/ sábado 10 de noviembre de 2018

El fantasma del aislacionismo llega a París

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, arribó a Francia para profundizar sus divergencias con Europa

PARIS, Francia – El presidente norteamericano Donald Trump—que no respeta celebraciones históricas, tradiciones ni protocolos—, llegó anoche a París decidido a profundizar las enormes divergencias que separan a Estados Unidos de Europa.

El jefe de la Casa Blanca pasará 48 horas en la capital francesa para asistir a la conmemoración del centenario del armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial (1914-1918), un conflicto que selló el comienzo de la alianza histórica entre las democracias occidentales de ambas orillas del Atlántico en su lucha común contra los totalitarismos de todo signo. Ese verdadero pacto de sangre—ideológico, político y militar—fue renovado otras dos veces con la coalición contra el nazismo (1939-1945) y luego durante la Guerra Fría frente al comunismo (1947-1991).

Un siglo después de la Gran Guerra, Trump no solo recusa esa historia común, sino que desde que accedió al poder, atacó sin piedad—con palabras y gestos—todos los fundamentos de la alianza entre Europa y Estados Unidos.

En el centésimo aniversario de un conflicto que provocó 6 millones de muertos, 8 millones de desaparecidos y 21 millones de heridos, entre civiles y militares, su presencia en Europa cobra en este momento un sentido particular. La intervención norteamericana en los campos de batalla europeos marcó el primer gesto de abandono del aislacionismo, que fue uno de los fundamentos de la política exterior norteamericana desde su adopción por el presidente James Monroe en 1823. [El segundo golpe—letal—contra esa doctrina fue asestado por el ataque japonés contra Pearl Harbour, en 1941, que precipitó a Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial].

Cuando la mayoría de los historiadores creíaque el aislacionismo era una reliquia, parece resurgir como un fantasma del pasado. En los 20 meses que lleva en la Casa Blanca, Trump consiguió destruir un siglo de historia. Su presencia en París en estas circunstancias particulares, puede darle un pretexto para terminar de cincelar la lápida del multilateralismo.

Desde que llegó al poder, demostró claramente que está en contra de toda forma de cooperación internacional. Lo puso en evidencia apenas 10 días después de instalarse en el Salón Oval con el retiro norteamericano del Tratado Transpacífico (TTP). Luego reafirmó esa forma de “diplomacia hormonal” cuando impuso la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), decidió retirarse de los Acuerdos de París sobre el Clima, denunció el comportamiento de los países europeos por su magra contribución financiera a la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), decidió reconocer a Jerusalén como capital de Israel y desplazó la embajada norteamericana a esa ciudad, se retiró del acuerdo nuclear sobre Irán y se lanzó en una guerra comercial contra China, Europa y sus vecinos—México y Canadá—que amenaza los cimientos de la Organización Mundial de Comercio (OMC). También se retiró de la UNESCO y se fue pegando un portazo del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

Pero su obra maestra, si se la puede definir así, fueron las granadas de mano que arrojó en las dos cumbres del G-7 de Taormina (Italia) en 2017 y La Malbaie (Canadá) en 2018. En ambas reuniones no solo atacó la noción básica del multilateralismo, sino que rehusó firmar los documentos finales que incluían una tímida defensa del libre comercio. Este año, incluso, lo firmó—acaso por inadvertencia—y luego lo borró con el codo mediante un simple mensaje enviado desde su avión.

El balance de estos 598 días en el poder es concluyente y define con claridad los perfiles de su doctrina internacional. A pesar de su carácter impulsivo y aparentemente errático, Trump demostró que actúa con absoluta coherencia y que ninguno de sus gestos es improvisado.

Para este fin de semana en París preparó un nuevo golpe brutal al fantasma del multilateralismo que—probablemente—acecha sus horas de insomnio: 24 horas antes de llegar a Francia, anunció que no asistirá a un foro organizado para debatir sobre democracia y multilateralismo. Sin duda considera que su sola presencia podría constituir un gesto de apoyo a esa doctrina que desprecia.

Arbitrario, caprichoso, déspota e inculto, no admite la idea misma del debate, que acuerda la ventaja de exponer sus propias ideas, pero que también incluye, entre otras variantes, el riesgo del disenso. Rehusarse a exponer sus ideas, por excesivas que sean, implica el riesgo de tener que defenderlas y entrar en un mecanismo dialéctico que no figura en su libro “El arte de negociar”.

El gesto de Trump es tremendamente desconcertante en momentos en que Europa coloca la conmemoración del fin de la Primera Guerra Mundial bajo el signo de la paz. Aun los más incultos y hasta quienes ignoran el peso de la historia saben que el aislacionismo—la doctrina antagónica del multilateralismo—es el camino más corto hacia la guerra.

