaban en la explotación laboral

El calvario para los jóvenes mexicanos explotados laboralmente en Eilat, Israel, comenzó desde que entraron a los departamentos donde vivirían durante todo un año al encontrarlos llenos de basura, con las alfombras sucias, los baños llenos de hongos y el mobiliario destrozado.

Los nervios por el viaje estaban a flor de piel, porque luego de un apresurado trámite de pasaportes, entrega de documentos a la Universidad Autónoma de Chihuahua, que a su vez los enviaba a la empresa, solicitud de visas y compra de vuelos, comenzaron hacer las maletas para viajar a la ciudad que los recibiría por un año entero.

Dennis Ivonne Arjona, Edgar Adrián Caballero, Mario Alberto Duarte, Vianney García, Paola Hernández, Michell Lozano, Roberto Abraham Pretalia y Dania Silva salieron a la Ciudad de México el 2 de febrero y ahí durmieron una noche en espera de la salida del vuelo que los trasladaría desde nuestro país hasta Múnich, en Alemania, y de ahí hasta la ciudad de Tel Aviv, Israel.

A su llegada, el martes 5 de febrero, fueron recibidos por los coordinadores del programa, todo parecía excelente, sonrisas y abrazos de todos, los llevaron a comer y a conocer algunos lugares de Tel Aviv. Al llegar a este lugar de inmediato, desde el aeropuerto pudieron avisar a sus padres que llegaron con bien e informaron que harían otro viaje de 4 horas en autobús hasta la ciudad de Eilat e incluso para el 12 de febrero ellos fueron a dar la bienvenida a los estudiantes de Acapulco, quienes estudiaban en la Universidad de Gastronomía Cegain.

Cuando llegaron a Eilat conocieron el campus que tiene la universidad de Ben-Gurión en este lugar, les dieron un recorrido por las instalaciones, muy bonitas señalan. Pero todo ese bonito panorama que traían al ver la ciudad de Tel Aviv, las costas de Eilat y las instalaciones del campus se esfumaron cuando llegaron a los departamentos donde iban a vivir.

Los dormitorios se ubican justo frente al hotel donde realizarían sus “prácticas profesionales” y al abrir la puerta se toparon con un verdadero muladar, empezando con el mobiliario totalmente destruido, las puertas de los baños en las mismas condiciones y el ventanal de la terraza quebrado. Relatan las jóvenes que en febrero todavía hacía bastante frío y por ese ventanal roto se colaba el aire helado al interior.

Por si fuera poco el baño estaba lleno de hongos y la alfombra del departamento totalmente sucia, como si jamás la hubieran lavado o mínimo aspirado. No queríamos habitaciones de lujo, pero mínimo que estuvieran limpias, porque esas parecía que jamás las limpiaron se notaba en los hongos y las manchas en la alfombra

El mayor problema, señalan, fue en el hotel porque la mayor parte del personal hablaba ruso o hebreo y ninguno inglés, situación que generó gritos por parte de los encargados al no entender lo que hablaban los jóvenes mexicanos.

“El trato del personal era malo, había muchos rusos, por lo tanto no teníamos cómo comunicarnos y entendíamos a señas lo que teníamos que hacer. Nos trataban mal, nos gritaban por la impotencia de no tener un idioma por el cual pudiéramos conversar. No hablaban inglés, y nosotros no hablamos ruso ni hebreo”, expresó una de las estudiantes.

Fueron pocas las veces que pudieron comunicarse con sus padres, porque el único lugar con internet era el hotel y desde su arribo únicamente trabajaban, en el departamento no tenían ese servicio y mucho menos un teléfono fijo para llamar. Las jornadas laborales comenzaban para unos desde las 6 de la mañana hasta las 3 de la tarde y en ocasiones se alargaba hasta las 12 horas; otros entraban a las 8 de la mañana, salían a la 1 de la tarde a comer y regresaban de 7 a 11 de la noche.

Aunado a eso señalan que la comida del lugar era mala, por ser prácticamente los empleados de la limpieza, porque cuando no estaban limpiando sillas del restaurante, pulían los pisos, les daban comida de días pasados.

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Los nervios por el viaje estaban a flor de piel, porque luego de un apresurado trámite de pasaportes, entrega de documentos a la Universidad Autónoma de Chihuahua, que a su vez los enviaba a la empresa, solicitud de visas y compra de vuelos, comenzaron hacer las maletas para viajar a la ciudad que los recibiría por un año entero.

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A su llegada, el martes 5 de febrero, fueron recibidos por los coordinadores del programa, todo parecía excelente, sonrisas y abrazos de todos, los llevaron a comer y a conocer algunos lugares de Tel Aviv. Al llegar a este lugar de inmediato, desde el aeropuerto pudieron avisar a sus padres que llegaron con bien e informaron que harían otro viaje de 4 horas en autobús hasta la ciudad de Eilat e incluso para el 12 de febrero ellos fueron a dar la bienvenida a los estudiantes de Acapulco, quienes estudiaban en la Universidad de Gastronomía Cegain.

Cuando llegaron a Eilat conocieron el campus que tiene la universidad de Ben-Gurión en este lugar, les dieron un recorrido por las instalaciones, muy bonitas señalan. Pero todo ese bonito panorama que traían al ver la ciudad de Tel Aviv, las costas de Eilat y las instalaciones del campus se esfumaron cuando llegaron a los departamentos donde iban a vivir.

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Por si fuera poco el baño estaba lleno de hongos y la alfombra del departamento totalmente sucia, como si jamás la hubieran lavado o mínimo aspirado. No queríamos habitaciones de lujo, pero mínimo que estuvieran limpias, porque esas parecía que jamás las limpiaron se notaba en los hongos y las manchas en la alfombra

El mayor problema, señalan, fue en el hotel porque la mayor parte del personal hablaba ruso o hebreo y ninguno inglés, situación que generó gritos por parte de los encargados al no entender lo que hablaban los jóvenes mexicanos.

“El trato del personal era malo, había muchos rusos, por lo tanto no teníamos cómo comunicarnos y entendíamos a señas lo que teníamos que hacer. Nos trataban mal, nos gritaban por la impotencia de no tener un idioma por el cual pudiéramos conversar. No hablaban inglés, y nosotros no hablamos ruso ni hebreo”, expresó una de las estudiantes.

Fueron pocas las veces que pudieron comunicarse con sus padres, porque el único lugar con internet era el hotel y desde su arribo únicamente trabajaban, en el departamento no tenían ese servicio y mucho menos un teléfono fijo para llamar. Las jornadas laborales comenzaban para unos desde las 6 de la mañana hasta las 3 de la tarde y en ocasiones se alargaba hasta las 12 horas; otros entraban a las 8 de la mañana, salían a la 1 de la tarde a comer y regresaban de 7 a 11 de la noche.

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