El antiguo Campo de Tiro de la Policía Municipal, en la prolongación de la avenida Teófilo Borunda, es hoy sólo “blanco” de nostálgicos recuerdos, no nada más de agentes que aprendieron a disparar en sus instalaciones, sino de quienes purgaron algún castigo allí como parte de “la fajina” y hasta el público que asistía a los concursos de puntería.
Por si faltara melancolía, ese lugar actualmente un paisaje dominado por escombros y hierba, funge como cementerio: bajo su superficie yacen olvidados varios elementos caninos que prestaron su servicio y entregaron, literal, su vida en aras de la seguridad de los chihuahuenses.
Más que sólo tiros
Con el tiempo, el campo comenzó a tomar forma y servir para otras cosas. En el sitio de acceso a vehículos se construyó una caseta de vigilancia con agente de guardia, uno de los pocos aspectos que “sobreviven” a la fecha del lugar.
Posteriormente se armó “la pista de infante”: un concentrado de obstáculos para entrenamiento de cadetes en formación.
El área también sirvió como espacio para reuniones y festejos al aire libre, y se prestó también a familiares de policías o clubes para que celebraran alguna fiesta. En asuntos más serios, se realizaron asimismo juntas estratégicas de mandos policiales con el director en turno de la Policía Municipal.
El representativo paraje igual sirvió como correctivo de varios que, por faltas al Bando de Policía y Buen Gobierno, fueron enviados a la famosa “fajina” (faena) para resarcir su infracción con labores de mantenimiento del campo, cuando don Refugio Ruvalcaba era mandamás de los uniformados.
Finalmente, el “campo” también adquirió la designación de “santo”, siendo ahí sepultados varios ejemplares caninos muertos en servicio. Hoy se aprecian lápidas de los fundadores del grupo especial K-9 de la corporación, precedente del actual cementerio en las instalaciones del Campo de Adiestramiento Canino (al norte de la ciudad) donde los agentes de cuatro patas son incinerados y sus cenizas colocadas en criptas.
Sólo recuerdos…
La decadencia del campo llegó cuando la loma donde se ubicaba comenzó a tornarse peligrosa para los civiles que llegaron a poblarla. Las armas se fajaron y en lugar de casquillos se sembraron pinos.
Sólo recuerdos quedan: su palapa, aún enverdecida por árboles que le rodean; de la pista de infante no hay más que paredes viejas; en el stand de tiro se yergue apenas la torre y permanece la mesa donde se colocaban las armas para recargar.
La techumbre, retirada. Todo es olvido y nostalgia para quienes pasan cerca y observan la arboleda que queda de unas instalaciones hoy en manos del Fideicomiso de las Tres Presas.
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