PARIS, Francia – El presidente norteamericano Donald Trump—que no respeta celebraciones históricas, tradiciones ni protocolos—, llegó anoche a París decidido a profundizar las enormes divergencias que separan a Estados Unidos de Europa.

El jefe de la Casa Blanca pasará 48 horas en la capital francesa para asistir a la conmemoración del centenario del armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial (1914-1918), un conflicto que selló el comienzo de la alianza histórica entre las democracias occidentales de ambas orillas del Atlántico en su lucha común contra los totalitarismos de todo signo. Ese verdadero pacto de sangre—ideológico, político y militar—fue renovado otras dos veces con la coalición contra el nazismo (1939-1945) y luego durante la Guerra Fría frente al comunismo (1947-1991).

Un siglo después de la Gran Guerra, Trump no solo recusa esa historia común, sino que desde que accedió al poder, atacó sin piedad—con palabras y gestos—todos los fundamentos de la alianza entre Europa y Estados Unidos.

En el centésimo aniversario de un conflicto que provocó 6 millones de muertos, 8 millones de desaparecidos y 21 millones de heridos, entre civiles y militares, su presencia en Europa cobra en este momento un sentido particular. La intervención norteamericana en los campos de batalla europeos marcó el primer gesto de abandono del aislacionismo, que fue uno de los fundamentos de la política exterior norteamericana desde su adopción por el presidente James Monroe en 1823. [El segundo golpe—letal—contra esa doctrina fue asestado por el ataque japonés contra Pearl Harbour, en 1941, que precipitó a Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial].

Cuando la mayoría de los historiadores creíaque el aislacionismo era una reliquia, parece resurgir como un fantasma del pasado. En los 20 meses que lleva en la Casa Blanca, Trump consiguió destruir un siglo de historia. Su presencia en París en estas circunstancias particulares, puede darle un pretexto para terminar de cincelar la lápida del multilateralismo.

Desde que llegó al poder, demostró claramente que está en contra de toda forma de cooperación internacional. Lo puso en evidencia apenas 10 días después de instalarse en el Salón Oval con el retiro norteamericano del Tratado Transpacífico (TTP). Luego reafirmó esa forma de “diplomacia hormonal” cuando impuso la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), decidió retirarse de los Acuerdos de París sobre el Clima, denunció el comportamiento de los países europeos por su magra contribución financiera a la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), decidió reconocer a Jerusalén como capital de Israel y desplazó la embajada norteamericana a esa ciudad, se retiró del acuerdo nuclear sobre Irán y se lanzó en una guerra comercial contra China, Europa y sus vecinos—México y Canadá—que amenaza los cimientos de la Organización Mundial de Comercio (OMC). También se retiró de la UNESCO y se fue pegando un portazo del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

Pero su obra maestra, si se la puede definir así, fueron las granadas de mano que arrojó en las dos cumbres del G-7 de Taormina (Italia) en 2017 y La Malbaie (Canadá) en 2018. En ambas reuniones no solo atacó la noción básica del multilateralismo, sino que rehusó firmar los documentos finales que incluían una tímida defensa del libre comercio. Este año, incluso, lo firmó—acaso por inadvertencia—y luego lo borró con el codo mediante un simple mensaje enviado desde su avión.

El balance de estos 598 días en el poder es concluyente y define con claridad los perfiles de su doctrina internacional. A pesar de su carácter impulsivo y aparentemente errático, Trump demostró que actúa con absoluta coherencia y que ninguno de sus gestos es improvisado.

Para este fin de semana en París preparó un nuevo golpe brutal al fantasma del multilateralismo que—probablemente—acecha sus horas de insomnio: 24 horas antes de llegar a Francia, anunció que no asistirá a un foro organizado para debatir sobre democracia y multilateralismo. Sin duda considera que su sola presencia podría constituir un gesto de apoyo a esa doctrina que desprecia.

Arbitrario, caprichoso, déspota e inculto, no admite la idea misma del debate, que acuerda la ventaja de exponer sus propias ideas, pero que también incluye, entre otras variantes, el riesgo del disenso. Rehusarse a exponer sus ideas, por excesivas que sean, implica el riesgo de tener que defenderlas y entrar en un mecanismo dialéctico que no figura en su libro “El arte de negociar”.

El gesto de Trump es tremendamente desconcertante en momentos en que Europa coloca la conmemoración del fin de la Primera Guerra Mundial bajo el signo de la paz. Aun los más incultos y hasta quienes ignoran el peso de la historia saben que el aislacionismo—la doctrina antagónica del multilateralismo—es el camino más corto hacia la guerra.

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