/ martes 22 de marzo de 2022

Una capital fantasma en Ucrania; Kiev se alista para el asalto ruso

La mitad de los 3.5 millones de habitantes de kiev han huido; otros buscan sobrevivir entre bombas

KIEV. En el interior de su apartamento en Kiev, repleto de cristales rotos, Alla Ragulina solloza mientras contempla cómo su vida ha quedado hecha añicos tras una oleada de bombardeos rusos contra la capital ucraniana.

La potencia de la explosión, al alba, hizo estallar las ventanas, y lanzó contra un muro a esta mujer de 64 años, empleada en una oficina pública.

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Su madre, ciega y que no puede caminar, está ahora en el hospital, y es una de las más recientes víctimas de la campaña de bombardeos que alimenta los temores de un asalto ruso contra Kiev.

“La explosión fue enorme” dice Ragulina, entre sollozos. “La gente estaba durmiendo, volaban los trozos de cristal y fui proyectada contra un muro. Es un milagro que nadie resultara muerto”

Las fuerzas rusas, que tratan de rodear a Kiev, han intensificado sus bombardeos contra la capital, que hasta ahora había evitado la devastación, a diferencia de la sureña Mariúpol o Járkov, en el noreste.

Kiev, que se prepara para un asedio, ha sido estremecida por explosiones en edificios de barrios residenciales y en una estación de metro y en un centro comercial.

Los ataques podrían conducir a más gente a huir. Se estima que cerca de la mitad de los 3.5 millones de habitantes de la capital la han abandonado.

Un gran cráter se ha formado al pie del edificio donde vive Ragulina, en el barrio Podilsk. Expertos de la policía y del ejército examinan los restos de un misil.

Casi todos los apartamentos del edificio de diez pisos, que data de la era soviética, muestran signos de devastación.

Algunos están incendiados, otros repletos de vidrios y muebles rotos.

Algunos residentes intentan limpiar, otros están muy aturdidos como para decir o hacer algo

El apartamento vecino al de Ragulina ha quedado asolado por un incendio. En él, el agua usada por los bomberos para apagar el fuego, llega hasta los tobillos.

Kiev se ha convertido en una ciudad fantasma, con calles vacías, puestos de control, toque de queda y el miedo a un inminente asalto de las fuerzas rusas.

Muchos han huido, pero otros no quieren o no tienen la oportunidad de hacerlo.

“No puedo irme porque mi hijo mayor tiene 20 años, y está en el ejército” explica Olena Yavdoshchuk, de 40 años, administradora de una clínica, mientras recoge trozos de cristal en un parque infantil.

“Es la razón por la que me quedo, con mi marido, y con mis otros dos hijos de diez y tres años”, dice.

Mientras los rusos siguen avanzando y presionando militarmente, y el balance de muertos no cesa de aumentar, muchos en Kiev no comprenden por qué Occidente no interviene.

Se hacen eco de los llamados del presidente Volodimir Zelenski para que la OTAN imponga una zona de exclusión aérea, algo rechazado por el presidente de EU, Joe Biden, ya que podría desencadenar una Tercera guerra mundial.

“Gracias a Dios, estamos vivos” dice Nataliya, de 60 años, empleada en el metro. “¡Pero miren esto!” exclama mostrando la devastación de su departamento.

“¡Dennos aviones, cierren los cielos! Kiev entera será derruída ¿y hacia donde irá luego Putin?”

“No se va a detener, es un fanático. ¡Ustedes serán los próximos!”

KIEV. En el interior de su apartamento en Kiev, repleto de cristales rotos, Alla Ragulina solloza mientras contempla cómo su vida ha quedado hecha añicos tras una oleada de bombardeos rusos contra la capital ucraniana.

La potencia de la explosión, al alba, hizo estallar las ventanas, y lanzó contra un muro a esta mujer de 64 años, empleada en una oficina pública.

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Su madre, ciega y que no puede caminar, está ahora en el hospital, y es una de las más recientes víctimas de la campaña de bombardeos que alimenta los temores de un asalto ruso contra Kiev.

“La explosión fue enorme” dice Ragulina, entre sollozos. “La gente estaba durmiendo, volaban los trozos de cristal y fui proyectada contra un muro. Es un milagro que nadie resultara muerto”

Las fuerzas rusas, que tratan de rodear a Kiev, han intensificado sus bombardeos contra la capital, que hasta ahora había evitado la devastación, a diferencia de la sureña Mariúpol o Járkov, en el noreste.

Kiev, que se prepara para un asedio, ha sido estremecida por explosiones en edificios de barrios residenciales y en una estación de metro y en un centro comercial.

Los ataques podrían conducir a más gente a huir. Se estima que cerca de la mitad de los 3.5 millones de habitantes de la capital la han abandonado.

Un gran cráter se ha formado al pie del edificio donde vive Ragulina, en el barrio Podilsk. Expertos de la policía y del ejército examinan los restos de un misil.

Casi todos los apartamentos del edificio de diez pisos, que data de la era soviética, muestran signos de devastación.

Algunos están incendiados, otros repletos de vidrios y muebles rotos.

Algunos residentes intentan limpiar, otros están muy aturdidos como para decir o hacer algo

El apartamento vecino al de Ragulina ha quedado asolado por un incendio. En él, el agua usada por los bomberos para apagar el fuego, llega hasta los tobillos.

Kiev se ha convertido en una ciudad fantasma, con calles vacías, puestos de control, toque de queda y el miedo a un inminente asalto de las fuerzas rusas.

Muchos han huido, pero otros no quieren o no tienen la oportunidad de hacerlo.

“No puedo irme porque mi hijo mayor tiene 20 años, y está en el ejército” explica Olena Yavdoshchuk, de 40 años, administradora de una clínica, mientras recoge trozos de cristal en un parque infantil.

“Es la razón por la que me quedo, con mi marido, y con mis otros dos hijos de diez y tres años”, dice.

Mientras los rusos siguen avanzando y presionando militarmente, y el balance de muertos no cesa de aumentar, muchos en Kiev no comprenden por qué Occidente no interviene.

Se hacen eco de los llamados del presidente Volodimir Zelenski para que la OTAN imponga una zona de exclusión aérea, algo rechazado por el presidente de EU, Joe Biden, ya que podría desencadenar una Tercera guerra mundial.

“Gracias a Dios, estamos vivos” dice Nataliya, de 60 años, empleada en el metro. “¡Pero miren esto!” exclama mostrando la devastación de su departamento.

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